Agosto empieza con un sorbo de tierra: rituales, creencias y sentidos del Día de la Pachamama

La festividad de la Pachamama atraviesa generaciones y geografías: desde el altiplano hasta las grandes ciudades, se celebra con agradecimiento, respeto y esperanza para el nuevo ciclo.

Curiosidades01 de agosto de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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El dia de la Pachamama.

El Día de la Pachamama no figura en los calendarios oficiales, pero cada año gana más fuerza en la memoria colectiva. En pueblos, barrios y hasta oficinas, la gente se detiene, entierra deseos, agradece y bebe en ayunas un trago de caña con ruda.

El 1° de agosto se abre una pausa ritual que conecta lo cotidiano con lo sagrado, lo comunitario con lo íntimo, en honor a la tierra como madre, sustento y fuerza vital.

La celebración de la Pachamama tiene raíces indígenas profundas, especialmente entre los pueblos originarios andinos como los quechua y los aimara. “Pacha” significa mundo, tiempo o espacio; “mama” es madre. Juntas, las palabras encarnan una deidad telúrica que representa fertilidad, vida y equilibrio.

El 1° de agosto marca el inicio del nuevo ciclo agrícola. Es el momento en que se agradece por las cosechas pasadas y se piden bendiciones para lo que vendrá. Aunque la celebración es de origen precolombino, se mantuvo viva a través de la transmisión oral incluso después de la colonización, y hoy se practica con fuerza renovada en todo el país.

Uno de los rituales más populares es la corpachada, un acto de ofrenda a la tierra. Se cava un pozo y se deposita allí comida, hojas de coca, vino, cigarrillos, caramelos, frutas, incluso cartas escritas con intenciones y deseos. Todo eso se devuelve a la Pachamama como gesto de reciprocidad. En algunos pueblos del norte, esta ceremonia se realiza en comunidad, con músicos, bailes y comidas compartidas.

Junto a la corpachada, hay otros gestos que definen el espíritu del día. El sahumado de los hogares o negocios con hierbas aromáticas como ruda, incienso, mirra o palo santo es común en muchas provincias. También se acostumbra desechar objetos viejos o basura acumulada, como símbolo de limpieza espiritual y renovación.

Sin embargo, el ritual que más se ha expandido en los últimos años es la caña con ruda. Desde el alba del 1° de agosto, se bebe en ayunas un pequeño sorbo de esta mezcla alcohólica, preparada con ruda macho —una planta fuerte, asociada a la protección—. La tradición dice que protege de las enfermedades del invierno, aleja los “malos aires” y atrae buena suerte. Muchos la repiten durante varios días o la preparan con anticipación para que la infusión sea más potente.

En ciudades como Buenos Aires, Rosario o Córdoba, cada vez más colectivos sociales, centros culturales, escuelas y oficinas públicas realizan pequeñas ceremonias. A veces es una pausa breve con un brindis colectivo; otras, un altar improvisado con frutas, flores y fuego.
La tradición ya no es exclusiva del norte argentino: se ha expandido como una forma de reconectar con la tierra en medio del vértigo urbano. A nivel simbólico, se resignifica también como acto político, ecológico y espiritual, reivindicando cosmovisiones indígenas muchas veces marginadas.

Aunque no es una fecha oficial, el Día de la Pachamama tiene reconocimiento social creciente. Muchas provincias lo han incluido en sus agendas culturales, y para algunos pueblos originarios es tan central como el Año Nuevo o el Inti Raymi. En escuelas rurales se enseña el sentido del agradecimiento a la tierra, y en ferias de artesanías o eventos espirituales se refuerza la importancia de cuidar el entorno natural.

A pesar de su carácter ancestral, la celebración dialoga con problemáticas contemporáneas. En tiempos de crisis climática, de incendios forestales y extractivismo, la Pachamama se vuelve símbolo de resistencia. Los rituales no son solo actos devocionales, sino también formas de recordar que la tierra no es un recurso, sino un ser vivo al que se le debe respeto.

El Día de la Pachamama es mucho más que una ceremonia tradicional: es un puente entre pasado y presente, entre lo espiritual y lo político, entre la tierra y quienes la habitan. Con una caña con ruda al amanecer o una simple ofrenda en la tierra, millones de personas renuevan el vínculo con lo esencial: agradecer, pedir permiso y cuidar. Porque al final, como dice la sabiduría ancestral, “la tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la tierra”.

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