El hermano de Diego: “Me siento vacío. Mi papá murió buscándolo”

A más de cuatro décadas de su desaparición, los restos de Diego Fernández fueron identificados gracias al trabajo del EAAF. Su hermano Javier rompió el silencio con dolor y dignidad, y reclamó justicia para cerrar una herida que pesa sobre toda la familia.

Policiales07 de agosto de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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"Me siento vacío. Mi papá murió buscándolo”.

Con la voz entrecortada y los ojos vidriosos, Javier Fernández recibió la noticia que cambia una historia familiar desangrada desde hace 41 años. Los restos encontrados en el terreno lindero a la casa que una vez habitó Gustavo Cerati correspondían a su hermano Diego. “Me siento vacío”, dijo. “Mi papá murió buscándolo."

Este hallazgo no es solo un dato forense, sino el cierre tardío —y doloroso— de una búsqueda que sufrió indiferencia y silencio institucional desde el comienzo.

Dolor acumulado y memoria implacable
En cuadras de silencio y de clamores sin eco, el padre de Diego invirtió casi una década buscando respuestas. La frustración lo alcanzó en las calles de Galván y Congreso, donde fue atropellado y murió sin saber qué había ocurrido con su hijo.

Esa ausencia persistente marcó a Javier y a su madre, quienes hoy atraviesan el duelo con la posibilidad real, aunque incompleta, de despedirse.

Una búsqueda que nunca fue prioridad
La hipótesis inicial sonó absurda entonces: la policía calificó la desaparición de Diego como una “fuga de hogar”, una respuesta barata e inaceptable que enmudeció una investigación sensible. Desde ese momento, la familia se encontró sola en una ruta oscura.

Ahora, con el nombre de Diego en un informe técnico, esa desidia cobra una forma concreta que interpela a la Justicia.

Justicia mínima, dolor acumulado
La autopsia confirmó lo que la carne temía: Diego fue víctima de un asesinato brutal, con herida de arma blanca en el pecho y signos de intento de desmembramiento. El cuerpo fue enterrado apresuradamente, a poca profundidad. Son detalles que conmueven porque reviven la violencia de su pérdida y el olvido social que la sostuvo.

“Necesitamos justicia, que se haga justicia”
Esa frase fue una súplica sin retórica: no es un reclamo político, sino un grito moral. El duelo de Javier y su familia quitó años al silencio. El hallazgo permitió poner nombre, pero exige que el Estado responda con más verdad que reproche.

¿Qué sigue ahora?
La causa sigue abierta. Aunque el tiempo amenaza con borrar los plazos de prescripción, hoy hay esperanza: la familia quiere respuestas. Quiere que alguien pague por lo que pasó, y que el país reconozca que ninguna desaparición puede quedar impune, ni enterrada en el olvido.

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