La guerra bajo tierra: Ucrania enfrenta un asedio subterráneo en el este del país

En una de las zonas más disputadas del frente oriental, las tropas rusas y ucranianas trasladaron la batalla al subsuelo. Túneles, minas y galerías se convirtieron en el nuevo campo de combate, mientras ambas partes buscan controlar una plaza estratégica que podría definir el curso del conflicto.

Mundo15 de octubre de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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Ucrania

La guerra en Ucrania ha adquirido un nuevo rostro: invisible, sofocante y oscuro. Bajo las ruinas de una ciudad que ya fue destruida varias veces, los soldados combaten a pocos metros de profundidad, en un laberinto de túneles que recuerda las guerras de trincheras del siglo XX, pero con la tecnología del XXI. Lo que comenzó como un intento de proteger posiciones se transformó en un asedio subterráneo que, según observadores, redefine la naturaleza del conflicto.

Las fuerzas rusas habrían cavado túneles de infiltración para intentar rodear y debilitar las defensas ucranianas. A su vez, las tropas de Kiev respondieron conectando búnkeres y galerías subterráneas mediante corredores estrechos, reforzados con hormigón y acero. En algunos tramos, los soldados escuchan las palas y las explosiones del enemigo al otro lado de la tierra. Cada metro de terreno conquistado cuesta horas de excavación, maniobras a ciegas y riesgo de derrumbes.

El control de esa plaza —cuyo nombre los mandos ucranianos evitan divulgar por razones tácticas— se volvió prioritario para ambos bandos. Para Rusia, representa la llave hacia el avance en la región del Donbás. Para Ucrania, es el símbolo de su resistencia en un frente que no cede. La lucha se libra en silencio, sin cámaras, sin testigos. Solo el eco metálico de las herramientas, los disparos perdidos y el temblor de la tierra anuncian que la guerra continúa, ahora bajo los pies de quienes la sufren.

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Una batalla que se libra sin luz ni aire


En este tipo de combate, la visibilidad es nula y la supervivencia depende de la coordinación. Los soldados se orientan con linternas, sensores térmicos y planos improvisados. El aire escasea, la humedad corroe las armas y los derrumbes son frecuentes. La tecnología apenas logra compensar la brutalidad del entorno: pequeños drones con cámaras térmicas intentan detectar movimientos enemigos entre capas de tierra inestable, pero las interferencias y los gases dificultan su uso.

El esfuerzo logístico es extremo. Mantener ventilación, oxígeno, alimentos y munición en los túneles exige un trabajo constante. Los heridos deben ser evacuados en camillas improvisadas a través de pasadizos de apenas un metro de ancho. En algunos sectores, los combates se reducen a enfrentamientos cuerpo a cuerpo, con granadas, cuchillos o explosivos colocados directamente contra las paredes de tierra.

Para los mandos militares, la guerra subterránea implica un desafío estratégico: cómo sostener líneas de defensa cuando el enemigo no ataca desde el frente sino desde abajo. Los ingenieros militares calculan cada movimiento con precisión milimétrica, porque un error puede derrumbar kilómetros de túneles o sepultar unidades enteras.

Un escenario que multiplica el desgaste humano

El asedio subterráneo convierte cada victoria en un sacrificio. Los soldados que sobreviven describen la sensación de luchar dentro de una tumba: sin horizonte, sin luz, sin silencio. Las condiciones sanitarias son precarias; la temperatura en los túneles puede superar los 30 grados y la humedad llega al 90%. Las infecciones respiratorias, la deshidratación y el agotamiento psicológico se volvieron parte de la rutina.

Los médicos militares comparan este tipo de estrés con el de los mineros atrapados bajo tierra, pero agravado por el miedo permanente a los ataques con explosivos. En las unidades más afectadas, los relevos deben hacerse cada 48 horas para evitar colapsos físicos y mentales. La guerra, en su versión subterránea, borra cualquier ilusión de heroísmo: solo deja supervivencia.

Mientras tanto, las ciudades cercanas siguen vacías. Los civiles que quedan viven sobre un entramado de túneles que desconocen. En algunos barrios, los derrumbes de superficie provocados por las explosiones subterráneas destruyeron viviendas enteras. El suelo vibra con frecuencia; nadie sabe cuándo ni dónde abrirá un nuevo cráter.

Tecnología, espionaje y la nueva frontera del combate

El conflicto subterráneo también abrió una carrera tecnológica. Rusia utiliza sensores sísmicos y radares de penetración terrestre para detectar túneles ucranianos. Ucrania, por su parte, recurre a inteligencia satelital y sistemas de interferencia electrónica para identificar movimientos bajo la superficie. Se trata de una guerra invisible, donde los mapas ya no se dibujan con líneas sino con capas geológicas.

Algunos analistas militares la describen como una “guerra tridimensional”: superficie, aire y subsuelo. Quien controle esos tres niveles dominará la dinámica del frente. Pero el costo humano crece exponencialmente. Cada túnel tomado implica bajas masivas y días de trabajo para asegurar el terreno. La tierra se convierte en enemigo y refugio al mismo tiempo.

El combate subterráneo también tiene un componente psicológico. La oscuridad prolongada, el silencio y el encierro provocan desorientación. En las unidades ucranianas, los psicólogos militares trabajan para evitar crisis de pánico o episodios de claustrofobia. Los soldados rotan en turnos breves, pero el trauma se acumula. “Bajo tierra no hay guerra limpia”, confiesa uno de ellos, “solo miedo y barro”.

Un símbolo del punto muerto de la guerra

El asedio en el este refleja el estancamiento general del conflicto. Ninguno de los dos bandos logra un avance decisivo, y cada territorio disputado se convierte en una ruina más. Las negociaciones diplomáticas permanecen congeladas mientras el frente se hunde —literalmente— en la tierra.

La guerra de túneles muestra que Ucrania y Rusia han entrado en una fase de resistencia prolongada, donde cada innovación táctica produce más destrucción que resultados. Las ciudades del este se desmoronan entre bombardeos superficiales y explosiones subterráneas, y la línea del frente ya no puede trazarse en un mapa convencional.

Los expertos coinciden en que esta nueva modalidad de combate podría definir los próximos meses del conflicto. Los túneles, una vez improvisados para proteger civiles, ahora son el corazón de una guerra de desgaste que consume vidas y recursos. Ningún ejército sale indemne de una guerra bajo tierra.

Lo que ocurre en esa plaza clave del este de Ucrania es más que una batalla: es la representación literal de una guerra que cava hacia su propio abismo, mientras el mundo observa desde la superficie sin comprender del todo lo que sucede en las profundidades.

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