17 de octubre: la jornada que parió al peronismo y el mito de su Marcha

La irrupción obrera en Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945 consolidó a Juan D. Perón como líder popular y fijó el “Día de la Lealtad”. Años después, el himno partidario —de autoría disputada— se volvió la banda sonora permanente de esa memoria.

Política17 de octubre de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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La historia argentina cambió de ritmo un miércoles caluroso. Desde fábricas del sur porteño y de los cordones industriales del Gran Buenos Aires, columnas de trabajadores marcharon sobre Plaza de Mayo exigiendo la liberación de Juan Domingo Perón, detenido días antes en medio de una puja interna del gobierno militar. Al caer la tarde, la presión callejera torció la coyuntura: Perón fue trasladado al Hospital Militar, negoció con los mandos y esa noche apareció en el balcón de la Casa Rosada. Allí pidió la normalización institucional y se acuñó, sin saberlo, el mito fundacional del peronismo. 

La movilización no surgió de la nada. Desde 1943, Perón había tejido una relación directa con el mundo del trabajo desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, impulsando convenios, estatutos y derechos que lo convirtieron en referente de las centrales sindicales. La renuncia forzada del 8 de octubre, su posterior detención y el intento de aislarlo aceleraron la respuesta obrera: la calle se transformó en el lugar de la política. Ese día marcó, además, un punto de inflexión dentro del propio Ejército, que pasó de fracturado a resignado ante la evidencia de un liderazgo civil capaz de llenar la Plaza y encaminarse a las urnas. 

Cómo se gestó el 17: de los barrios y talleres a la Plaza

Las primeras columnas salieron de La Boca, Barracas, Parque Patricios y del oeste porteño. En el eje La Plata–Berisso–Ensenada, miles de frigoríficos y metalúrgicos se plegaron a la marcha; nombres del sindicalismo como Cipriano Reyes tuvieron un papel dinámico en la convocatoria, que también se multiplicó por contagio: los obreros abandonaban talleres, sumaban a otros y avanzaban hacia el centro. La CGT, que debatía su rol desde la víspera, terminó en los hechos convalidando la presión callejera que cambió la relación de fuerzas. 

La magnitud del acto fue —y sigue siendo— objeto de disputa. La propaganda oficial de entonces habló de “medio millón”; estudios historiográficos y estimaciones de superficie/aforo sugieren cifras más bajas para la Plaza y sus diagonales, aunque nadie discute el impacto simbólico y político de la concentración. La discusión cuantitativa importa porque revela otra cosa: desde su nacimiento, el peronismo fue, además de una fuerza social, una batalla por los sentidos de la memoria. 

Eva, el movimiento obrero y los debates de la memoria

El lugar de Eva Duarte en esa jornada también ha sido revisado por la investigación académica. Hay consenso en que su vínculo político con Perón ya era estrecho, pero su rol operativo en la convocatoria obrera no aparece como determinante en las fuentes sindicales de la época; la épica posterior tendió a agrandarlo. La matriz de poder que emergió de 1945, en cambio, sí la tendría como figura clave en la articulación con sindicatos y en la construcción simbólica del nuevo movimiento. 

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Al día siguiente del acto, la dinámica se reordenó con rapidez. Perón formalizó su candidatura, se casó con Eva el 23 de octubre y montó una coalición electoral inédita —laboristas, radicales renovadores e independientes— que lo llevaría a la presidencia en febrero de 1946. Desde entonces, cada aniversario del 17 repuso un ritual masivo en Plaza de Mayo, con liturgia, medallas, consignas y una estética política propia que borró las fronteras entre Estado y movimiento. 

La música del mito: la Marcha Peronista, entre versiones y disputas de autor

Si el 17 de octubre es el rito, la Marcha es su música. “Los muchachos peronistas” —tal su nombre oficial— tiene autoría discutida desde hace décadas: la tradición partidaria y múltiples testimonios se cruzan sin veredicto definitivo. Sí puede fecharse con bastante precisión su consolidación pública: se cantó en actos de fines de los ’40 y la versión que clavó aguja en la cultura popular fue la que grabó Hugo del Carril en 1949. Desde entonces, no hubo acto peronista sin ese estribillo. 

La marcha se adaptó a todos los climas: versiones de orquesta típica, jazz, carnavalito, chacarera, vals e incluso lecturas rock y metal formaron un catálogo que habla menos de una melodía inamovible que de su porosidad cultural. Su motivo melódico migró a tribunas deportivas con el “¡Dale campeón!”, prueba de que un himno partidario puede transmutar en canto popular cuando el pulso rítmico coincide con el latido de una época. 

A la disputa por la letra se le suma otra por la música: hay relatos que adjudican el germen a marchas sindicales previas —como una supuesta “Los gráficos peronistas”— y reescrituras posteriores que, a medida que el movimiento crecía, fueron “nacionalizando” la pieza como himno oficial. Como suele pasar con los mitos sonoros, lo que importa no es sólo quién la hizo, sino quién la cantó y en qué momento: Del Carril, Mauré y hasta las orquestas de Canaro contribuyeron a fijar una versión “canónica” que con el tiempo sería patrimonio sensible de millones. 

El 17 como pedagogía política

El 17 de octubre enseñó dos lecciones que perduran. La primera: la centralidad del trabajo organizado en la vida pública argentina. No fue un estallido espontáneo sino una movilización con raíces en políticas laborales concretas —salario, derechos, convenios— que otorgaron identidad y autoestima a los asalariados. La segunda: el poder de la calle como variable que influye en instituciones, incluso en contextos de tutelaje militar. Desde entonces, cada aniversario reabre una pedagogía política: el peronismo se reconoce en ese alumbramiento y sus adversarios recuerdan que la Argentina plebeya entró a la Plaza para no irse más. 

Ese día también dejó un repertorio simbólico que perdura: el “descamisado” como orgullo de clase, la liturgia del balcón, la iconografía de las grandes concentraciones. Con luces y sombras, aciertos y desbordes, el 17 ordenó una parte de la gramática pública —gestos, palabras, canciones— que todavía estructura la conversación política del país. No es casual que, a 80 años, se siga discutiendo cuántos fueron, quiénes convocaron, qué dijo exactamente Perón, cuál fue el papel de Eva o de tal dirigente: en los mitos fundacionales, cada detalle pelea por sentido. 

Del rito al presente: por qué sigue interpelando

En el calendario cívico, el 17 de octubre funciona como espejo. Cada generación lo mira y proyecta sus propias preguntas: las centrales sindicales lo leen como identidad y desafío; los gobiernos peronistas, como reaseguro de legitimidad; las oposiciones, como recordatorio de que hay una mayoría social difícil de ignorar. Incluso para los no peronistas, el 17 opera como fecha ineludible para pensar la relación entre Estado, mercado y mundo del trabajo en la Argentina. Tal vez por eso la Marcha —con su cadencia marcial, sus consignas y su plasticidad musical— resiste cambios de moda y de paisaje: porque más que un “tema”, es un dispositivo de memoria. 

A 80 años, el Día de la Lealtad conserva su capacidad de movilización simbólica y su interpelación a la política real. La escena de 1945 —los obreros cruzando puentes y ríos, los pies en la fuente, la ciudad paralizada— condensa una promesa y una advertencia: cuando los de abajo encuentran una voz, el tablero entero se reordena. Desde entonces, la Plaza funciona como caja de resonancia, y la Marcha, como metrónomo de una historia que, para bien o para mal, sigue marcando el compás de la Argentina. 

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