El PP llevará al Gobierno al Constitucional por no presentar los Presupuestos: nueva escalada en la disputa institucional

El principal partido de la oposición formalizó su decisión de recurrir al Tribunal Constitucional tras considerar que el Ejecutivo vulnera la obligación legal de presentar las cuentas del Estado. La maniobra amplía la confrontación entre Sánchez y Feijóo y tensiona el equilibrio institucional.

España17 de octubre de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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El conflicto entre el Gobierno y el Partido Popular entra en una fase inédita. Tras semanas de advertencias, el PP anunció que llevará al Ejecutivo ante el Tribunal Constitucional por no haber presentado el proyecto de Presupuestos Generales del Estado dentro del plazo establecido. La medida no solo busca impugnar una supuesta irregularidad administrativa, sino también reforzar la ofensiva política del bloque conservador contra la Moncloa. Con esta jugada, el partido de Alberto Núñez Feijóo pretende situar a Pedro Sánchez en el centro de una nueva tormenta jurídica, mientras el Gobierno intenta contener el daño político sin ceder a la presión.

El eje del reclamo es técnico, pero sus implicancias son profundamente políticas. Según el PP, la ausencia del proyecto presupuestario representa una vulneración de la Ley de Estabilidad Presupuestaria y de los principios de control parlamentario. El argumento es que, al no remitir las cuentas al Congreso dentro de los plazos previstos, el Ejecutivo elude una de sus principales obligaciones constitucionales: someter su política económica y fiscal al escrutinio legislativo. Desde el partido opositor sostienen que el retraso no puede justificarse por la falta de apoyos, ya que el procedimiento exige que el Gobierno, como mínimo, presente un marco financiero para su debate, incluso si luego es rechazado.

La presentación del recurso ante el Tribunal Constitucional busca, en los hechos, escalar el conflicto institucional. El PP no espera una resolución inmediata, pero confía en el impacto simbólico del gesto. La maniobra responde a una estrategia más amplia de desgaste que busca consolidar la idea de un Ejecutivo paralizado, incapaz de cumplir con sus funciones básicas y sostenido únicamente por acuerdos frágiles con sus socios de coalición. En ese marco, la ausencia de Presupuestos funciona como metáfora de la supuesta parálisis gubernamental que los populares intentan instalar en la opinión pública.

En la Moncloa, la reacción fue medida pero firme. El entorno de Sánchez atribuye el retraso a razones de gobernabilidad y coordinación con los socios parlamentarios. Según esa versión, la complejidad de la coalición, la fragmentación del Congreso y la necesidad de consensuar partidas específicas con formaciones regionales impiden avanzar en un calendario convencional. El Ejecutivo defiende su derecho a priorizar la estabilidad política sobre los tiempos formales y acusa al PP de intentar “judicializar” la vida institucional. La estrategia oficial se centra en presentar el litigio como una maniobra partidista, sin sustancia jurídica, orientada exclusivamente a generar ruido mediático.

Sin embargo, incluso dentro del oficialismo reconocen que la demora en la presentación de los Presupuestos tiene un costo político. El gobierno transita un momento de fatiga y enfrenta dificultades crecientes para sostener el relato de gestión. La inflación moderada pero persistente, los reclamos por la pérdida de poder adquisitivo y la falta de avances visibles en la agenda social erosionan la confianza de los votantes. En ese contexto, la ausencia de Presupuestos no solo debilita la imagen del Ejecutivo, sino que alimenta la sensación de inercia que la oposición busca capitalizar.

El PP, consciente de ese terreno fértil, estructura su discurso en torno a la idea de responsabilidad institucional. Feijóo insiste en que su partido actúa en defensa del orden constitucional y de la transparencia pública. Pero detrás de la retórica jurídica se esconde un cálculo político más profundo. La judicialización del conflicto permite al PP ocupar simultáneamente dos espacios: el de garante institucional y el de oposición combativa. Con el recurso, los populares trasladan la disputa desde el Parlamento —donde el Ejecutivo conserva margen de maniobra— hacia el terreno judicial, donde el Gobierno tiene menos control.

En paralelo, los socialistas buscan desactivar la narrativa opositora con un mensaje de calma y continuidad. En las próximas semanas, la Moncloa prevé anunciar un plan financiero parcial que funcione como puente hasta la aprobación de nuevas cuentas. La idea es presentar la maniobra como un gesto de responsabilidad frente a la inestabilidad parlamentaria. Aun así, la presión política seguirá en aumento. Si el Ejecutivo no logra presentar un proyecto completo antes de fin de año, la oposición planea convertir el tema en eje central de su campaña de desgaste institucional.

El trasfondo de esta disputa revela un fenómeno más amplio: la creciente judicialización de la política española. Lo que antes se resolvía en el ámbito parlamentario ahora se traslada a los tribunales. En los últimos años, tanto el PSOE como el PP han recurrido al Constitucional para dirimir conflictos que, en otras circunstancias, se habrían negociado políticamente. Esta tendencia refleja un deterioro del diálogo institucional y una pérdida progresiva de confianza entre los principales partidos. La política española se convierte así en una arena judicial, donde cada fuerza busca en el derecho lo que no consigue en el consenso.

Para el Tribunal Constitucional, el caso supone un desafío. Si decide admitir el recurso, se abrirá un proceso que podría extenderse durante meses, sin impacto inmediato pero con fuerte valor simbólico. En cambio, si lo rechaza, el PP utilizará la negativa para reforzar su discurso de persecución y alineamiento del sistema judicial con el poder ejecutivo. En ambos escenarios, la institución quedará nuevamente atrapada en el fuego cruzado de la política.

Mientras tanto, la ciudadanía observa con desconfianza una dinámica que parece alejar cada vez más la acción política de las preocupaciones cotidianas. En un contexto de desaceleración económica, el bloqueo presupuestario se traduce en incertidumbre. La falta de un marco financiero claro afecta la planificación de gobiernos autonómicos, municipios y empresas públicas. También impacta en la percepción internacional: las agencias de calificación y los inversores observan con inquietud la incapacidad del Estado para aprobar sus cuentas en tiempo y forma.

Sánchez enfrenta así un dilema clásico de los gobiernos en minoría: ceder para avanzar o resistir para preservar autoridad. La opción elegida —esperar y negociar hasta último momento— le permite ganar tiempo, pero alimenta la narrativa de debilidad que la oposición explota con habilidad. La comparecencia que el presidente prepara para los próximos días intentará contrarrestar ese efecto, reivindicando la estabilidad frente al ruido institucional. Pero el desafío inmediato es concreto: demostrar que el Ejecutivo aún gobierna y que la parálisis no se ha convertido en norma.

Feijóo, por su parte, refuerza su estrategia de oposición de Estado. Su objetivo no es solo desgastar al Gobierno, sino proyectar una imagen de fiabilidad institucional ante los sectores moderados. El recurso al Constitucional le permite hablar a la vez al electorado conservador y al votante centrista desencantado con el clima de polarización. En su discurso, el PP se presenta como defensor de la legalidad y garante de la normalidad institucional, un rol que aspira a consolidar como plataforma para futuras elecciones generales.

El choque entre ambas estrategias define el pulso político del momento: un Ejecutivo que resiste para no perder iniciativa y una oposición que busca forzar los límites de la legalidad para recuperar protagonismo. En el centro de esa tensión se encuentra el presupuesto, no solo como instrumento financiero, sino como símbolo de gobernabilidad. Su ausencia expone la fragilidad de un sistema que depende cada vez más de la confrontación que del acuerdo.

La política española parece atrapada en un círculo que se repite: bloqueos, recursos judiciales, discursos de resistencia y victorias simbólicas que no se traducen en soluciones concretas. En ese marco, el recurso del PP ante el Tribunal Constitucional no solo representa una jugada jurídica, sino un síntoma de una democracia que debate su rumbo a través de los tribunales.

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