Mauricio y Cristina de a ratos tienen evidentemente el mismo problema: la dificultad de cálculo sobre cuánta presión tolera un referente al que consideran de menor valor político. No importa la legitimidad de las razones, sino la probabilidad de condicionar las decisiones de otro. Una de las acepciones del término PODER. Si Rodríguez Larreta quería sacar patente de liderazgo autónomo, ¿cuánto tiempo iba a esperar para quitarse de encima la espada de Damocles de “si no hacés tal cosa, apoyo a Patricia”? El alcalde porteño llegó a la conclusión que era mejor ahora que nunca. Sencillamente el Emir de Cumelén no le dejó alternativa.
Alberto, más allá de sus limitaciones políticas evidentes, se cansó de las presiones de Cristina y terminó haciendo lo que él creía / podía. Por ejemplo, mantener la vigencia de las PASO, o persistir en la hipótesis de su candidatura presidencial, o no darle bola a la mesa política que venía presionando el cristinismo, o despreocuparse por la suerte judicial de la jefa. ¿Está bien o está mal? Varios deberían repasar en estos días las páginas de “Elogio de la Traición” de Jeambar y Roucaute. Curiosa coincidencia la de Cristina y Mauricio.
Si Rodríguez Larreta quería sacar patente de liderazgo autónomo, ¿cuánto tiempo iba a esperar para quitarse de encima la espada de Damocles de “si no hacés tal cosa, apoyo a Patricia”?
El traicionado siempre debe computar la posibilidad de serlo, salvo que crea que su destino de infalibilidad es infinito. El que confía ciegamente en su estrella, tarde o temprano termina cometiendo algún error grueso, ya que se vuelve en exceso temerario. Siempre puede haber una primera vez, un error de percepción o una ocasional mala praxis.
Pero Macri no debería sentirse como el único traicionado. También debería sentirse así el propio “pelado” frente a Vidal. El fue su mentor desde el Grupo Sophia. Quizá fue su mejor pupila. La rescató del ostracismo al volverla al convertirla en ganadora de forma cuestionada en la CABA, lo que le valió reproches del propio Emir. Sin embargo, ella se convirtió en una de sus críticas más feroces en la coyuntura de las “elecciones concurrentes”. ¿Por qué no le agradece al jefe de gobierno que le haya “mantenido su tropa” con contratos en la estructura burocrática porteña? ¿Pesarán más los negocios televisivos de su ahora marido con el futuro presidente de la FIFA? Se ve que hay traiciones por todos lados. Quizá Mauricio y Cristina deberían juntarse para fundar el Club de los Traicionados por “el forro ese…” y contarse sus respectivas penurias. Siempre se puede aprender de las experiencias ajenas.
El sistema político argentino está viviendo quizá el peor experimento político desde 1983: un presidente sin el poder real, una especie de Juan Sin Tierra. La Argentina, país caudillesco y alabador de liderazgos fuertes, siente que el próximo o próxima debe tener carácter y un poder propio, no prestado. Horacito, hijo de Horacio Rodriguez Larreta (un personaje excelso), hace mucho tiempo que había llegado a la conclusión de que su futuro era sin la tutela del ex presidente. Por lo tanto, ser “otro Alberto” no iba a funcionar.
Ninguna decisión política es sin costo. Pensar lo contrario es una formidable fantasía. Larreta pagará costos, quizá enormes. Ese no es el punto. La clave es el balance, o sea, qué se gana y qué se pierde por el camino. ¿Acaso podría haber hecho otra cosa? El consenso en el mundo de la política es que no tenía alternativa. Lo que en todo caso está en discusión es si en el post 2019 fue armando el esquema adecuado para llegar al premio mayor. Al respecto hay muchos aprendices de brujo opinando desde la platea sin nunca haber bajado al campo de juego.
En esta semana pasada una periodista me dijo “¿Vos pensás que Larreta tiene posibilidades? Porque a mí me parece tan mal candidato…”. Lo primero que se debe decir es que si llegó hasta acá es porque no es un mal candidato, aunque como ya dijimos en esta columna hace algunas semanas –pre parricidio- no estaba pasando por su mejor momento producto de una sumatoria de errores tácticos (vendiendo panchos en la playa, haciendo surf con ayuda). Pero en todo caso, me llevó a pensar ¿qué es un buen candidato?
No existe una obra de Shakespeare que calce perfecto con este drama. Podría ser Julio César, pero también algo de Hamlet, Rey Lear, Ricardo III o Macbeth. El genial escritor inglés se quedó corto.
Larreta ¿es un mal candidato porque no tiene carisma? ¿o porque es tibio? El carisma –al estilo tradicional que es cada vez menos importante- es un factor relativo. El carisma no se inventa ¿Acaso es Messi carismático como Maradona? Obviamente no. Por ausencia de ese carisma fue vituperado durante años. Hasta que ganó el último Mundial y ahora lo valioso es su humildad, su fortaleza pese a todo y su “andá pallá bobo”. Conclusión: todo depende de los resultados, Bilardo dixit.
Larreta puede ser considerado un buen candidato por a) su aprobación de gestión en la CABA, b) sus conflictos con el gobierno de Alberto, c) su rol de colaborador durante la primera parte de la pandemia, o d) su carácter conciliador. O puede ser considerado un mal prospecto por a) su carácter excesivamente conciliador, b) su rol de colaborador durante la pandemia, c) su mal manejo de los conflictos con Alberto, o d) su no tan buena gestión en este segundo período. Fara ¿Ud. me está tomando el pelo? ¿Dijo las mismas cuatro cosas? Sí, deliberadamente, solo que a cada una le agregué un adjetivo o un adverbio, para que se note que estamos hablando de diferencias de estilo (tal cual lo ve el votante promedio de Juntos por el Cambio).
¿Larreta hizo mal en haber armado un esquema con parte del radicalismo y con Carrió? Las opciones estratégicas no son las que uno quiere, sino las que permiten las circunstancias. ¿Cuáles son las alianzas más sólidas? Aquellas en las que existen entendimientos profundos y empatía de estilos de conducta y reflexión. La más cruel conveniencia es un disco de corta duración. Si todo esto le sale bien al “pelado”, con el diario del lunes todes hablarán de su genialidad estratégica. Y si no, no alcanzarán las páginas para marcar sus “evidentes” errores.
No existe una obra de Shakespeare que calce perfecto con este drama. Podría ser Julio César, pero también algo de Hamlet, Rey Lear, Ricardo III o Macbeth. El genial escritor inglés se quedó corto.