No la incluyeron en las “Veinte verdades peronistas” porque sonaba mal, pero merecería haber estado: no hacerse cargo nunca de nada es la primera regla del movimiento nacional y popular. Y cuando digo nada, es nada. Cada uno de los períodos de gobierno peronistas inició por una fiesta insustentable y terminó en un colapso, pero los compañeros solo se acuerdan de los días más felices, mientras que el Rodrigazo, el Duhaldazo y el Albertazo son culpa de los formadores de precios, los medios hegemónicos, los bomberos voluntarios de Villa Insuperable y la oposición. Son el único partido político que apeló sistemáticamente a la violencia, desde la guerra entre Montoneros y la Triple A a las actuales patotas sindicales y barriales, pero acusan a la oposición de haber roto el pacto democrático porque una bandita de marginales fue capaz de superar el cerco de seguridad del que eran responsables La Cámpora y Aníbal Fernández alrededor de la vicepresidenta de la Nación. Se consideran los promotores de la producción nacional y los enemigos de las importaciones, pero empezaron todos sus ciclos de gobierno con un país que producía más de lo que consumía y exportaba más de lo que importaba, y terminaron al revés, con un país que mendiga dólares para financiar importaciones. Crearon infinitas grietas: los rubios contra los morochos, los trabajadores contra las clases medias, el campo contra la industria, el interior contra la capital, pero se presentan como los campeones de la unidad nacional. Los ejemplos son infinitos. La primera regla del peronismo en no hacerse cargo nunca de nada. En todo caso, fue Isabel, fue López Rega, fue Menem, fueron Néstor y Cristina. Son Macri, el FMI, la pandemia, la guerra, la sequía y la codicia de los productores agropecuarios. El peronismo, nunca. El peronismo, jamás.
Todos son peronistas mientras les va bien. Ninguno lo es cuando le va mal. Entusiastas partícipes del menemismo mientras la economía noventista funcionó, se hicieron sus mayores críticos cuando la cosa se pudrió. Ahora son críticos de las políticas económicas de su propio gobierno, de manera de cubrir de un extremo al otro el espectro electoral y presentarse como su propia oposición. Aunque idiota, el truco les ha permitido adjudicar las barrabasadas de Menem al neoliberalismo y las atrocidades kirchneristas a las desviaciones izquierdosas del movimiento nacional y popular de manera de convocar el voto por el único peronismo verdadero: el peronismo que vendrá a reemplazar a los peronistas desastrosos que están hoy, y que vaya uno a saber de dónde salieron. El verdadero peronismo está siempre por llegar.
Este 25 de mayo, en otra apropiación de los símbolos patrios que empezó con esa marchita que dice que “la Argentina grande con que San Martín soñó es la realidad efectiva que debemos a Perón”, Cristina se encargó de definir su condición de peronista haciendo suya la primera regla. “No me hago cargo de nada”, fue su mensaje a la multitud que había llegado hasta la Plaza de Mayo a implorarle que sea candidata. “¡Presidenta!, ¡Cristina presidenta!” cantaban los de abajo mientras los del escenario asentían con la cabeza y rezaban porque la única dirigente con capacidad de convertir el núcleo de fanáticos en piso electoral aceptara allí mismo la candidatura. Nada. Cero. Cristina les recordó que estaba abajo del techito y ellos no, ni les contestó y los mandó de vuelta a sus casas bajo la lluvia, empapados y sin candidata pero con esperanza de no ahogarse al llegar.
Todos son peronistas mientras les va bien.
Ninguno lo es cuando le va mal.
Es que la abogada exitosa, la arquitecta egipcia, la lideresa de los cinco continentes y capitana de los cuatro mares no puede hacerse cargo ya de nada. Ni del pasado, ni del presente, ni del futuro. ¿Cómo podría hacerse cargo del pasado si estos veinte años de abrumadora hegemonía comenzaron con los mejores índices macroeconómicos de la historia y terminan sin que un solo indicador sea mejor que en aquel terrible diciembre de 2001 en que el peronismo salió a derrocar a De la Rúa en nombre del hambre popular? ¿Cómo podría Cristina explicar que el 25 de mayo de 2003 todos los índices macroeconómicos eran excepcionalmente favorables, la economía crecía al 7,7% interanual, la inflación era del 3,7%; la presión tributaria, del 21,7%; había superávits fiscal (+2.9%), primario (+4,8%), energético (us$4.384 millones) y comercial (us$6.223 millones) y el mayor boom de los commodities de la Historia mundial duplicó en cuatro años nuestros ingresos por exportaciones? ¿Cómo podría explicar las razones de que en aquel diciembre ensangrentado la soja valiera 160 dólares y la pobreza fuera del 38,3%; mientras que hoy, con la soja sobre los 500, la pobreza supera el 42%? ¿Cómo admitir que no había inflación en 2001 pero hoy es superior al 120%; que la deuda apenas superaba el 50% del PBI y hoy es el doble; que la presión tributaria era del 23% y hoy es el doble; que con la soja por debajo de los us$200 nuestro saldo comercial era superavitario por us$6.223 millones mientras que hoy se ha vuelto deficitario con la soja a más del doble de ese valor?
No es solo el pasado. Cristina tampoco puede hacerse cargo del presente. Por eso en su discurso desde abajo del techito responsabilizó al FMI de los desastres económicos de su gobierno, disimulando el hecho de que desde diciembre de 2019 a hoy el maléfico Fondo depositó en las arcas argentinas us$2.200 millones más de los que retiró. Hacerse cargo de lo que dice, además, significaría exigirle al ministro de economía Sergio Massa, a cinco metros de ella en el palco, que instrumente ya mismo las brillantes ideas cristinistas de romper el acuerdo con el Fondo, salir del FMI y aplicar los principios redistributivos que invocó cuando dijo que no tenemos un problema de producción sino de redistribución. ¿Qué le impide hacerlo, qué le impide hacerse cargo en primera persona del gobierno que configuró con un tweet si es la dirigente con mayor poder político del país? Un enigma envuelto en un misterio. Una declaración de guerra seguida por la inacción. Una comentarista de la realidad, como le endilgó a la oposición.
Quien no puede hacerse cargo el pasado ni del presente tampoco puede hacerse cargo del futuro: Cristina ignoró olímpicamente los ruegos de esa procesión religiosa que estaba frente a ella y había ido a solicitar la aparición de su virgen. Astuta, organizó el escenario con los candidatos destinados a reemplazarla en la difícil tarea de hacerse cargo de la debacle electoral en primer plano. Wado de Pedro. Massa. Kicillof. Cristina sabe muy bien que los días más felices no volverán. Por eso busca afanosamente quien se haga cargo de los días más infelices en que sistemáticamente terminan los ciclos peronistas. Gómez Morales. Celestino Rodrigo. Guzmán. Massa. Remes Lenicov. El lado oscuro y olvidado de la Luna. El rostro oculto del drama nac&pop.
Cristina sabe también que una victoria peronista es imposible en las actuales condiciones. Calcula entonces que será la oposición la que deba hacerse cargo del desastre provocado por veinte años de hegemonía política ininterrumpida, con dieciséis años en el gobierno nacional, mayoría en ambas cámaras y entre los gobernadores, y control de la CGT y los movimientos piqueteros. Ese es el único programa concreto del peronismo para el futuro: una combinación de la bomba de tiempo que prepara Massa y las piedras que el Club del Helicóptero viene juntando para tirar a partir de diciembre de 2023. Es un 2015 en versión reforzada, promovida con la esperanza de refugiarse en la provincia de Buenos Aires y desde allí organizar el bloqueo parlamentario del futuro gobierno, el caos en las calles y el estallido del futuro gobierno opositor. Sobre eso y sobre el control del espacio público es necesario el debate. No sobre las precisiones de un programa económico que en las presentes condiciones es imposible aventurar.
Cristina sabe también que una victoria peronista es imposible en las actuales condiciones
Como todo psicópata, el peronismo no es capaz de hacerse cargo de sus actos ni de sus consecuencias. Nos tocará hacerlo a los ciudadanos y a los dirigentes de la oposición. Para los dirigentes, hacernos cargo significa tomar conciencia de que el gradualismo no es ya una opción viable, comprender que el peronismo nunca apoyará reformas que vayan en contra de la Patria Subsidiada que representa, y tener el coraje de implementar los cambios imprescindibles con celeridad y utilizando todas las herramientas democráticas de que dispongamos; sin esperar ilusorios 70%, ni pedir disculpas ni autorización. Para los ciudadanos, hacernos cargo significa entender que la próxima es, probablemente, la última oportunidad que tiene nuestro país de evitar el caos y la disolución, que no es momento de caprichos porque no nos sobra nada, que el país se ha hecho inviable sin reformas profundas y que las reformas profundas necesitan de poder político. Muchos diputados, muchos senadores y muchos gobernadores, y por lo tanto, una victoria electoral contundente fruto de un voto adulto que no divida a la oposición. Y después, paciencia y esfuerzo, porque Roma no se hizo en un día ni será posible reparar en un par de años siete décadas de devastación.