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THICK AS THE BRICS (GRUESO COMO LOS BRICS)

agosto 27, 202312 min read

La confianza es el cemento que une las relaciones humanas. Sin confianza es imposible cualquier logro público o privado. Sin confianza no puede haber relaciones estables de amor ni de amistad. Sin confianza es imposible la relación entre el alumno y el maestro, entre un director técnico y su equipo, entre el productor y el cliente, entre un paciente y su doctor. Lo mismo sucede en la economía y la política. Son infinitos los estudios que demuestran la importancia que tiene la creación de un ambiente de confianza para generar inversiones, desarrollo, trabajo, producción; así como las consecuencias catastróficas de la falta de confianza; aclaración innecesaria en un país donde nadie confía en un gobierno ni en su moneda y en donde parecen inevitables la fuga al dólar y la inflación.

A la vez causa y consecuencia, si la Argentina atraviesa esta tremenda situación es, en buena parte, porque los argentinos hemos perdido toda confianza en nosotros mismos y en el país. Es que el miedo no es zonzo; y la desconfianza, menos. El lunes, un día después de las elecciones primarias, el Gobierno devaluó 22% los salarios, las jubilaciones y los ingresos y propiedades de los argentinos. No fue el mercado en un contexto de tipo de cambio libre -como el día después de las PASO 2019- el que salió a desprenderse de pesos, bonos, acciones y todo tipo de activos argentinos como reacción a la decisión suicida de poner por cuarta vez en manos kirchneristas nuestro país. Fue el ministro de economía del gobierno elegido en aquellas PASO el que realizó una devaluación de la cotización oficial del dólar, cumpliendo un acuerdo previo con el FMI. ¿Cómo confiar en un gobierno que devalúa la mañana siguiente a las elecciones? ¿Cómo es posible que el ministro responsable de esa devaluación inflacionaria y sin programa se proponga como presidente que va a terminar con la inflación? ¿Como es que todavía lo vota la tercera parte de este país? Preguntas sin respuesta cuya respuesta explicitaría, probablemente, las causas de la decadencia nacional.

Pero la semana argentina de la destrucción de la confianza no terminó allí. La cosa tuvo dimensión internacional. El miércoles 23, el Fondo Monetario Internacional condonó los incontables incumplimientos del gobierno argentino y desembolsó 7.500 millones de dólares sin los cuales la economía habría estallado. El jueves 24, también un día después, un presidente inexistente al que le quedan pocos meses de mandato inexistente anunció la entrada de Argentina a una alianza liderada por China y Rusia: los BRICS.

Ya sé que a nadie le importan las relaciones internacionales. Ya sé que no forman parte de la famosa agenda de la gente. Ya sé que todos piensan que hay cosas más importantes de qué ocuparse y hacer. Pero la inserción internacional de un país es decisiva para su desarrollo, es decir, para que la gente consiga un trabajo digno y no tenga que vivir colgada de un plan. Y si bien esta afirmación cada vez más cierta en esta era global, el fenómeno viene de lejos. Si la Argentina de fines del siglo XIX llegó a ser uno de los diez países más ricos del mundo es porque había encontrado inserción en el circuito internacional de creación de valor. El populismo ha criticado aquel país tildándolo de elitista, atrasado y bucólico. Un país para pocos. Sin embargo, la industria de aquella Argentina “pastoral” creció durante medio siglo al ritmo anual del 5,5%, lo que junto al boom agropecuario puso al país entre los diez más ricos del mundo y lo hizo objeto de la emigración de millones de europeos que prefirieron Buenos Aires a Nueva York. Curioso país para pocos, aquel, al que llegaban millones de españoles e italianos, mientras que hoy sus nietos escapan del desastre generado por sus críticos el movimiento nacional y popular que nos hundió.

Y el proceso comenzó hace ocho décadas con una inserción internacional ideológica y errada. Todavía para 1945, las virtudes del modelo agroexportador similar al de Australia y Canadá eran evidentes: éramos todavía el octavo país más rico del mundo, nuestra legislación laboral y nuestras condiciones de vida eran las mejores de Latinoamérica y muy superiores a la mayor parte de Europa, y veníamos de una década de acumulación de reservas y superávits, con crecimiento ininterrumpido, ascenso social, incorporación de los trabajadores a la clase media y tasas de inflación inferiores al 2% anual.

Fue entonces que nos equivocamos en todo, comenzando por nuestra inserción al mundo. En 1943, en lugar de alinearnos con las democracias del planeta en su guerra contra el nazifascismo, el Partido Militar dio un golpe de Estado filonazi que nos puso del lado equivocado de la grieta que dividía el planeta. Perón declaró que Nüremberg y sus juicios -y no el genocidio cometido en Auschwitz– eran una aberración histórica y sostuvo que los Aliados habrían merecido perder la guerra. Como era de esperarse, ni Perón se disculpó ni los Aliados nos perdonaron nuestra alineación ni esas declaraciones. Así fue que la Argentina perdió toda chance de integrarse al concierto de las naciones civilizadas y la oportunidad quedó en manos de Brasil, cuyo PBI per cápita de aquella época era aproximadamente la cuarta parte del argentino. Brasil no la desaprovechó, y su PBI actual es aproximadamente igual al de la Argentina que parió Perón.

Proteccionismo, aislamiento, industrialismo, estatismo, caza en el zoológico, capitalismo de amigos, sustitución de importaciones. Toda la batería económica de errores populistas que hundieron en el atraso al país y en la miseria a sus habitantes fueron consonantes con la inserción internacional que asumió el peronismo a cargo del país. Ahora quieren ir por más y en condiciones más indignas. Por eso, antes de que cambien las mayorías parlamentarias y el gobierno, el peronismo intenta apresurar un proceso de incorporación a un grupo entre cuyos integrantes se encuentra Rusia, país invasor de Ucrania acusado de innumerables crímenes de lesa humanidad. Un país en el cual se desarrollará en 2024 la próxima reunión de los BRICS, seguramente, en un contexto de prolongación de la guerra. ¿En serio queremos ir?

No es todo. Entre los países que ingresarían eventualmente a los BRICS junto a la Argentina se encuentra Irán, cuyas autoridades son acusadas por nuestra Justicia de ser responsables del atentado a la AMIA que segó la vida de 85 argentinos, sin contar al fiscal Nisman, que cayó mucho después. El vergonzoso pacto de impunidad de Cristina tiene en el intento de incorporación a los BRICS un digno sucedáneo. Despreciando la división de poderes y los dictámenes de la Justicia, el peronismo vuelve a confundir el partido con el gobierno y el gobierno con el Estado, fijando una política internacional a contramano de las necesidades y las convicciones democráticas de la mayor parte del país.

Afortunadamente, existe una oposición que -con todos sus defectos- ha sido capaz de poner un límite a las barrabasadas peronistas, y su candidata a la presidencia ha declarado tajantemente que su próximo gobierno, si así lo fuera, no aceptará la incorporación de Argentina a los BRICS. Aun así, la enésima posición delirante adoptada por el canciller Cafiero y el presidente Fernández crea condicionamientos negativos para el futuro nacional. Para decirlo con Ian Anderson, de Jethro Tull: Thick as a Brick. Grueso como un ladrillo. Déficit comercial, déficit fiscal, déficit energético, atraso cambiario, cepo, dos millones más de pobres y 100.000 millones de dólares más de deuda; crisis de inseguridad; salud, educación e instituciones semidestruidas. Gruesas y pesadas como un ladrillo son la herencia kirchnerista y es la destrucción de la confianza en nuestro país. Thick as the BRICS. En el mejor de los casos, será necesario rechazar la incorporación a una alianza política con la que tenemos mucho que perder y poco que ganar; lo que creará inevitables tensiones con el principal comprador de nuestras exportaciones agropecuarias, China, y con el principal comprador de nuestras exportaciones industriales, Brasil. Un elemento más de la enorme bomba de tiempo que un peronismo en debacle anticipada no le deja al futuro gobierno, sino al país. 

Fernando Iglesias
Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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Fernando Iglesias

Diputado Nacional desde 2017, periodista y escritor.

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