Texas bajo el agua: tragedia, ausencia estatal y un clima cada vez más despiadado

Una tormenta brutal dejó al estado de Texas al borde del colapso. Con casi 80 muertos y decenas de desaparecidos, la catástrofe reveló las fallas estructurales de un sistema de prevención y alerta que no estuvo a la altura. El agua arrasó vidas, hogares y certezas.

06 de julio de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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La escena fue casi bíblica: un río convertido en monstruo, un muro de agua barriendo casas, campamentos y autos como si fueran piezas de juguete. El desastre climático que golpeó el corazón de Texas no fue solamente una cuestión de volumen de agua, sino de desprotección, improvisación y silencio institucional previo.

La tragedia más grande ocurrió en el Hill Country, una zona montañosa donde el agua bajó con violencia desde terrenos resecos y saturados. Allí, campamentos escolares fueron los más golpeados: decenas de niñas quedaron atrapadas en estructuras precarias sin tiempo de escapar. Las imágenes de casas flotando, autos volcados y personas atrapadas en árboles conmovieron al país. También encendieron alarmas sobre una verdad incómoda: el sistema de alertas no funcionó.

Emergencia tardía y respuesta reactiva

La magnitud del desastre obligó a la declaración de emergencia estatal y federal. Las fuerzas de rescate trabajaron sin descanso durante días, pero muchos vecinos aseguran que no recibieron advertencias previas. Algunos fueron sorprendidos mientras dormían, otros durante un día de picnic familiar.

Más de 850 personas fueron rescatadas, muchas de ellas con helicópteros. La operación fue titánica, pero llegó cuando el daño ya era irreversible. El saldo: casi 80 muertos, entre ellos decenas de niños, y al menos 40 personas desaparecidas.

 
Una brecha en el sistema que ya no puede negarse

Las lluvias no fueron inusuales por su existencia, sino por su intensidad y velocidad. Más de 380 milímetros cayeron en pocas horas. Pero el sistema de prevención no estaba preparado. Las advertencias meteorológicas se emitieron tarde, de forma errática, y muchos teléfonos celulares no llegaron a recibir los avisos.

No se trató de un error puntual. Fue el reflejo de años de desinversión, de degradación de los sistemas de alerta, de desprecio político por las infraestructuras críticas. Y, sobre todo, de una sociedad que subestimó —o prefirió ignorar— que el clima ya cambió para siempre.

 
El dolor de las comunidades

Los testimonios son desgarradores. Familias enteras quedaron bajo el lodo. Personas que intentaron huir a pie fueron arrastradas. Muchos sobrevivientes narran cómo escuchaban gritos desde otras casas sin poder hacer nada. Las comunidades más afectadas, además, eran zonas rurales sin grandes estructuras edilicias ni refugios formales.

Campamentos escolares como Mystic quedaron destruidos. El agua se llevó carpas, mochilas y cuerpos. Las autoridades locales han comenzado a recibir donaciones, pero la reconstrucción emocional será mucho más larga que la material.

 
La política del después

Como suele ocurrir, la política reaccionó después de los hechos. Visitas oficiales, promesas de fondos, condolencias públicas. Pero las preguntas ya no pueden ser evitadas: ¿por qué no se fortalecieron los sistemas de detección temprana? ¿Por qué no se habían instalado alarmas en zonas vulnerables? ¿Por qué nadie pensó en los niños durmiendo a metros de un río con capacidad destructiva?

La tragedia expuso además una grieta más profunda: la diferencia entre quienes pueden escapar —porque tienen información, recursos o contactos— y quienes quedan a merced de lo que el agua o el fuego decidan.

 
Lluvias que no terminan y riesgo latente

Las previsiones no son alentadoras. Nuevas lluvias están previstas en áreas ya colapsadas, con suelos saturados e infraestructura destruida. Expertos advierten que podrían producirse más desbordes en los próximos días.

Al mismo tiempo, se teme por enfermedades, cortes de electricidad prolongados y desplazamientos masivos. Miles de personas ya fueron evacuadas y la mayoría de ellas aún no puede regresar a sus casas.

 
Un espejo del futuro

Texas es apenas una postal anticipada del nuevo siglo climático. Donde antes había estaciones, ahora hay extremos. Donde antes había prevención, hoy hay incertidumbre. Y donde antes había respuestas políticas, ahora hay parches de urgencia.

Esta catástrofe no fue simplemente una tragedia natural. Fue una tragedia anunciada por un sistema que eligió mirar hacia otro lado mientras las nubes se acumulaban. La pregunta no es si esto volverá a pasar. La pregunta es dónde, cuándo y con cuánta muerte de por medio.

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