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Fast Fashion: el lado oscuro de la moda

marzo 30, 20238 min read

No cabe duda de que la moda es parte de la naturaleza humana. Desde el surgimiento de nuestra especie la moda estuvo presente en todas las culturas y constituyó una gran cantidad de funciones, desde sagradas hasta simplemente estéticas.

Las personas construimos lo que es la moda y; desde siempre, la usamos, al igual que la música o la pintura, como una forma de expresarnos. La ropa es más que una simple tela que nos cubre, es parte de cada uno de nosotros que le damos el uso que más nos represente como personas.

A lo largo de la historia, las prendas fueron evolucionando y adaptándose a los criterios estéticos y culturales de su época. Muchas veces nos llenamos de capas y capas de tela, y otras optamos por líneas simples y estructuradas. Sin embargo, en la actualidad se decidió sacrificar lo más importante: la calidad.

Todos tuvimos la oportunidad de revisar el placard de la abuela y encontrar una prenda de hace más de veinte años prácticamente intacta. ¿Será posible que nuestros nietos puedan hacer lo mismo? Viendo la mayor parte de las prendas de hoy en día, podría decirse que no.

Hoy en día, casi toda la ropa que consumimos está diseñada y fabricada con un objetivo claro: vender la mayor cantidad posible en la menor cantidad de tiempo.

La moda rápida

Este fenómeno, conocido mundialmente como “fast fashion” (moda rápida) nace de la cantidad de información que consumimos todos los días en internet, que produce que las tendencias cambien cada vez más rápido.

Estas tendencias ya no surgen solo de las pasarelas de los diseñadores más icónicos e importantes, aunque sean las principales responsables. Los influencers y las celebridades son hoy en día otros de los grandes difusores de lo que “hay que ponerse”. Basta con ver como la minifalda plisada que “Miu Miu” trajo de vuelta fue popularizada aun más, al menos en Argentina, por artistas como Emilia o Tini.

Esta renovación constante de tendencias terminó por romper el clásico “ciclo de los 20 años”, que consistía en que una prenda volvía a ponerse de moda cada dos décadas. No pasaron ni dos años del retorno del “Y2K” (años 2000s) y del tiro bajo, que ya las revistas y los expertos en moda avecinan la vuelta de la década del 2010.

Apenas después de deshacernos de todos los pantalones ajustados, se anuncia que son la próxima prenda absolutamente necesaria para estar a la moda. Como consecuencia, el desperdicio de prendas y textiles es masivo.

Las personas que quieren estar a la moda tienden a seguir las tendencias al pie de la letra y, desgraciadamente, eso implica comprar, usar un par de veces y luego tirar. Tal vez, en el mejor de los casos, esas prendas son reformadas (upcycled) o donadas, permitiéndoles tener una nueva vida.

Los influencers y las celebridades pueden seguir el ritmo de las tendencias sin ningún problema, y usualmente sin sacrificar la calidad. Al contrario del resto de las personas que quieren vestir a la moda sin quedar en quiebra, están destinados a conseguir prendas de mala calidad que son producidas en masa.

Y es esta la peor parte del Fast Fashion; la producción en masa no contempla el uso de materiales y textiles fabricados de forma ecológica y, en la misma confección de las prendas, no se tiene en cuenta la forma en la que se corta la tela.

Para sacarle el mayor provecho a un textil y desperdiciar la menor cantidad posible, los moldes se tienen que ubicar de determinadas formas. En el apuro que caracteriza a la “moda rápida”, evitar el desperdicio no es una prioridad.

El Fast Fashion es barato, y no cabe duda de que ese es su principal atractivo. La ropa de calidad y ecológica sale cara y, muchas veces, es presentada como un lujo. Por eso mismo, las clases sociales medias y bajas quedan relegadas al consumo de prendas de mala calidad y confeccionadas sin contemplar su impacto ambiental.

De esta forma, el problema se hace masivo. Si la mayor parte de la población mundial no puede acceder a prendas buenas y ecológicas, el desperdicio es inmensurable. Pareciera que la única alternativa para que el problema se solucione es que la moda sea solo para quienes pueden pagar por prendas ecológicas, pero ¿es eso justo?

Las tiendas de segunda mano

De todas formas, no todo es tan drástico. Hace no mucho tiempo se comenzó a popularizar por medio de las redes sociales entre las personas más jóvenes el consumo de prendas de segunda mano. Esto permite acceder a prendas de buena calidad (como las de la abuela) a aquellos que no pueden pagar el precio que esta sale en las tiendas.

De esta manera, el consumo de Fast Fashion podría bajar y, gracias a la magia de la refacción, muchas personas podrían estar a la moda sin sacrificar tanto al planeta.

Corriendo el riesgo de ser pesimista, no puedo dejar de mencionar que las tiendas de segunda mano no son la solución definitiva al problema. Es más, su efecto disminuye cada vez más ya que, al haberse popularizado, todo el mundo quiere comprar ropa usada.

Abusar de las tiendas de segunda mano produce dos cosas: que los precios de las mismas suban y que la calidad de las prendas bajen. Al agotar el stock de la ropa vieja de calidad, las tiendas de segunda mano comenzaron a llenarse de los “desechos del año pasado”, de la ropa que fue tendencia hace poco, que ya paso de moda y que ya nadie quiere.

Entonces, ¿cuál es la solución al problema? ¿Habrá una forma de vestir a la moda de una forma barata y ética, o estamos relegados a sacrificar la billetera y el medio ambiente?

 

Por Ana Paula Palladino

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