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EL CASO RINALDI Y LOS NUEVOS INQUISIDORES

julio 16, 202312 min read

Cuando yo era chico y Argentina era un país, las frases despectivas respecto a los “cabecitas negras”, los “putos” y los “morochos” eran moneda corriente en las conversaciones diarias. Hablo de Piñeyro, barrio obrero de Avellaneda, y de una familia de laburantes de la fábrica CONEN y de SEGBA. Durante toda mi adolescencia di la batalla contra ese hábito ofensivo, y me pone contento que hoy se mire con desprecio a quienes insisten en utilizarlo. De ahí a avalar que a alguien le sean desconocidos sus derechos políticos por frases emitidas hace años y sobre las cuales pidió públicamente disculpas, hay un abismo.

El caso Rinaldi desnuda la hipocresía de nuestra sociedad y revela impiadosamente los mecanismos de funcionamiento que la condenan al fracaso. El primero es el que he denominado “betisarlismo” en homenaje a una querida amiga, principal referente de esa corriente de pensamiento. El betisarlismo consiste en confundir el análisis político con el análisis del discurso y considerar que las declaraciones son más importantes que los hechos. Que los dichos de Franco Rinaldi hayan monopolizado durante una semana el debate político en un país en el que se arroja gente a los chanchos es una excelente demostración de sus efectos.

El caso Rinaldi desnuda la hipocresía de nuestra sociedad y revela impiadosamente los mecanismos de funcionamiento que la condenan al fracaso.

No es todo. En este país betisarlista el ministro responsable de la duplicación de la inflación puede ser un buen candidato presidencial de un partido que se reivindica como expresión política de los pobres. Basta que consiga elaborar un buen relato que oculte la realidad que su partido ha generado y su gestión ha agravado, tarea para la cual es ayudado por decenas de periodistas reducidos a panelistas que basan sus análisis en lo que se dice en las ferias sin tomarse jamás el trabajo entrar a la página del INDEC y analizar los datos. La destrucción simbólica de los hechos y de la historia realmente sucedida, elementos claves del voto racional y de la evolución política, son su consecuencia. Por eso, el mayor panqueque de la política argentina puede permitirse el lujo de proponerse hoy como inspector de conductas ajenas. Por eso, sin ninguna prueba, puede acusar a los economistas de la oposición de haber conspirado en el FMI contra el país, olvidando que representa un partido que en 2019 envió una nota oficial, firmada por sus principales dirigentes, solicitándole al directorio del FMI que no se accediera al pedido de fondos efectuado por el entonces presidente Macri.

En un país betisarlista, la realidad no existe. Solo el relato cuenta. El relato kirchnerista, quiero decir, último episodio de la Leyenda Peronista inaugurada en 1945, cuando Argentina era el octavo país más rico del mundo y tenía la legislación social más avanzada de Latinoamérica.

El betisarlismo consiste en confundir el análisis político con el análisis del discurso y considerar que las declaraciones son más importantes que los hechos.

El segundo elemento que desnuda el caso Rinaldi es la notoria doble vara de la política argentina. Para la oposición, la de Suiza. Para el peronismo, la de África. Nadie puede demostrarlo, pero es posible que el escándalo armado alrededor del caso Rinaldi, un hecho marginal e inconsistente con escasísimas repercusiones en la realidad, haya causado más daño electoral a Juntos por el Cambio que la desaparición forzada de Cecilia Strzyzowski en Chaco, seguida de muerte y de maniobras escabrosas con el cadáver, y consumada por una secta de enfermos mentales fanáticos financiada por años con los impuestos de una provincia pobre. Pero la doble vara manda, y Franco Rinaldi ya no es candidato, mientras que Capitanich y los muchachos peronistas siguen estando ahí, como el dragón del cuento de Monterroso.

Un tercer elemento que desnuda lo sucedido con Rinaldi es la enorme hipocresía imperante en la política y la sociedad argentinas. La troupe de Torquemadas y Jerónimos Savonarolas, nuevos inquisidores que salieron a prenderle fuego a Franco, ha incluido de todo: feministas que jamás se han pronunciado contra aberraciones bien reales ejercidas por gobernadores feudales peronistas y líderes revolucionarios de La Cámpora; defensores de los derechos humanos que se comieron los mocos ante su flagrante violación durante la cuarentena eterna; actrices en decadencia, panelistas de indignación victoriana pero moral casquivana, líderes de opinión que no tienen currículum sino prontuario. Todos con su indignación y sus antorchas, todos listos a quemar en la hoguera al nuevo monstruo de Frankenstein: Franco Rinaldi. Y a la cabeza de la caravana de los inquisidores, Martín Lousteau, ex funcionario del peronismo que arruinó la provincia de Buenos Aires y ex ministro de economía del kirchnerismo que arruinó el país; el impulsor original de la grieta con su fantástica invención: la resolución 125 que por poco no causa una guerra civil.

Por motivos para mí misteriosos, la UCR ha aceptado que este funcionario peronista se incorporara al partido y se convirtiera en candidato radical a la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Allá ellos. Cada cual elige los líderes que mejor los representa. Para mí, Martín Lousteau es el típico trepador de la política y no se diferencia en nada de Sergio Massa, y basta dar un vistazo a su trayectoria para comprobarlo; pero los radicales, con todo derecho, habrán visto en él otra cosa. El problema es cuando la campaña electoral de Lousteau se transforma en política oficial del radicalismo, y Mariela Coletta, titular de la UCR porteña, le pide por carta a la Junta Electoral de Juntos por el Cambio que a Rinaldi “se le requiera la renuncia como precandidato a diputado de la Legislatura y, en caso de que no presente la dimisión, se proceda a excluirlo de la lista”.

Repito: “se proceda a excluirlo de la lista”. Esa frase puesta en una carta oficial desmiente a los muchos bien intencionados pero mal informados que durante esta semana han sostenido que no se trataba de cancelación. Si los derechos políticos de una persona son suspendidos por declaraciones realizadas hace años y sobre las que media una disculpa pública no sé qué otro nombre se puede adjudicar a esa aberración. Cancelación. Disculpen.

La enorme hipocresía imperante en la política y la sociedad argentinas. La troupe de Torquemadas y Jerónimos Savonarolas, nuevos inquisidores que salieron a prenderle fuego a Franco

Ahora bien, las declaraciones de Franco Rinaldi fueron ofensivas y despectivas y nadie lo niega. No lo ha hecho el propio Franco, que pidió disculpas a los ofendidos. Habría sido legítimo que Lousteau las utilizara durante la campaña. De eso se trata la democracia. Habría sido jugar fuerte pero dentro del límite de lo democráticamente aceptable. Que su partido haya pedido la cancelación de la candidatura de Rinaldi no lo es. Ese intento de cancelación seguido de la renuncia de Rinaldi sienta un horrible precedente por el cual los tribunales victorianos de quienes se pretenden modernos y progresistas fijan, después de oportuno linchamiento mediático y virtual, quién puede y quién no puede ser elegido por los ciudadanos.

“Queremos candidatos que reflejen los valores de Juntos por el Cambio”, afirmó Lousteau en el tweet que dio inicio a todo esto. “No basta con pedir disculpas” le hizo eco su esposa Carla Petersen en otro tweet, que ha borrado. Y bien, no me parece que quien fue autor de la 125 pueda proponerse como faro de virtud ni represente los valores de Juntos por el Cambio, mucho menos cuando su explicación sobre aquel acto no fue un pedido de disculpas sino una justificación absurda: “El modelo de Cristina en 2007 era Alemania”, dijo. Mucho menos me representa Martín cuando en su anterior postulación a jefe de Gobierno de la Ciudad, en el decisivo año electoral de 2015, sostuvo que la agenda del kirchnerismo era “una agenda que le gustaba mucho más que la de Cambiemos”.

En mi opinión, Lousteau no representa los valores de Juntos por el Cambio. Y sin embargo, no ando pidiendo cancelaciones. Es porque estoy en contra de los nuevos inquisidores y de todas las cancelaciones menos de una: la que los ciudadanos pueden ejercer libremente con su voto. Por eso conservo la esperanza de que la candidatura de Martín termine en un nuevo fracaso. Porque quiero en serio que nuestros candidatos reflejen nuestros valores. Y si me permiten intentar definirlos brevemente los resumiría en una palabra: banderazos. La gente recuerda muy bien quiénes estuvimos ahí y quiénes faltaron porque en plena cuarentena estaban visitando, como muestran los registros oficiales, a Alberto Fernández en la Quinta de Olivos.

Fernando Iglesias
Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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