Quilmes estalla y el peronismo se rompe en vivo: trapitos, represión, La Cámpora, Grabois y la interna que ya no se puede tapar

Los incidentes frente al Concejo Deliberante de Quilmes durante una protesta contra una ordenanza de tránsito y estacionamiento no fueron un episodio municipal más. El choque entre organizaciones vinculadas a Juan Grabois y la gestión ligada a Mayra Mendoza expuso una fractura política que ya venía abierta en el peronismo bonaerense. La pelea dejó heridos, detenidos, acusaciones cruzadas y un trasfondo mucho más profundo: la disputa por quién representa hoy “lo popular”, cómo se administra el orden y quién conduce a la oposición.

Política22 de diciembre de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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Mayra Grabois

La escena ocurrió en el corazón institucional del poder local. Mientras en el Concejo Deliberante avanzaba el tratamiento de una ordenanza vinculada al tránsito y al estacionamiento, en la calle se multiplicaban las corridas, los empujones y los enfrentamientos entre manifestantes y la Policía Bonaerense. La protesta estaba encabezada por cuidacoches y militantes de organizaciones sociales alineadas con el universo político de Juan Grabois, que rechazaban la iniciativa impulsada por el municipio.

El conflicto escaló rápidamente. Lo que había comenzado como una movilización contra una norma administrativa derivó en violencia, detenidos y un operativo policial que terminó de transformar una discusión local en un escándalo político de alcance nacional. Quilmes se convirtió, en cuestión de horas, en un espejo de la crisis interna del peronismo.

La ordenanza como disparador, no como causa


El proyecto aprobado no se limitaba a prohibir la actividad de los trapitos. Desde el municipio se presentó como un plan integral de ordenamiento del tránsito y del estacionamiento, con un sistema municipal de estacionamiento medido, controles sobre circulación y un esquema de concesión a largo plazo. En ese marco, el oficialismo local sostuvo que la medida apuntaba a responder a reclamos vecinales, reducir conflictos en el espacio público y ordenar una actividad históricamente informal.

Uno de los puntos más sensibles del proyecto era la promesa de “formalización” de quienes hoy trabajan de manera informal vinculados al estacionamiento, con la posibilidad de integrarlos a un sistema regulado. Esa promesa, sin embargo, fue leída de manera opuesta por los manifestantes, que interpretaron la norma como una avanzada punitiva, una privatización encubierta y una expulsión de los sectores más vulnerables del espacio público.

Ahí se partió el tablero. Para el municipio, se trataba de gestión y orden. Para las organizaciones sociales, de criminalización de la pobreza.

De la protesta social al enfrentamiento político


La protesta no fue improvisada. Hubo movilizaciones previas, advertencias y un clima de tensión creciente. El día de la sesión, ese clima estalló. La presencia policial, el intento de avanzar hacia el edificio y la respuesta de las fuerzas de seguridad derivaron en choques que rápidamente se viralizaron.

En ese punto, Juan Grabois tomó el conflicto como propio. No solo cuestionó la ordenanza, sino que apuntó directamente contra la intendenta Mayra Mendoza y contra La Cámpora. Habló de represión a trabajadores, de abandono de las banderas históricas del peronismo y de una gestión que, según su mirada, había cruzado una línea roja.

Desde el camporismo, la respuesta fue igual de frontal. Se acusó a Grabois de fogonear la violencia, de irresponsabilidad política y de utilizar a los sectores populares como herramienta de presión. El intercambio, lejos de buscar una salida, terminó de romper cualquier canal de diálogo.

Mayra Mendoza, Grabois y una relación rota


El episodio de Quilmes dejó en evidencia algo que ya venía gestándose: la relación entre Grabois y La Cámpora está quebrada. Durante años convivieron dentro del mismo universo político, con tensiones, pero con una lógica de alianza tácita. Hoy, esa convivencia ya no existe.

Mayra Mendoza representa una forma de construcción política basada en el control territorial, la gestión municipal y la pertenencia orgánica a La Cámpora. Grabois encarna otra tradición: la militancia social, la economía popular, la disputa desde afuera del aparato estatal. Ambos dicen hablarle al mismo sujeto social. Y cuando dos liderazgos compiten por la misma base, el conflicto se vuelve inevitable.

Quilmes fue el escenario donde esa disputa dejó de ser discursiva para volverse física y explícita.

Axel Kicillof, la Bonaerense y el silencio incómodo

Aunque no fue protagonista directo, el gobernador Axel Kicillof quedó inevitablemente involucrado. La Policía Bonaerense depende de la Provincia y cada intervención en un conflicto social arrastra al gobernador al centro de la escena. En este caso, el silencio y la cautela marcaron la postura oficial, pero no evitaron que el episodio impactara en la interna bonaerense.

El conflicto también reavivó tensiones latentes entre el armado camporista y el esquema político que rodea al gobernador. La disputa entre gestión, control del territorio y relación con los movimientos sociales atraviesa a todo el peronismo bonaerense, y Quilmes lo expuso sin filtros.

Una historia que viene de lejos

El peronismo siempre convivió con un dilema estructural: cómo administrar el orden sin romper el vínculo con los sectores informales y empobrecidos. Ese dilema se expresó, a lo largo de su historia, en múltiples formas: sindicatos versus movimientos, gobernadores versus conducción nacional, aparato estatal versus militancia territorial.

Durante los años kirchneristas, los movimientos sociales crecieron en poder, recursos y visibilidad. Administraron programas, construyeron redes territoriales y se consolidaron como actores políticos. La Cámpora, en paralelo, construyó poder desde el Estado, la gestión y el control institucional. Durante un tiempo, ambos mundos convivieron. Hoy, chocan.

La llegada de un gobierno nacional con una agenda de ajuste profundizó esa tensión. En un contexto de crisis social, cualquier política de ordenamiento se vuelve explosiva. Quilmes sintetiza ese dilema: un gobierno municipal peronista defendiendo regulación y control, frente a militancia peronista denunciando represión.

La policía como línea roja

El uso de la fuerza fue el punto de no retorno. En el peronismo, la imagen de represión a trabajadores y militantes tiene un peso simbólico enorme. Aunque el municipio defendió el operativo como necesario para garantizar el funcionamiento institucional, la narrativa de la violencia ya había ganado terreno.

La Policía Bonaerense, con su historia cargada, funciona como un detonante automático de crisis políticas. Cada intervención reabre debates no saldados y expone fragilidades en la conducción política.

Un peronismo sin conducción clara


Lo que dejó Quilmes es la confirmación de una crisis de liderazgo. No hay hoy una autoridad indiscutida capaz de ordenar al conjunto del peronismo. Cristina Kirchner conserva centralidad simbólica, pero no ejerce conducción cotidiana. Kicillof intenta construir liderazgo desde la Provincia. La Cámpora defiende su poder territorial. Grabois disputa la representación moral y social de los sectores populares.

El resultado es un peronismo fragmentado, donde las internas se juegan en la calle, en redes sociales y en los concejos deliberantes, sin instancias eficaces de resolución.

Quilmes como mensaje político


El conflicto excede largamente a Quilmes. Funciona como un mensaje interno hacia todo el peronismo. Para La Cámpora, sostener la ordenanza es demostrar capacidad de gobierno y control del territorio. Para Grabois, confrontar es marcar que no acepta un peronismo que administre el orden a costa de los pobres.

Ambos hablan a públicos distintos, pero dentro del mismo espacio político. Y esa superposición es la raíz del quiebre.

La ordenanza fue aprobada. El municipio logró su objetivo institucional. Pero el costo político es alto. La gestión quedó asociada a un episodio de violencia que golpea su identidad. Del otro lado, el espacio de Grabois también asume costos: la protesta quedó ligada al desborde y a la confrontación directa con el Estado.

El saldo final es claro: el peronismo perdió, una vez más, la capacidad de procesar sus diferencias sin romperse en público.

PERONISMO: Un quiebre que ya no se puede disimular


Después de Quilmes, la pregunta ya no es si hay fractura, sino si existe algún mecanismo para recomponer una convivencia mínima. La discusión no es solo sobre trapitos o estacionamiento. Es sobre qué peronismo emerge en una Argentina empobrecida, cómo se gobierna el conflicto social y quién tiene autoridad para decidir.

Quilmes fue el escenario. El quiebre es el mensaje. 

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