Lecornu sobrevive a las mociones de censura y consolida un frágil equilibrio político en Francia

El primer ministro francés superó dos mociones consecutivas en la Asamblea Nacional gracias a la abstención socialista, que le permitió mantener en pie a su gobierno. El resultado le da oxígeno, pero confirma la debilidad estructural del oficialismo y la división creciente entre la izquierda y la ultraderecha.

Mundo16 de octubre de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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El gobierno de Sébastien Lecornu logró superar uno de los capítulos más tensos de la política francesa reciente. En una jornada que mantuvo en vilo al Palacio Borbón, el primer ministro resistió dos mociones de censura consecutivas —una impulsada por la izquierda y otra por la ultraderecha— y evitó así un derrumbe prematuro de su gestión. La clave estuvo en el rol del Partido Socialista, que optó por la abstención y permitió que el Ejecutivo conservara la mayoría mínima necesaria para mantenerse en pie.

La votación fue el reflejo más nítido del equilibrio precario que domina hoy la política francesa. Lecornu, designado primer ministro hace apenas semanas por Emmanuel Macron, afrontó desde el inicio un Parlamento fragmentado, sin bloques dominantes y con una oposición dividida pero ruidosa. En este contexto, cada sesión se convirtió en una pulseada de supervivencia. La moción presentada por la coalición de izquierda La Francia Insumisa reunió 271 votos a favor, quedando a solo 18 de la mayoría absoluta de 289. La propuesta de la ultraderecha, en tanto, alcanzó apenas 144 apoyos. Ambas fracasaron, pero dejaron en evidencia que el margen político del gobierno es mínimo.

El alivio del Ejecutivo no se traduce en estabilidad. Las abstenciones socialistas fueron decisivas, pero no implican un apoyo político sostenido. La dirigencia del Partido Socialista condicionó su postura a la suspensión de la reforma previsional impulsada por el anterior gabinete, uno de los temas más impopulares entre los trabajadores y que había encendido semanas de protestas en todo el país. La concesión permitió destrabar la votación, pero también fijó límites: el apoyo no fue un cheque en blanco. Los líderes socialistas advirtieron que seguirán actuando “caso por caso” y que no acompañarán aquellas políticas que, según su visión, impliquen retrocesos sociales o privatizaciones encubiertas.

El primer ministro buscó aprovechar el resultado para proyectar fortaleza. En su mensaje posterior a la sesión, aseguró que el gobierno “escuchó el mensaje del Parlamento” y que trabajará para “tejer consensos en torno a la responsabilidad fiscal y la justicia social”. Sus palabras apuntaron tanto a sus aliados como a los mercados, que miran con atención la evolución del clima político ante la inminente discusión del presupuesto 2026. El propio Lecornu sabe que el verdadero desafío aún no empezó: aprobar las cuentas públicas será una prueba más dura que las mociones de censura.

El escenario legislativo francés se ha vuelto un laberinto. Desde las últimas elecciones, ningún bloque consiguió mayoría absoluta, y el Ejecutivo depende de acuerdos transversales para aprobar leyes clave. La reforma previsional, la política migratoria y el plan energético son solo tres de los temas que generan fracturas internas. En ese marco, el resultado de las mociones refleja más una tregua táctica que una consolidación real del poder. Los analistas coinciden en que la supervivencia del gobierno depende de su capacidad para negociar simultáneamente con sectores moderados del socialismo y del centroderecha republicano, sin perder legitimidad ante la opinión pública.

La ultraderecha, liderada por Marine Le Pen, no tardó en capitalizar el episodio para posicionarse como la principal fuerza opositora. En su intervención, acusó al Ejecutivo de “gobernar de espaldas a la sociedad” y de sostenerse “solo por los pactos de despacho”. El Reagrupamiento Nacional, que ha crecido en los sondeos y consolidado su presencia territorial, buscaba con la moción provocar una fractura que debilitara la alianza entre macronistas y socialistas. No lo logró, pero aprovechó la ocasión para reforzar su discurso sobre la “desconexión” de la élite parisina y el desgaste del modelo centrista.

En el otro extremo, la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon también buscó forzar una derrota del gobierno para rearmar su liderazgo dentro del bloque progresista. Sin embargo, la decisión socialista de abstenerse profundizó las grietas dentro del frente de izquierda. La Francia Insumisa acusa al socialismo de “traicionar la causa popular”, mientras que los socialistas replican que su responsabilidad fue “evitar un vacío institucional que solo beneficiaría a la extrema derecha”. Esa tensión se proyecta hacia el futuro inmediato, en vísperas de una nueva secuencia de protestas sociales convocadas por sindicatos y movimientos juveniles.

La estrategia de Lecornu se apoya en una idea central: resistir, ganar tiempo y evitar una crisis política mayor. Su figura, más técnica que carismática, representa para Macron una garantía de orden y continuidad. Exministro de Defensa, Lecornu se formó en la escuela de la administración pública francesa y es considerado un negociador pragmático. En los últimos días multiplicó los contactos discretos con dirigentes de la oposición moderada para asegurar respaldo a las reformas estructurales. Su entorno confía en que el resultado de las mociones fortalecerá su posición negociadora y abrirá una etapa de acuerdos parciales que permitan “gobernar sin mayorías, pero con estabilidad”.

Sin embargo, el panorama económico amenaza con complicar esa aspiración. Francia enfrenta una desaceleración del crecimiento, un déficit fiscal superior al 5 % del PIB y tensiones sociales derivadas del aumento del costo de vida. En ese contexto, cada proyecto de ley se convierte en una disputa ideológica. La reforma presupuestaria será el eje central de las próximas semanas: el Ejecutivo pretende reducir el gasto en subsidios energéticos y aumentar la inversión en defensa, medidas que generan rechazo tanto en la izquierda como en la ultraderecha. La posibilidad de que Lecornu deba recurrir nuevamente al artículo 49.3 de la Constitución —que permite aprobar leyes sin votación parlamentaria— sigue sobre la mesa y podría reactivar las protestas masivas.

En el Palacio del Elíseo, Macron celebró discretamente el resultado, consciente de que el margen obtenido no es sinónimo de fortaleza. Su gobierno ha aprendido que sobrevivir es, en sí mismo, una forma de victoria en el actual tablero político francés. La relación con Lecornu parece sólida, al menos por ahora: el presidente valora su perfil moderado y su capacidad de tender puentes. Pero la presión crece. El propio Macron ha reconocido en privado que el sistema político “necesita oxígeno” y que el país vive un “fin de ciclo” que podría desembocar en una recomposición profunda del mapa partidario.

La jornada parlamentaria, más allá del resultado, deja varias certezas. La primera, que la gobernabilidad en Francia depende hoy de acuerdos frágiles y de una negociación permanente. La segunda, que la división entre las oposiciones beneficia al Ejecutivo tanto como lo limita. Y la tercera, que la crisis de representación sigue abierta: ningún bloque logra encarnar una mayoría estable ni ofrecer una salida institucional clara. En este tablero de minorías, Lecornu consiguió, al menos por ahora, ganar tiempo. Pero en el fondo sabe que cada sesión futura será una nueva batalla por la supervivencia política.

La votación cerró con aplausos contenidos y rostros cansados. En los pasillos de la Asamblea, los diputados coincidían en un mismo diagnóstico: el equilibrio alcanzado es frágil, provisional, casi ilusorio. Francia, una vez más, parece avanzar por el filo entre la estabilidad y la parálisis.

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