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EL PODER: CÓMO SE CONSTRUYE Y PARA QUÉ

junio 10, 202318 min read

La debacle económica y los riesgos crecientes de colapso que enfrenta el país en manos de este desgobierno han alentado, en los últimos tiempos, un reclamo que, paradójicamente, no va dirigido al oficialismo sino a la oposición: la exigencia de que tenga un programa económico preciso para sacar a la Argentina de la decadencia. Parece un pedido más que justificado, pero no lo es. La economía argentina es un enfermo internado en una terapia intensiva dirigida por médicos peronistas, en la cual se le permite seguir fumando, trasnochando, tomando whisky y ainda mais. Pedirle a los médicos republicanos que tomarán el relevo el 11 de diciembre un plan y una secuencia precisos sobre los medicamentos que deben administrarse al enfermo es un ejercicio inútil e ineficaz. Nadie sabe si esta Argentina obesa, sedentaria y enferma necesitará en diciembre un trasplante de hígado o de riñón, un stent que evite el infarto, un marcapasos que impida un ACV o un antibiótico que bloquee la extensión de una infección. De la misma manera, es imposible pedir programas detallados cuando no se sabe qué valor va a tener el dólar en diciembre, ni cuántos tipos de dólares va a haber, ni si para entonces habrán defaulteado nuevamente la deuda o roto el acuerdo con el FMI.

Por otra parte, el programa básico de lo que hay que hacer es sencillo de enunciar y se resume en una idea: hay que hacer todo lo contrario de lo que han hecho estos cuatro gobiernos del peronismo k; es decir, ajustar al Estado y no a la gente, salir del cepo y unificar el mercado de cambios, darle completa autonomía al Banco Central, bajar el gasto fiscal, disminuir el déficit, abrir la economía, sacarle el yugo impositivo a los sectores exportadores, acabar con las empresas estatales deficitarias, reconocerle al sector privado el rol económico central, abolir las miles de regulaciones innecesarias y terminar con la discrecionalidad. Con sus más y sus menos, toda la oposición está de acuerdo en este programa, del cual resulta fácil enunciar los contenidos pero es imposible establecer la secuencia de aplicación. Quien diga lo contrario, quien hoy pretenda tener un cronograma completo y exacto sobre lo que hay que hacer con la economía a partir de diciembre está vendiendo humo. Para eso, ya está Massa.

Pero así como una discusión sobre este tema solo puede servir para calmar las ansiedades de quienes, con excelentes razones, se niegan a tomarse un Rivotril, los últimos acontecimientos han puesto sobre el tapete un debate político extremadamente importante entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, los dos candidatos de la oposición con mayores posibilidades de acceder a la presidencia. En efecto, la propuesta de incorporación de Schiaretti y el peronismo cordobés a Juntos por el Cambio ha servido para poner en evidencia dos propuestas distintas sobre cómo construir poder y para qué. Se trata de una cuestión de máxima relevancia, mucho más importante que cualquier plan económico edificado sobre supuestos inverificables, ya que ha sido en este aspecto -cómo se construye poder para cambiar un sistema corporativo- en el que ha fallado sistemáticamente la oposición al peronismo y el que será necesario resolver en 2024 para aplicar cualquier programa económico que no lleve a la caída del gobierno.

Nadie sabe si esta Argentina obesa, sedentaria y enferma necesitará en diciembre un trasplante de hígado o de riñón, un stent que evite el infarto, un marcapasos que impida un ACV o un antibiótico que bloquee la extensión de una infección.

La coincidencia de las fuerzas que integran Juntos por el Cambio acerca del modelo de país que queremos, republicano, respetuoso de las leyes, abierto al mundo y basado en el mérito y la prosperidad es unánime; la metodología para llegar a esos objetivos, no. Y es justo que los votantes, que en las PASO de agosto decidirán qué oposición al peronismo quieren, tengan derecho a conocer las diferencias entre los precandidatos para poder votar con racionalidad. Creer que la polémica desatada alrededor de estos temas es solo producto de los egos personales y de la indiferencia de la oposición a los problemas de “la gente” es absurdo y demagógico. Si los problemas de la gente se han agravado hasta este punto es porque la economía está en manos de los irresponsables y corruptos que votó el 48% de la gente en 2019. Por lo tanto, la discusión sobre cuáles son las mejores candidaturas y los mejores métodos de la oposición para sacar al país del pozo durante el próximo período presidencial no configura un ejercicio de vanidades sino que es la principal responsabilidad de la oposición y parte de los procedimientos electorales de cualquier país democrático. Es una lástima que gran parte del periodismo no logre comprenderlo y haya transformado sus espacios en una especie de Radiolandia televisiva que quita el foco sobre las barrabasadas del Gobierno y magnífica las dificultades de la oposición.

La divergencia es clara: Horacio Rodríguez Larreta sostiene que para realizar cambios profundos y duraderos se necesita incluir en la alianza electoral a los dirigentes que, según él, representan al 70% de los votantes argentinos, y por eso propone la inclusión de Schiaretti a Juntos por el Cambio. Hay toda una serie de definiciones implícitas en esta propuesta: una de ellas, la de que los dirigentes son dueños de los votos, y trayéndolos al propio redil se garantiza un determinado porcentaje del electorado. Otra es que el marco de acuerdos y compromisos se establece entre los propios dirigentes, y no entre dirigentes y ciudadanos. Finalmente, que la decadencia nacional es producto de un problema de comprensión y no de intereses. Quienes apoyamos y trabajamos junto a Patricia Bullrich, quienes pensamos que Juntos por el Cambio es la representación política del país republicano que se alzó contra las barrabasadas peronistas kirchneristas en las marchas y los banderazos, creemos -por el contrario- que la decadencia de la Argentina es consecuencia de un sistema corporativo construido sistemática y conscientemente por el peronismo y sus gobiernos. Un sistema que abarca desde el clientelismo asistencial, las organizaciones piqueteras, los punteros barriales, la oligarquía sindical de la CGT, los gobernadores feudales del Norte y los jeques petroleros del Sur, los ñoquis del Estado y ese vasto empresariado dedicado a cazar en el zoológico a expensas de los dólares y las contribuciones al fisco de los sectores competitivos y exportadores. Y bien, todo ese gran conglomerado tiene una dirección política perfectamente consciente y organizada que incluye indistintamente al kirchnerismo, que hoy lidera, y al peronismo, que hoy lo sigue. Lo que incluye al peronismo cordobés de Schiaretti, cuyos legisladores han votado sistemáticamente a favor de las subas de impuestos, la impunidad de Cristóbal López, las moratorias previsionales irresponsables y la quita de coparticipación a la ciudad de Buenos Aires, entre otras maravillas.

Aun suponiendo que hayan cambiado de posición y estén ahora a favor de los cambios que el país requiere: no se entiende por qué motivo habrían de incorporarse a Juntos por el Cambio. Si lo que se busca es la mayor cantidad de diputados y senadores dispuestos apoyar las reformas, lo mejor es que Schiaretti siga adelante con su candidatura presidencial, reste una parte del caudal de votos del oficialismo y consiga muchos diputados y senadores propios que a partir de diciembre voten a favor de los cambios. Para ninguna de estas cosas es necesario integrarlo a nuestra alianza electoral a menos que se especule con que votarían a favor de los cambios si estuvieran dentro de ella y en contra de los cambios, si estuvieran afuera. Aún en este caso, la incorporación es irrelevante: quien es capaz de votar de acuerdo con sus conveniencias y no por convicciones no puede dar ninguna garantía de lo que va a hacer una vez que acceda a su banca. Si Roma no paga traidores, es por eso.

En cuanto al argumento de que se necesita una pata peronista para garantizar la estabilidad de los gobiernos no peronistas, un tal Chacho Álvarez se debe estar riendo de nosotros cada vez que alguien propone repetir ese error. Se trata de una idea que ya ha fracasado tan vistosamente con la experiencia de la Alianza que no necesita mayor refutación. En todo caso, también aquí quienes argumentan a favor de la incorporación de Schiaretti caen en la anterior contradicción. O sostienen que el peronismo cordobés y Schiaretti trabajarían a favor del derrocamiento del próximo gobierno peronista si estuvieran fuera de Juntos por el Cambio, o su incorporación es innecesaria para garantizar la gobernabilidad.

quien es capaz de votar de acuerdo con sus conveniencias y no por convicciones no puede dar ninguna garantía de lo que va a hacer una vez que acceda a su banca. Si Roma no paga traidores, es por eso.

Finalmente, restan las cuestiones de método y de oportunidad. Quienes planeaban la incorporación del peronismo cordobés a Juntos por el Cambio podían perfectamente haberlo planteado antes de que se cerrara el escenario electoral de Córdoba. Si no lo hicieron entonces, es improcedente hacerlo ahora, cuando faltan pocos días para los cierres de alianzas. Cualquiera entiende que es imposible para nuestros candidatos a la gobernación y la intendencia sostener que el cambio en Córdoba consiste en terminar con un cuarto de siglo de gobiernos peronistas dominados por los De la Sota y los Schiaretti, pero que el cambio a nivel nacional consiste en aliarse con ellos. Que se haya intentado esta maniobra de manera inconsulta e intempestiva, obligando al resto de nuestra alianza a enterarse por los medios, demuestra que para algunos el diálogo y la búsqueda de consensos sirven para armar alianzas con el peronismo pero no para buscar acuerdos dentro de la fuerza política que integran.

La experiencia del Frente de Todos enseña: no se trata de construir una coalición capaz de llegar al gobierno sino una que, además, sea capaz de gobernar. Por otra parte, resulta irritannte ver al presidente del radicalismo que pocos meses atrás, en ocasión de que se discutiera la incorporación de Milei, impuso el criterio de la unanimidad, intentar imponer hoy una incorporación, la de Schiaretti, contra la que se han expresado públicamente la Unión Cívica Radical de Córdoba; Mario Negri, presidente del bloque nacional, la Coalición Cívica y el PRO de Córdoba, Luis Juez, candidato a gobernador, y Rodrigo de Loredo, candidato a intendente; entre muchos otros. Si le sumamos la decidida oposición de Mauricio Macri, ex presidente de la Nación de nuestra fuerza, y la de Patricia Bullrich, la candidatura a la Presidencia de Juntos por el Cambio que hoy recoge más consensos, Gerardo Morales está cerca de lograr la unanimidad… contra la incorporación de Schiaretti.

La Argentina necesita cambios profundos y rápidos que inviertan el sentido de las políticas aplicadas durante el ventenio kirchnerista. Necesita una reforma educativa, pero a ella se oponen Baradell y sus muchachos. Necesita una reforma de la ley de asociaciones profesionales, pero a ella se opone la CGT. Necesita modernizar la legislación laboral, pero los muchachos de Moyano no están de acuerdo. Necesita modificar el régimen de coparticipación federal, pero Gildo Insfrán y la liga de gobernadores feudales están en contra. Los ejemplos son infinitos. La lógica es siempre la misma: en cada uno de los sectores copado por las corporaciones se necesita una reforma de la cual el peronismo es franco opositor. Proclamar que los cambios son imposibles si no se alcanza un hipotético 70% de apoyo, lo que hace imprescindible el apoyo del peronismo, es otorgarles el poder de decidir y condenarnos a la impotencia. No existe ninguna razón por la cual el peronismo renuncie a ser la dirección política de la Patria Subsidiada. Sin embargo, es posible derrotarlos en las urnas y con el 50% más uno de los votos que prevé la Constitución sancionar las reformas y los cambios. Si Schiaretti y el peronismo que se dice republicano quieren acompañarnos, mucho mejor. Si no, paciencia. Hoy, se trata de conseguir el apoyo de los votantes para intentar obtener la mayoría en ambas cámaras e infligirle al peronismo una derrota electoral que disminuya el poder del Club del Helicóptero que ya están armando de nuevo. Después veremos si se llega al 70%, o no. Adelante, el caballo; atrás, el carro; no al revés.

Fernando Iglesias
Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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