Trump y Xi sellan una tregua en Corea del Sur y desactivan la guerra comercial

Los presidentes de Estados Unidos y China acordaron una pausa de un año en la escalada arancelaria. El encuentro en Busan marcó el inicio de una nueva fase en la relación entre las dos mayores potencias del mundo.

30 de octubre de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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Un acuerdo con impacto inmediato

La principal medida anunciada fue la reducción de aranceles recíprocos. Estados Unidos bajará del 20 % al 10 % los gravámenes sobre varios productos industriales chinos, y China levantará temporalmente las restricciones a la exportación de tierras raras, vitales para la industria tecnológica. A cambio, Pekín reanudará compras de soja y gas licuado estadounidenses por un total estimado de más de 15 mil millones de dólares.

La reacción fue inmediata: las bolsas asiáticas cerraron con importantes alzas y el índice industrial Dow Jones tuvo su mejor jornada desde abril. Más allá de los gestos de cooperación, el mensaje político fue claro: ambos países reconocen que una confrontación total sería insostenible para sus economías.

La batalla de fondo

Sin embargo, lo que realmente está en juego va más allá de cifras. Tras la tregua, existe una lucha estructural sobre quién dominará las tecnologías del futuro. La Casa Blanca acusa a China de manipular su moneda, subvencionar empresas estatales y apropiarse de patentes estratégicas. Por su parte, Pekín sostiene que Washington intenta frenar su desarrollo mediante sanciones y bloqueos.

El conflicto en torno a los microchips ilustra esta disputa. Desde 2023, EE. UU. ha endurecido el control de exportaciones de semiconductores avanzados, mientras que China ha limitado el acceso a metales como el galio y el germanio, esenciales para su producción. La reunión en Busan dejó abierta la posibilidad de establecer un “canal técnico de cooperación”, que funcionaría como un comité conjunto para evaluar el mercado de insumos críticos.

Aunque aún no hay un calendario definido, este anuncio fue interpretado como un alivio para empresas de ambos países, especialmente en las industrias automotriz, aeroespacial y tecnológica.

Fentanilo y diplomacia química

Un tema sensible abordado en el encuentro fue el fentanilo. Trump llegó a Corea del Sur solicitando que China intensificara el control sobre los precursores químicos que llegan a laboratorios clandestinos en Norteamérica. Xi, sin negar el problema, aceptó establecer un protocolo de cooperación policial y sanitaria.

Este compromiso es significativo: en EE. UU., el fentanilo causa más de 70 mil muertes anuales, y su procedencia está vinculada a proveedores chinos que operan cerca de la frontera mexicana. Si se cumple este pacto, podría tener un impacto real en una crisis sanitaria que se ha convertido en un drama social y político.

El telón geopolítico

La reunión se llevó a cabo en Busan, la segunda ciudad más importante de Corea del Sur, un país aliado de Washington pero con creciente dependencia comercial de Pekín. La elección del lugar no fue aleatoria; Trump quiso mostrar su influencia en Asia y Xi desearía proyectarse como un líder abierto al diálogo en un terreno neutral.

La conversación duró más de tres horas, pero no se tocó la cuestión de Taiwán, que sigue siendo el principal obstáculo para una relación estable. No obstante, ambos mandatarios coincidieron en la necesidad de “reducir el riesgo de malentendidos estratégicos”, una expresión diplomática que implica evitar movimientos militares inesperados.

El ambiente del encuentro fue sorprendentemente cordial. Al finalizar, Trump sonrió y dijo: “Él me entiende y yo lo entiendo”. Xi, por su parte, destacó la “sabiduría de dos pueblos con responsabilidades globales”.

Repercusiones globales

Analistas interpretan la cumbre como un respiro táctico más que como una reconciliación duradera. Aunque las diferencias estructurales persisten, el alto el fuego comercial podría ser el primer paso hacia un marco más estable. En Europa, Bruselas celebró la distensión, al considerar que la rivalidad entre Estados Unidos y China estaba afectando su industria de transición verde.

En América Latina, se anticipan efectos positivos. Argentina y Brasil podrían beneficiarse de una mayor estabilidad en los precios de los productos agrícolas, mientras que México enfrentará el desafío de adaptarse a las nuevas condiciones del mercado norteamericano.

Japón, Australia y Corea del Sur —los aliados asiáticos más cercanos de EE. UU.— seguirán de cerca estos desarrollos, temerosos de que un eventual fracaso reactive el proteccionismo y las sanciones cruzadas.

Una tregua con fecha de vencimiento

El acuerdo alcanzado en Busan tendrá una duración inicial de doce meses. Durante este tiempo, ambas partes se comprometieron a revisar mensualmente los progresos y evitar medidas unilaterales. En abril de 2026, Trump está programado para viajar a China en visita oficial, y se espera que Xi devuelva la visita meses después.

Si el diálogo prospera, podría dar paso a una nueva etapa: un esquema de competencia administrada con reglas claras y límites definidos. Sin embargo, si el acuerdo se rompe, la hostilidad podría reanudarse de inmediato.

En resumen, esta tregua no elimina el conflicto; simplemente lo contiene. Detrás de las sonrisas y los comunicados se libra la batalla más profunda de nuestra era: determinar quién establecerá las normas del comercio, la tecnología y el poder en el siglo XXI.

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