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LA IMPORTANCIA DE NO LLAMARSE NÉSTOR

marzo 30, 202412 min read

LA IMPORTANCIA DE NO LLAMARSE NÉSTOR


Hace unas semanas, en pleno diluvio, twiteé que todas las calles que llevaban por nombre General Perón o Néstor Kirchner estaban inundadas. ¡Para qué lo habré hecho! Se descargó sobre mi TL una catarata de respuestas indignadas, ninguna de las cuales desmentía mi afirmación. Carezco, por supuesto, de datos ciertos, pero -­como dijo una vez nuestra bienamada ex-presidenta- no tengo pruebas pero tampoco dudas. Y es porque los nombres tienen su peso, y los de Néstor Kirchner y Juan Domingo Perón han sido usados y abusados para nombrar cualquier cosa, de aeropuertos a canillas. En todo el país pero, sobre todo, en el conurbano, territorio en el cual las inundaciones no son una excepción a la regla sino la regla misma, la regla inexorable, cada vez que caen dos gotas.


Los nombres cuentan. “El nombre es arquetipo de la cosa / en las letras de ‘rosa’ está la rosa / y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’” escribió un tal Borges. Acaso por eso, el peronismo le puso los nombres de Evita y de Perón a todo, con la esperanza de que todo se hiciera peronista. El mejor ejemplo es ese adefesio copiado de los peores hábitos arquitectónicos de la revolución cubana que ubicó la silueta de Evita (no se sabe bien si hablando por un micrófono o comiendo una hamburguesa) en el icónico edificio del Ministerio de Obras Públicas (MOP) de la Avenida 9 de Julio. Es un edificio interesante, y que reúne varias referencias histórico-arquitectónicas. Fue el lugar donde se celebró, en 1951, el Cabildo Abierto Justicialista en el cual la leyenda cuenta que Evita renunció a la candidatura a vicepresidenta. Una leyenda que, como el peronismo, persistió a pesar de su falsedad. Es también el edificio en cuyo frontis un astuto arquitecto contrabandeó una miniatura escultórica con una mano atrás, un poco oculta, en actitud de recibir un soborno. Es el único edificio que se salvó de la furia demolitoria que nos permitió tener la avenida más ancha del mundo al precio de tirar abajo media ciudad. Y es el edificio, vaya casualidad, donde el peor gobierno peronista de la historia, lo que es mucho, organizó el vacunatorio VIP mientras los argentinos morían de a miles sin vacunarse. Primero la patria, después el movimiento y por último, los hombres; ya se sabe.


Pero lo más significativo de las gigantografías de Evita dominando la 9 de Julio en su vertiente norte y su vertiente sur es el hecho de que es, por lejos, el monumento escultórico más importante de una ciudad mayoritariamente gorila que nunca, o casi nunca, votó al peronismo. Por el contrario, fue el escenario de sus peores derrotas y la cuna de sus peores adversarios, lo que incluye los tres gobiernos no peronistas de las últimas décadas: De la Rúa, Macri y Milei.

Sin embargo, no fue a la imagen de Evita a la que le puso el ojo el Gobierno, sino al nombre del Centro Cultural Kirchner. Nombre misterioso, si los hay, ya que más allá de sus méritos y deméritos Néstor jamás tuvo nada que ver con la cultura. Y cuando digo nada, digo nada. No es que no fue un escritor, ni un artista, ni algo. Es que se desconocen hasta sus preferencias culturales, y las pocas que se le conocen, es mejor ignorarlas. En realidad, la postulación de Néstor a denominador del principal centro cultural de la Argentina no fue una cuestión de justicia sino todo lo contrario: fue un acto arbitrario estridente y deliberado. Una demostración del poder kirchnerista que decía, básicamente, que si podían llamar Néstor Kirchner a un centro cultural podían hacer cualquier cosa. Somos todopoderosos. Vamos por todo. Hay que tenerle miedo a dios y a nosotros. Eso es lo que decía el nombre Kirchner en un centro cultural, hasta que al fin de cuentas calzó como un anillo al dedo: le pusieron el nombre de Néstor a una obra pública, la enésima, cuyo costo resulta imposible de justificar.


Al respecto, transcribo lo que escribí en 2015 en “Es el peronismo, estúpido”: “La restauración completa del Teatro Colón le costó a la ciudad de Buenos Aires unos 350 millones de pesos, diez veces menos que el Centro Cultural Néstor Kirchner. ¿Que los trabajos para crearlo fueron más extensos y profundos que la restauración del Colón? El monumental centro Georges Pompidou de París, construido desde cero e inaugurado en 1977, costó poco más que el reciclaje del Correo Central argentino: unos u$s663 millones en dólares de 2015 (contra us$423 del CCK). Y el maravilloso Guggenheim de Bilbao costó la ganga de €126 millones de 1997, unos u$s216 millones en dólares de 2015. La mitad. Una razón probable de semejantes diferencias es que los obreros de la construcción de la Argentina peronista ganan salarios mucho más altos que los pobres estadounidenses, franceses y españoles del primer mundo neoliberal, que se derrumba”.


Pero volvamos a la importancia de no llamarse Néstor. ¿Hace bien el gobierno en no renunciar, como se hizo durante los cuatro años de Cambiemos, a dar la batalla cultural, en momentos de tantas dificultades económicas? Así lo creo. No es indiferencia por la suerte de los argentinos sino todo lo contrario; ya que la Argentina es un país que ha fracasado porque fue gobernado demasiado tiempo por pésimas ideas. Es cierto, sería mejor si a la batalla cultural la llamáramos debate público, como en los países civilizados; pero este es un país en el que las dos ramas del Partido Militar, la elitista-videlista y la populista-peronista, se han encargado de militarizar todas las cosas. Detalles.


En todo caso, quitarle el nombre Néstor Kirchner al principal centro cultural argentino no solo lo resguarda de posibles inundaciones sino que abre la posibilidad de nombrarlo con algo que tenga que ver con la cultura. Por eso no me parecen bien los nombres de presidentes o políticos que, como Julio Argentino Roca, habrán hecho enormes aportes al país, incluida la ley de educación, pero que no tienen que ver estrictamente con la cultura. Además, tenemos candidatos culturales de sobra. Allí están a disposición Borges y Piazzola, los dos mayores artistas de la Argentina, reconocidos por el mundo como referencias indudables de primerísimo nivel en la cultura del siglo XX. Talentosos, inconformistas, libres, gorilas. Cualquiera de los dos reúne todas las condiciones para el puesto. Pero si queremos unir la política y la cultura existe un candidato mejor. Un presidente desmesurado y un formidable escritor: Domingo Faustino Sarmiento. Alguien que, junto con Alberdi, es el principal responsable de haber hecho de unas tierras sumidas en la miseria y alejadas del centro del mundo uno de los países más ricos y prósperos de la Tierra. Uno que en pleno siglo XIX comprendió perfectamente lo que hoy llamamos “sociedad del conocimiento y la información” -es decir: el rol decisivo de las producciones inmateriales y de las capacidades intelectuales en el desarrollo de un país- y que en lugar de escribir una obra teórica aplicó esa idea a las políticas públicas.


Escuelas, universidades, liceos, teatros, museos, observatorios astronómicos. Todo lo que Sarmiento construyó tuvo que ver con la cultura y fue el fundamento de la educación que sostuvo este país funcionando durante sus peores crisis, y todavía lo hace. A mi criterio, son méritos más que suficientes para ser considerado el principal héroe de este país. Un loco que se peleaba con todo el mundo pero que nos dejó un sistema educativo responsable de los mejores niveles de Latinoamérica, y superiores a la mayor parte de Europa, por décadas.


Cierro. La figura de Evita y el vacunatorio VIP. El nombre Néstor Kirchner y un monumento al gasto público sospechoso e injustificado. Hay que tener cuidado con los símbolos, compañeros. Los nombres cuentan. Sin embargo, se preguntará alguien, glosando también a Borges: “¿Por qué agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana madeja que en lo eterno se devana, dar otra causa, otro efecto y otra cuita?”. Yo no lo sé, pero sospecho que un país en el que predomine el nombre de Sarmiento sobre el de Néstor Kirchner sería un país mejor. Es la importancia de no llamarse Néstor. Por eso, vamos por el Centro Cultural Sarmiento. La pelota está picando en el área. ¿El arco? Desguarnecido. Señor Presidente, no la tire afuera.


LA IMPORTANCIA DE NO LLAMARSE NÉSTOR

Fernando Iglesias
Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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