El plan de salud de Robert F. Kennedy Jr. desata una tormenta en EE.UU.

El secretario de Salud presentó un ambicioso y controvertido programa para transformar el sistema sanitario estadounidense. Su enfoque, que va desde la regulación alimentaria hasta la inteligencia artificial, divide a la opinión pública entre quienes lo acusan de alarmista y quienes lo celebran como un reformador audaz.

Estados Unidos08 de julio de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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Kennedy con su esposa.

Con el lema “Make America Healthy Again”, Robert F. Kennedy Jr. sorprendió al país al anunciar un plan integral para reformular la salud pública de Estados Unidos. La propuesta no solo apunta a cambiar hábitos alimenticios y reducir el consumo de ultraprocesados, sino también a rediseñar organismos reguladores, recortar burocracia y fomentar el uso de tecnología avanzada como la inteligencia artificial y los dispositivos portátiles de monitoreo médico. La magnitud del proyecto y la velocidad con la que se pretende implementarlo generaron un terremoto político y técnico que ya sacude a Washington.

Una cruzada personal con impacto nacional
Kennedy Jr., heredero de una dinastía política e histórica en el país, decidió iniciar su gestión con un fuerte golpe sobre la mesa. Según explicó, la salud de los estadounidenses está en crisis por la dependencia a una industria alimentaria desregulada, por la complicidad de organismos públicos con laboratorios y por una cultura de la enfermedad que posterga la prevención. Su plan incluye una ofensiva contra los aditivos químicos, los colorantes sintéticos y los aceites refinados presentes en productos consumidos masivamente, especialmente por niños. Desde su oficina, la llamada comisión MAHA elaboró un informe que denuncia la relación directa entre estos componentes y el aumento de enfermedades crónicas. Sin embargo, dicho informe fue señalado por sectores académicos por deficiencias metodológicas y falta de consenso científico.

Más allá de lo alimentario, el proyecto de Kennedy también apunta a eliminar barreras administrativas en temas como la vacunación. De hecho, uno de sus primeros movimientos fue levantar la exigencia de vacunación contra el COVID-19 para embarazadas y menores, lo que desató una ola de reacciones en el sector médico. Las asociaciones profesionales lo acusaron de poner en riesgo la salud pública y de tomar decisiones sin evidencia suficiente. Para sus defensores, en cambio, se trata de una devolución de autonomía a las familias y una crítica necesaria a la excesiva centralización del poder sanitario.

En paralelo, el secretario busca modernizar el sistema incorporando inteligencia artificial a gran escala. La idea es que algoritmos especializados colaboren en detectar fraudes, agilizar aprobaciones y realizar monitoreos preventivos. La propuesta incluye también fomentar el uso masivo de dispositivos tecnológicos —como relojes inteligentes o sensores biométricos— que brinden datos en tiempo real sobre el estado de salud de los ciudadanos. Estas herramientas serían la base de una medicina preventiva personalizada, pensada para anticipar enfermedades y reducir los costos del sistema. No obstante, surgen interrogantes éticos sobre la privacidad, el acceso desigual a la tecnología y la posible pérdida del criterio clínico tradicional.

Al mismo tiempo, Kennedy avanzó con una reestructuración institucional. Su plan contempla recortes drásticos de personal en organismos como la FDA, los CDC y los Institutos Nacionales de Salud. Propone una redistribución de recursos hacia programas de nutrición y educación comunitaria, mientras recorta fondos a sectores de investigación y control epidémico. Las críticas no tardaron en aparecer: desde varios estados y sectores sanitarios se teme que estos recortes dejen al país expuesto frente a futuras emergencias, pandemias o brotes, sin los mecanismos de respuesta adecuados.

Entre el liderazgo y la incertidumbre
El estilo de Robert F. Kennedy Jr. no deja indiferente a nadie. Para algunos, representa la llegada de un reformador dispuesto a enfrentar intereses poderosos y a pensar fuera de la caja. Para otros, es un demagogo que erosiona la estructura científica del sistema sanitario. Su historial crítico de las farmacéuticas y su postura escéptica frente a las vacunas despiertan recelo en buena parte de la comunidad médica, pero también generan apoyo entre sectores que reclaman una medicina más accesible, menos dependiente de corporaciones y centrada en la prevención.

Mientras se implementan las primeras medidas y se anuncian nuevas fases del programa MAHA, la tensión crece entre quienes piden una evaluación más rigurosa y quienes consideran que cualquier demora perpetúa un modelo ineficiente y excluyente. En medio de esa tensión, Kennedy consolida su imagen como una figura disruptiva que busca rehacer las reglas del juego.

El plan de salud de Robert F. Kennedy Jr. marca un punto de quiebre en la gestión sanitaria estadounidense. Su combinación de medidas preventivas, reformas institucionales y uso intensivo de tecnología presenta una visión alternativa a la medicina tradicional. Si bien sus decisiones generan controversia, también abren un debate profundo sobre cómo debería organizarse un sistema de salud justo, eficaz y sostenible en el siglo XXI. El tiempo dirá si su proyecto será recordado como una revolución sanitaria o como un experimento arriesgado con consecuencias inciertas.

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