El mundo está divido en dos grandes bloques. Uno que definitivamente añora las épocas de la Guerra Fría mezclado con el oscurantismo de la edad media y otro que entre tropiezos y avances busca dar un paso adelante en la próxima era de la humanidad. Las fronteras entre unos y otras es muy difusa. ¿Por qué es difusa? Porque vivimos en un mundo de grises y no de blancos o negros.
Por ejemplo, Donald Trump desafía el establishment de los Estados Unidos, pero a la vez compatibiliza con Putin y no así con China. Dentro de ese mismo marco podemos enmarcar a Trump como ícono de aquellos que están en contra de la Agenda 2030. Básicamente es una lista de objetivos que se trazó a ONU para el desarrollo sostenible. Sin embargo, para un grupo no menor de gobernantes, intelectuales y poblaciones de distintas partes del mundo, esta agenda esconde en el fondo un fin de restaurar el socialismo por medio de la cultura y sobre todo lo relacionan con la “ideología de género”, “ícono del marxismo cultural”.
Sin dudas quien concentra esta concepción del estado actual del mundo en Argentina es Javier Milei, apoyado por los intelectuales y escritores conservadores Agustín Laje y Nicolás Márquez. Sin embargo, entre Trump y Milei hay una gran distancia, excepto que el argentino haga un gobierno muy distinto al que pregonó durante sus años de mediático economista.
Este sector además es marcadamente nacionalista, aunque se auto perciban liberales y no puedan distinguir que ambas ideologías son un oxímoron. Entones tenemos nacionalismos adentro del bloque occidental enfrentados a la esfera más democrática y que está a entender de este articulista en graves problema, el globalismo. Un mundo adentrado en la AI, con una división del trabajo cada vez más especializada, y con la posibilidad de no ir a la oficina para trabajar es producto de la globalización y el progreso, y solo con más globalización puede seguir más progreso.
Entonces para pasar en limpio tenemos tres sectores ideológicos predominantes en la esfera mundial. Las autocracias sean o no elegidas de manera “democrática”, las democracias republicanas y las democracias nacionalistas. Argentina entraría en este último grupo, pero rozando muy de cerca a la autocracia.
Sin embargo, no podemos juzgar antes de tiempo Milei. Ni quitarle el beneficio de la duda a Juntos por el Cambio que esta vez serán más determinados a la hora de gobernar. Los periodistas también somos en gran parte responsables de lo que está sucediendo. Al igual que los políticos muchas veces nos dejamos llevar por el carro ganador y corremos atrás de él. Otros van más allá y se pasan de lado para no quedarse afuera.
La única solución posible para esta Argentina devastada y vapuleada económica, cultural y socialmente es fortalecer el sistema institucional. Que seamos una república y eso no depende solo de los políticos, sindicalistas, movimientos sociales y el periodismo. También depende de los ciudadanos.
¿Cómo lograr eso? Es una tarea muy complicada puesto que la gente está pensando en comer, en llegar a fin de mes y no caer en su escalafón social. Por otro lado, tenemos que dejar de lado mezquindades y la soberbia que tanto nos caracteriza. Se dice que el nuestro es un pueblo solidario. Llegó la hora de que el pueblo lo demuestra. Protegiendo a nuestro país de la manera que le toque hacerlo a cada uno de los actores sociales.
Una vez logrado eso podemos pensar en un país integrado a occidente, libre, republicano, con trabajo y prosperidad. Sin esas bases, no hay plan económico, político y social que pueda dar resultado.
