Ahora que la supuesta honestidad de Juancito Grabois ha quedado archivada después
del descubrimiento del fideicomiso de más de mil millones de dólares que
manejaba con la excusa de urbanizar villas, es posible retomar el argumento
político de quién es Grabois y qué representan los Grabois en la política
argentina. Lo hago con cierto conocimiento personal porque hace cinco años, en
pleno gobierno de Cambiemos, mi amigo y profesor -el correligionario Andrés Malamud-
sostuvo que “El cambio cultural sería algo así como que Fernando Iglesias
se tome un café con Juan Grabois”. Y agregó: “Hay que convivir con el
que piensa diferente y ver en nuestro adversario a alguien legítimo”. La
cosa no dio para un café pero sí para un artículo de opinión y un debate en el
programa Diego Sehinkman que quienes estén interesados pueden googlear
fácilmente.
Pero, vayamos a lo nuestro. Las dos afirmaciones de Malamud suenan bien
pero se basan en supuestos falsos: el primero es que el problema del país es el
de la grieta y -por lo tanto- solo cerrando la grieta puede comenzar a
solucionarse. El segundo es que la diferencia que me separa con Grabois -o para
decirlo en general: al peronismo de sus adversarios- es una cuestión de diversidad
de pensamiento. Son dos ideas que se han tornado nuevamente de actualidad cuando
muchos de quienes acusaban a Macri de tibio e indeciso parecen hoy asustarse de
las políticas disruptivas de Javier Milei, y cuando quienes exigían cambios
profundos y veloces piden hoy que el presidente pare la mano.
LA GRIETA
El primer argumento, el de los cierragrietas, recobra intensa actualidad porque
muchos dirigentes del radicalismo -como Lousteau- y del PRO -como Larreta-
vuelven a la carga con la receta cierragrietas. Supremo ejemplo, ante la
derrota parlamentaria de la ley Bases, el ex jefe de gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires escribió en Twitter en tono celebratorio “¡Viva el consenso, carajo!”. No deja de ser
curioso que quienes forman parte de una alianza política cuyo objetivo
declarado es el cambio celebren la derrota de una ley que, con todos sus defectos,
promovía muchos de los cambios imprescindibles para acabar con la decadencia argentina.
En cuanto al consenso, acaso antes de mencionarlo cabría tomar en cuenta que la
ley naufragó, precisamente, en el artículo sobre los fondos fiduciarios; esas
enormes cajas negras de la política que nadie controla, y entre cuyos
beneficiarios -vaya casualidad- está Juancito Grabois, el emisario papal que
prometía regar con sangre las calles para impedir que gobernaran quienes no son
peronistas. ¿Con este chico hay que tomar café? ¿En serio?
Me gusta imaginar hoy a Grabois escandalizado por la noticia de que el
candidato de su espacio, Sergio Massa, trabajará como consultor de un fondo
buitre americano. Pero no es solo eso. El tema es de interés porque exhibe el trípode
político en el que se asentaron veinte años de decadencia; una decadencia que
no se definió por una grieta sino por la presencia de un actor político psicopático,
corrupto y hegemónico: el peronismo, y por la debilidad y adaptabilidad de
quienes tenían la responsabilidad de oponérsele. Lo que generó una sociedad cuya
característica principal es el síndrome de Estocolmo. El trípode antes
mencionado: los psicópatas hambrientos de poder, como Massa; sus violentos aliados
directos, como Grabois, y sus justificadores, que creen que es posible lograr algún
tipo de consenso con la casta peronista para modificar el sistema por el cual proliferaron
y se hicieron ricos y famosos.
Basta ver lo sucedido con la ley Bases en el Congreso, basta ver la
conjunción de opositores al cambio que se expresa cada día -ya sean oligarcas
sindicales, gerentes de la pobreza piqueteros, barones del conurbano, barrabravas
futboleros, expertos en mercados regulados o empresarios especializados en
cazar en el zoológico-, basta observar las declaraciones y las acciones de su
dirección política, el peronismo, para entender que no se trata de inventar consensos
imposibles sino de enfrentar con coraje a la Patria Subsidiada y sus
representantes. Y es exactamente lo que, con errores y aciertos, está haciendo
el Gobierno.
DIFERENCIA DE IDEAS
Lo que nos lleva al segundo supuesto de Malamud: el de la legitimidad de Grabois;
el falso concepto de que los que nos separa del peronismo es una diferencia de
ideas. No lo es. El peronismo carece de ideas y principios: fue filofascista en
los 50, terrorista de izquierda en los 70, represor ilegal después,
socialdemócrata en los 80, neoliberal en los 90 y chavista en el siglo 21. ¿Cómo
es posible que nos separe una diferencia de ideas con quienes adhieren a una idea
distinta cada década con tal de lograr y conservar el poder? ¿Cómo es posible
confundir la diferencia de ideas con la disputa por el poder con una
organización delictiva disfrazada de partido que se comporta como una mafia
corporativa cuando gobierna y como el club del helicóptero cuando no gobierna?
Para ponerlo en los términos de Malamud: ¿cuál podría ser el tema de
conversación en un hipotético café con Grabois? ¿Qué podría yo decirle? ¿Dejen
de cortar las calles y perjudicar a quienes con su trabajo les bancan los
planes? ¿Dejen de sumir a la gente en la miseria para aprovecharse de ellos? ¿Dejen
de amenazar con saqueos y violencia para derrocar al gobierno? ¿Dejen de robar
con la excusa de la urbanización de villas? Queridos cierragrietas: en serio, no
se entiende.
La idea de cerrar incondicionalmente la grieta con el peronismo es la
manera de superar la decadencia ha sido consistentemente derrotada en las
recientes elecciones. Primero, porque por amplia mayoría, los votantes de Juntos
por el Cambio se expresaron en las PASO por la candidata -Patricia Bullrich- que
a pesar de carecer de aparato y recursos encarnó con mayor convicción la
voluntad de cambio. Y después, porque el electorado nacional decidió en las
elecciones generales que el cambio prometido por JxC -que ahora incluía a la
lista derrotada- no era suficiente. No era confiable. No tenía el coraje y la
decisión necesarias para ir adelante, y votó a Javier Milei. El reciente voto
en el Congreso, en el que solo el PRO y La Libertad Avanza apoyaron todos los
artículos de la ley Bases, puede ser el inicio de una nueva configuración
política que, sin diluir identidades, reúna a quienes desde LLA, el PRO, la UCR
y los demás bloques partidarios, están decididos a apoyar los cambios que la
Argentina necesita y a impedir la victoria del club del helicóptero y el
regreso del peronismo al poder. Sin extender un cheque en blanco al Gobierno
pero también sin usar como excusas sus errores e imperfecciones.
En cuanto a Grabois, repite hoy como farsa lo que en los 70 fue una
tragedia: la irrupción violenta de chicos criados en escuelas de elite y que habían
pasado su infancia en Barrio Norte y Recoleta, y que súbitamente encontraron en
sus culpas de clase un motivo para la militancia más estúpida, acérrima y violenta.
Salvando las distancias, el final también ha sido el mismo: soñando con la
revolución, terminaron siendo siervos del movimiento político responsable de la
decadencia argentina. Ayer, del general fundador. Hoy, de la decadente
oligarquía que se generó bajo su invocación y liderazgo.
“Yo siento que estoy más de acuerdo con vos, que estás en la Coalición
Cívica, que con muchos de mi partido; y estoy segura de que a vos te pasa lo
mismo”. La frase pertenece a Gabriela Michetti y me la dijo en uno de los
pasillos del Congreso allá por el año 2009. Ojalá que estos meses tan difíciles
sirvan no solo para sentar las bases de un nuevo modelo económico capaz de
sacar al país de veinte años de estancamiento sino también para organizar el
espectro político de manera que cada grupo responda con precisión a ideas y
principios. Si fuera así, el enorme esfuerzo que están haciendo hoy los
argentinos valdrá doblemente la pena.