Constituir su propia oposición y ser su principal enemigo. Ser responsable de distracciones incomprensibles. Carecer de una estrategia política. Autoritarismo. Desconexión con la realidad. Dificultad para distinguir lo principal de lo accesorio. Convivencia de dos planes opuestos de gestión. Inexistencia de prioridades. Transformación de un proyecto de ley en una “carta a los Reyes Magos”
¡Cuántos constitucionalistas tenía este país! ¡No se puede creer! Están saliendo de abajo de las piedras; mejor dicho, de las madrigueras para osos en las que hibernaron durante cuatro años. Cuatro años, por supuesto, es un decir. Porque los muchachos peronistas nos clavaron 847 decretos de necesidad y urgencia desde 1989, en los 28 años
Ochenta años de populismo interrumpido nos han convencido a los argentinos de que la suerte del país depende solo de factores internos. Si esta creencia ya era insostenible durante la segunda mitad del siglo XX, se ha tornado completamente irracional en los albores del siglo XXI, cuando -a pesar de la retórica de la desglobalización-
Durante casi diez años viví en Europa, en España e Italia. Entre fines de los ‘80 e inicios de los ‘90. De aquellos años me quedaron hermosos recuerdos, algunos ahorros y muchos amigos. La mayoría de ellos, de centroizquierda, es decir: votantes del PSOE en España y del Partido Democrático en Italia como yo mismo
De Cámpora a Néstor, de Néstor a Cristina, y de Cristina a Massa. Hay una foto que no lo explica todo pero dice bastante sobre la manera en que los argentinos elegimos presidentes. Es una foto magnífica. Casi todos la hemos visto alguna vez. Se trata del abrazo entre Evita y Perón en ocasión del 17 de