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EL ÚLTIMO REFUGIO DE LA CANALLA

enero 14, 202313 min read

El hecho de que Alberto Fernández sea presidente de un país tiene algo de inexplicable, algo que va más allá de la tradicional pasión argentina por lo bizarro. No lo digo por su manifiesta incapacidad, ya que la decadencia de los liderazgos peronistas ha corrido paralelamente al desastre que han causado. ¿Pruebas? El segundo gobierno de Menem fue peor que el primero. El de Néstor fue peor que los dos de Menem. Los de Cristina fueron peores que el de Néstor. El segundo de Cristina, peor que el primero. ¿Por qué asombrarse de que el gobierno de Alberto sea el peor de todos si tiene, además, que pagar las cuentas de todos ellos?

Hasta ahí, lo explicable. Lo inexplicable es que la Argentina caiga recurrentemente en la trampa, confiando en que el próximo gobierno peronista será republicano, honesto y eficiente después de décadas de terminantes desmentidas. Y aún más inexplicable es la presidencia de Alberto, llegado a la candidatura por mandato vicepresidencial y convalidado por una ciudadanía que le concedió el 48% de los votos a pesar de que lo habían descubierto, en plena campaña, pateando borrachos en el suelo.

Y bien, a la vergüenza de su elección y de su presidencia Alberto tenía que agregarle un ulterior oprobio: el de su último spot-video en el que se pregunta cómo será la Argentina en la que vivirá su hijo si un ex presidente, Macri, se pasea por el mundo señalando los setenta años de decadencia en que hemos caído. Enunciado su enésimo “Ah, pero Macri…” y presentado el monstruo, el buen Alberto se coloca inmediatamente del lado del bien, exhibiéndose junto a nuestros premios Nobel, recordando que somos el país del juicio a las juntas militares y mostrando imágenes suyas con algunos de los millones de argentinos que le ponen el cuerpo al país con su trabajo.

“¿Por qué asombrarse de que el gobierno de Alberto sea el peor de todos si tiene, además, que pagar las cuentas de todos ellos?”

El truco es viejo. Lo han usado todos los dictadores del mundo y en Argentina ha tenido su expresión suprema con el general Videla. Acusados, él y su régimen, de los horrendos crímenes cometidos, Videla se escondió detrás de la patria y del pueblo, sostuvo que las acusaciones formaban parte de una campaña antiargentina y proclamó que los argentinos éramos derechos y humanos. Esta maniobra canallesca, digna de psicópatas, de convertir una acusación personal en una contra el país, de esconderse detrás de la gente para borrar las propias canalladas, es una demostración de debilidad, una admisión de que no se tienen argumentos para defenderse.

Aunque el Presidente que no preside trate de confundirnos, lo que avergüenza a un número cada vez mayor de ciudadanos argentinos no es el país sino la espantosa decadencia a la que el peronismo lo ha conducido desde su aparición. El 17 de octubre de 1945, Argentina era el octavo país más rico del mundo, nuestro PBI per cápita era mayor que el de Francia, el doble que el de España e Italia y cuatro veces el de Brasil. Argentina era entonces un país en el que no había inflación, se ahorraba en pesos, sobraban los dólares y la legislación laboral y las condiciones de vida eran las mejores de Latinoamérica y estaban entre las mejores del mundo. Era un país de primer mundo en el tercero al cual millones de emigrantes europeos eligieron como destino de vida; un país cuyo sistema educativo nos enorgullecía, que llevaba  diez años de crecimiento consecutivos y que se transformó, gracias al Partido Militar y al del presidente, en lo que es hoy: 40% de pobres, con registros cercanos al 60% entre los niños del conurbano, inflación cercana al 100% anual, escasez extrema de dólares a pesar de la soja a 550, inexistencia de moneda, sin creación de empleo en blanco, lleno de subsidiados de arriba y de abajo, con un sistema educativo destruido y un sistema institucional bajo asedio del Gobierno del propio Alberto.

“40% de pobres, con registros cercanos al 60% entre los niños del conurbano, inflación cercana al 100% anual”

Es esto lo que nos avergüenza; como nos avergüenza un presidente amigo de todos los déspotas del mundo que se pone hoy en ridículo promoviendo un juicio absurdo e inviable contra la Corte Suprema de Justicia con tal de agradar a la arquitecta egipcia con la esperanza de otra designación vía Twitter. Y no somos los únicos. Alberto y su gobierno avergüenzan también a uno de los motivos de legítimo orgullo de los argentinos: la Selección de fútbol, cuyos integrantes se negaron a concederle una sola foto. Señor presidente: lo mismo le hubiera pasado con los premios Nobel de los que intenta apropiarse en su video. El primero, Saavedra Lamas, fue descalificado por el su partido como “el canciller de la década infame”. El segundo, Houssay, y su sucesor Leloir, fueron perseguidos por la dictadura de la que Perón fue vicepresidente y de la que surgió el peronismo y su gobierno. En cuanto al juicio a las juntas militares, parece que a los peronistas hay que recordarles siempre las mismas cosas: fue un gobierno peronista el que avaló al terrorismo montonero y el responsable, después, de la Triple A, los primeros exilios y desapariciones. Fue un gobierno peronista el que firmó el Plan Cóndor, el que designó a Videla y a Massera y el que ordenó a las Fuerzas Armadas aniquilar a la subversión. Fue el candidato peronista, Luder, quien se comprometió a aprobar la autoamnistía militar y fue el Partido Justicialista el que se opuso a juzgar a las Juntas en 1985. Y usted, Fernández, fue por años el Superintendente de Seguros de Menem, que indultó a los condenados.

No conforme con esconderse detrás de los argentinos, el buen Alberto incluyó en su vergonzoso video a su propia familia. Otro truco viejo, y muy malo. Alguien debería avisarle que cuando los argentinos vemos a la querida Fabiola nos acordamos de nuestros 140.000 muertos y de su fiesta de cumpleaños en Olivos, celebrada mientras su marido nos amenazaba por cadena nacional con su dedito admonitor y nos recluía en nuestras casas, cerraba escuelas, prohibía salir a tomar sol a los ancianos, impedía que despidiéramos a nuestros moribundos y muertos, rechazaba la llegada de vacunas Pfizer y se robaba las pocas Sputnik que había para dárselas a los distinguidos miembros de la oligarquía peronista en el vacunatorio VIP del Ministerio de Salud.

En su videíto, el presidente se pregunta en qué Argentina se criará su hijo si Macri habla en todo el mundo de nuestra decadencia. Se trata de la habitual llamada al patrioterismo berreta con el que el peronismo nos ha sumergido en este pantano: apelando al orgullo nacional y pretendiendo ser la encarnación de ese orgullo. El supuesto es claro: un pueblo orgulloso de sí mismo es condición necesaria del éxito de un país; un pueblo avergonzado, la receta segura para el fracaso. Lamentablemente, la Historia no está de acuerdo. La Alemania orgullosa y llena de vanidad patriótica fue la que cometió los peores crímenes contra la humanidad y contra sí misma. Y la Alemania que la sucedió después de la guerra, consciente de sus culpas, avergonzada y dispuesta a enmendarse, generó un país extraordinario que dejó atrás el nacionalismo patriotero y fue líder de la pacificación y la reconstrucción de Europa.

“El patriotismo como último refugio de la canalla”

Lejos de ser una señal de desamor, la crítica al propio país y la capacidad de amarlo pese a todo son condiciones necesarias de su desarrollo; aunque no creo que Alberto y el peronismo puedan entenderlo. Les gusta más bien la Alemania orgullosa y altanera que tanto daño se hizo a sí misma y al mundo. Comparten ese gusto con el general Perón, que declaró públicamente que los Aliados habrían merecido perder la guerra y alojó en nuestro país a cientos de criminales nazis, cuyos submarinos de transporte siguen apareciendo en la costa bonaerense. Es ese pasado ominoso y es este presente decadente los que avergüenzan a millones de argentinos, no el país, cuyos ciudadanos, en su mayoría, son más víctimas que victimarios.

El patriotismo como último refugio de la canalla. La idea pertenece al doctor Johnson, gran poeta inglés del siglo XVIII, quien no se refería al amor que los seres humanos solemos sentir por nuestros países sino al patrioterismo; ese condensado de sentimentalismo berreta del que tanto han abusado el Partido Militar y el peronismo para justificar sus peores acciones. Que la idea se aplique con tanta exactitud a Alberto Fernández y su gobierno no es casualidad.

“Persona despreciable y de malos procederes. Gente baja y ruin. Muchedumbre de perros”. Son las definiciones que el diccionario de la Real Academia Española reserva para “canalla”, la manada de canes, la jauría; ese grupo de bestias a las que nada les importa sino la rapiña y el propio provecho.

Fernando Iglesias
Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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