La farsa de Hipnocracia: crónica del filósofo inexistente y su obra generada por IA

Una historia desopilante en la que incluso una crónica y podcast compartido por nuestro portal cayó en el texto hecho con CHAT GPT.

Curiosidades17 de abril de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
jianwei-xun_5598d81c_250407103651_1280x1317
El filósofo inexistente

Introducción: Un escándalo literario en la era digital

En los albores de 2025, el mundo intelectual se vio sacudido por la revelación de un engaño sorprendente. Un ensayo filosófico aclamado internacionalmente, titulado Hipnocracia, resultó no tener un autor humano real. Su supuesto creador, un enigmático filósofo hongkonés llamado Jianwei Xun, simplemente no existía. La noticia estalló como una bomba cultural: la obra había sido coescrita por un sistema de inteligencia artificial, concretamente por la IA conversacional ChatGPT (junto con otra IA llamada Claude), bajo la coordinación de un ensayista italiano. Aquello que muchos consideraban uno de los libros más lúcidos del año era en realidad el primer gran experimento literario en el que un autor ficticio creado con IA engañó a críticos y lectores por igual.

La historia de Hipnocracia es un relato cautivador que combina intriga literaria, reflexión filosófica y debate tecnológico. A continuación, se presenta una reconstrucción cronológica detallada de cómo se gestó y desenmascaró esta farsa intelectual. Se narrará el origen de la obra y de su autor inventado, el recorrido que llevó al libro desde su publicación hasta el éxito, y finalmente el descubrimiento del engaño que expuso la verdad. También exploraremos el argumento central del libro –esa inquietante teoría de la “hipnocracia”–, identificando quiénes estuvieron detrás de su autoría (real y fingida) y qué papel desempeñó ChatGPT en la creación y difusión de la obra. La crónica culminará con una reflexión sobre el impacto de lo sucedido en la cultura y la literatura contemporánea, así como en el creciente debate sobre inteligencia artificial y autoría en el ámbito creativo.

Génesis de un experimento literario con IA


La idea de Hipnocracia nació como un experimento intelectual audaz. Detrás del proyecto estaba Andrea Colamedici, un filósofo, editor y divulgador italiano nacido en 1987, conocido por sus innovadoras iniciativas culturales. Colamedici es cofundador de la editorial Tlon (un espacio cultural multidisciplinar inspirado en los mundos ficticios de Borges) y profesor de “Prompt Thinking” –el arte de dialogar con inteligencias artificiales– en instituciones académicas europeas. Apasionado por la filosofía y la tecnología, concibió a mediados de la década de 2020 un proyecto híbrido: co-escribir un libro de filosofía en colaboración con la inteligencia artificial. Su objetivo era ambicioso y provocador: no solo explorar las posibilidades creativas de los algoritmos de lenguaje, sino también poner a prueba los límites de la credulidad del mundo académico y editorial.

Para llevar a cabo esta empresa, Colamedici decidió unir la inteligencia humana con la artificial en un acto de creación conjunto. En lugar de escribir un ensayo de la manera tradicional, empezó a desarrollar una metodología en la que las ideas filosóficas se gestarían en diálogo con máquinas. Con la llegada de modelos avanzados de lenguaje como ChatGPT (de OpenAI) y Claude (de Anthropic), las herramientas estaban dadas. Colamedici no pretendía ceder la pluma completamente a las IA; por el contrario, ideó un proceso en el cual él generaba los conceptos básicos y argumentos, y luego hacía que las IA los expandieran, discutieran y enriquecieran. Este enfoque de “pensamiento antagonístico” significaba que Colamedici desafiaba a las máquinas con sus propias tesis para ver qué perspectiva o contrapunto podían ofrecerle ellas. En palabras del propio autor, “no le pedí a la máquina que escribiera por mí, sino que usé a GPT y Claude para contrastar las ideas que yo había escrito”. El diálogo con las IA le permitía pulir conceptos, detectar inconsistencias y explorar ángulos inesperados.

De esta interacción dinámica surgió el borrador de una teoría filosófica original. Colamedici vio emerger de esas sesiones un tema central: la manipulación de la percepción en la era de la posverdad y la inteligencia artificial. Fascinado por las implicaciones sociales de las nuevas tecnologías, el autor humano junto con sus colaboradores virtuales empezaron a construir los cimientos de lo que denominarían “hipnocracia”. A medida que avanzaba el proceso creativo, Colamedici comprendió que tenía algo especial entre manos: un ensayo visionario que desentrañaba las fronteras difusas entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la simulación, tanto en el contenido de la obra como en su forma de gestación.

La teoría de la Hipnocracia: contenido y significado de la obra

El concepto de hipnocracia, eje central del libro, se revela como una idea tan inquietante como provocadora. Según la obra Hipnocracia, en la era digital contemporánea estamos asistiendo al surgimiento de un nuevo régimen de poder que no se basa ya en la censura directa ni en la represión física, sino en la manipulación sutil y omnipresente de la percepción de la realidad. Este régimen, mezcla de distopía y descripción sociopolítica actual, se caracterizaría por mantener a la sociedad en un estado de trance permanente, casi como bajo un hechizo, mediante la saturación informativa y el bombardeo de narrativas.

El libro describe la hipnocracia como un sistema de control social sin necesidad de policías ni censores evidentes: en lugar de prohibir ideas, genera tal abundancia de versiones de la “verdad” que resulta imposible distinguir lo real de la ilusión. Vivimos, argumenta el texto, en un estado de “hipnosis permanente, donde la conciencia está atenuada pero nunca completamente dormida”. En otras palabras, el ciudadano moderno ya no es reprimido por la fuerza, sino distraído y condicionado por un flujo continuo de información y estímulos algorítmicos que moldean su visión del mundo. Las redes sociales, las noticias virales, la propaganda digital y hasta los entretenimientos personalizados serían las nuevas herramientas de poder. En este “trance funcional” –como lo llama el libro– la población sigue funcionando día a día, pero su entendimiento de la realidad está sutilmente guiado por quienes controlan la narrativa global.

Para aterrizar esta tesis, Hipnocracia identifica a ciertos personajes emblemáticos como ejemplos de los “sumos sacerdotes” de esta nueva arquitectura de poder. El texto señala a figuras como el expresidente estadounidense Donald Trump y al magnate tecnológico Elon Musk como paradigmas de líderes hipnócratas. Ambos, cada uno a su manera, habrían perfeccionado el arte de influenciar a las masas a través de relatos en lugar de hechos. Por un lado, Trump –según analiza la obra– “vacía el lenguaje de significado: sus consignas, repetidas hasta el infinito, se vuelven significantes vacíos, carentes de contenido y sin embargo cargados de poder hipnótico”. Por otro lado, Musk inundaría la imaginación colectiva con “promesas utópicas destinadas a no materializarse, arrastrando las mentes a una trance permanente de anticipación obsesiva”. Ambos ejemplificarían cómo, en la hipnocracia, los líderes reescriben expectativas, modulan deseos y colonizan el inconsciente de las personas mediante narrativas cautivadoras. Como resume el libro con crudeza, “ya no hace falta poseer las fábricas si se pueden poseer las mentes”. Este aforismo resume la tesis escalofriante del ensayo: el control económico y político en el siglo XXI pasa por dominar la esfera cognitiva y emocional de la ciudadanía, más que sus cuerpos.

El argumento de Hipnocracia transita por escenarios tanto presentes como futuristas. Analiza las “arquitecturas de atención” diseñadas por las plataformas digitales –esas interfaces y algoritmos que compiten por retener nuestros ojos y clics– y cómo fragmentan la atención colectiva. Explora también el concepto de “realidades solapadas”, en las que múltiples narrativas contradictorias coexisten, sumiendo al público en la confusión sobre qué es verdad. En lugar de hablar simplemente de desinformación, el libro sugiere que el fenómeno al que nos enfrentamos es más profundo: una era de la sugestión masiva, en la que la opinión pública es esculpida a base de impactos emocionales y relatos seductores más que con datos verificables. El resultado es una sociedad adormecida, complaciente, donde la crítica y la conciencia se ven erosionadas sin necesidad de coerción evidente.

Pese a lo sombrío del panorama que pinta, el ensayo también invita a la reflexión crítica. Al desentrañar los mecanismos sutiles con que opera la hipnocracia, la obra exhorta al lector a despertar del trance informativo y recuperar la lucidez. Paradójicamente, este llamado parece provenir de un autor ficticio, lo que añade una capa más de ironía a la experiencia: Hipnocracia no solo describe una simulación que reemplaza la realidad, sino que es en sí misma una simulación encarnada en un filósofo simulado. Esta coincidencia deliberada entre el mensaje y el medio resultaría evidente más adelante, al descubrirse la verdad tras Jianwei Xun.

Nacimiento de Jianwei Xun: el filósofo que nunca existió

Con el manuscrito del ensayo prácticamente terminado a mediados de 2024, Andrea Colamedici decidió dar el siguiente paso de su experimento: crear una identidad falsa para firmar la obra. Consideró que atribuir el texto a un autor real, especialmente si era él mismo, restaría impacto al experimento filosófico que había concebido. Quería que las ideas se sostuvieran por sí mismas, sin el peso de una reputación conocida, o mejor dicho, quería demostrar cómo la autoridad percibida podía influir en la recepción de las ideas. Así, nació en su mente el perfil de Jianwei Xun.

Jianwei Xun fue diseñado para ser creíble y a la vez intrigante. Colamedici optó por presentarlo como un filósofo y teórico de los medios de Hong Kong, con formación cosmopolita y residencia en Berlín. Esta biografía le otorgaba un aire de intelectual global, alguien capaz de unir la sabiduría oriental con la teoría crítica occidental, lo que sin duda resultaría atractivo en círculos académicos internacionales. Según la breve semblanza difundida, Xun “trabajaba en la intersección de la teoría crítica, los estudios digitales y la filosofía de la mente”. Un perfil así prometía originalidad: un pensador oriental joven analizando la sociedad digital con herramientas conceptuales de vanguardia. El misterioso filósofo pronto contó con una página web oficial, donde se le describía como un “analista cultural y filósofo nacido en Hong Kong”, y hasta se le atribuía un correo de contacto para entrevistas y conferencias. Incluso apareció una entrada de Wikipedia sobre él, enumerando sus credenciales y la novedosa teoría de la hipnocracia que habría desarrollado. Todo estaba cuidadosamente preparado para darle existencia virtual a quien no existía en la realidad.

En este punto, Colamedici se asignó a sí mismo un papel visible pero engañosamente secundario en el proyecto: en la edición italiana de Hipnocracia, publicada por Edizioni Tlon (la editorial que él mismo fundó), figura como traductor. La obra fue presentada como si originalmente hubiera sido escrita por Jianwei Xun en otro idioma (¿inglés? ¿chino mandarín? Ese detalle no se enfatizó demasiado) y “traducida al italiano” por Andrea Colamedici. Este artilugio le permitió permanecer a la vista de todos sin despertar sospechas: después de todo, era natural que el fundador de la editorial actuara como puente para traer al italiano el brillante ensayo de un pensador asiático emergente. En otras ediciones internacionales se siguió un patrón similar. Por ejemplo, la versión en español publicada a inicios de 2025 por la editorial Rosamerón incluyó a un traductor (posiblemente un nombre designado por Colamedici) y no insinuó nada acerca del origen artificial del texto. Todo este andamiaje de identidades tenía un propósito claro: conferir legitimidad y recorrido global a la obra, como si se tratase de un fenómeno intelectual genuino descubierto y difundido por sellos editoriales de distintos países.

Con el autor ficticio establecido en el mundo virtual y editorial, Hipnocracia estaba listo para ver la luz. A finales de 2024, Jianwei Xun fue presentado al mundo académico y literario como una nueva voz prometedora en el análisis de la cultura digital. Comenzaron a circular notas de prensa y anuncios en redes: un ensayo revolucionario venía en camino, de la mano de un filósofo joven desconocido hasta entonces. La estrategia de lanzamiento, orquestada por Colamedici y su editorial, logró despertar curiosidad en los círculos adecuados. Especialmente en Europa, donde la combinación de exotismo (un filósofo chino con base en Berlín) y relevancia (un tema candente como las posverdades e inteligencias artificiales) resultó ser un gancho perfecto, muchos se dispusieron a prestar atención.

Publicación y éxito inicial de Hipnocracia

El 15 de enero de 2025, el libro Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad apareció listado en Amazon y otras plataformas de venta de libros. Desde el inicio, las ventas y descargas empezaron a crecer de forma constante. Rápidamente, la obra se convirtió en uno de los ensayos más comentados en círculos intelectuales europeos, hasta el punto de que algunos llegaron a llamarlo “el libro del año”. En sus primeras semanas de vida, Hipnocracia fue traducido o distribuido en varios idiomas: además de la versión original italiana y las traducciones al español y al francés, se hicieron disponibles ediciones en inglés, lo que amplió considerablemente su audiencia potencial. Jianwei Xun, el autor inexistente, empezaba a ser citado y discutido como una nueva voz visionaria.

Críticos literarios y filósofos recibieron el libro con asombro y admiración. Muchas reseñas elogiaron la claridad con la que “Xun” desenmascaraba los mecanismos del poder en la era digital. Pronto, Hipnocracia fue citado en artículos académicos y periodísticos. Sus ideas sirvieron de material de debate en seminarios universitarios y conferencias internacionales sobre tecnología y sociedad. En un encuentro sobre inteligencia artificial realizado en marzo de 2025, por ejemplo, se discutieron las implicaciones de la hipnocracia para la ciudadanía crítica, citando las reflexiones del libro como si provinieran de un reconocido experto. Varios profesores e investigadores incorporaron la teoría en sus análisis, maravillados de cómo este filósofo hongkonés había sintetizado tan bien la problemática de la manipulación mediática.

La prensa generalista también se hizo eco. Diarios de prestigio en distintos países publicaron artículos desglosando la teoría de la hipnocracia para sus lectores. A fines de marzo de 2025, un importante periódico en España dedicó un reportaje titulado “Hipnocracia: el régimen de la sociedad adormecida con dos sumos sacerdotes: Trump y Musk”, donde explicaba la tesis de Xun sobre el control de las mentes en la era digital. En Francia e Italia, revistas culturales citaron a Jianwei Xun en piezas sobre posverdad y nuevas tecnologías. Incluso comenzó a formarse cierta mística en torno al autor: ¿Cómo era posible que alguien desconocido irrumpiera con una obra tan potente y pulida? La escasez de apariciones públicas de Xun (limitadas a su presencia en línea) solo alimentaba la aura legendaria –quizás era un intelectual retraído, quizá alguien que dejaba que sus ideas hablaran por sí mismas. Hubo quienes compararon la irrupción de Xun con la de algún genio filosófico de épocas pasadas aparecido de la nada.

En América Latina, el interés también se encendió gracias a la temática relevante (las tácticas de manipulación política resonaban en países con intensa polarización mediática). Artículos en Argentina, Colombia y México mencionaron a Hipnocracia al discutir la influencia de las redes en la política contemporánea. Por ejemplo, se llegó a vincular la noción de hipnocracia con fenómenos locales, señalando paralelismos entre la teoría de Xun y la comunicación de ciertos líderes populistas de la región. Para marzo de 2025, Jianwei Xun era, en los círculos informados, referencia obligada al hablar del impacto de la IA en la sociedad y de la era de la “posverdad”. En sumatoria, en apenas unos meses la criatura ficticia de Colamedici había cobrado una vida intelectual propia, reconocida y validada por muchos otros pensadores reales.

Pistas ocultas en el texto: la obra predice su propia farsa
Aunque prácticamente nadie lo sospechaba en aquel momento, Hipnocracia contenía en sus páginas pistas sutiles de la verdadera naturaleza del proyecto. Andrea Colamedici, con un guiño metanarrativo, había dejado migajas de pan desperdigadas en el texto anticipando la revelación. Un ejemplo notable es el primer capítulo del libro, el cual relata un caso ficticio: en esas páginas iniciales se narra la historia de un grupo de académicos que, para demostrar una teoría, inventan un autor inexistente y difunden con su nombre una obra apócrifa. Lo que para un lector casual podía pasar por una anécdota hipotética ilustrativa era en realidad una confesión velada, una especie de broma interna autorreferencial. Colamedici luego señalaría que este capítulo era un easter egg consciente, una forma de decir la verdad a quienes tuvieran la agudeza de leer entre líneas. Irónicamente, la mayoría pasó por alto esta alerta literaria, tal vez tomándola como una mera parábola más dentro del rico argumento del libro.

Otra pista posiblemente discernible estaba en el estilo mismo de la escritura. Algunos críticos notaron que Hipnocracia tenía un tono ecléctico: combinaba tramos de prosa sumamente analítica con otros pasajes más narrativos o especulativos. Si bien eso podía atribuirse a la versatilidad del autor, en retrospectiva podría interpretarse como la huella de múltiples “manos” (las IAs y el humano) tejiendo el texto. Además, hacia el final de la obra, en alguna nota o apartado, se hacía referencia oblicua a la idea de simulacro. En cierto momento se menciona que “ya no sabemos si contemplamos agua o su simulación perfecta” cuando navegamos el océano mediático. Esa frase, que luego se citaría con sorna, era casi una declaración de intenciones: la propia Hipnocracia era esa simulación perfecta que todos habían creído “agua” real.

Sin embargo, fuera de estas claves esotéricas, nada hacía pensar que detrás de Jianwei Xun hubiera algo fuera de lo común. El engaño estaba tan cuidadosamente construido que hubiese requerido una gran dosis de paranoia para desconfiar de la existencia del autor. En el ecosistema literario actual, donde a menudo aparecen nuevos nombres globales de procedencias remotas gracias a la conectividad, la historia de Xun no sonaba imposible. Al contrario, resultaba inspiradora: un pensador joven de Hong Kong innovando en filosofía política y triunfando en occidente. Con las pistas pasando desapercibidas, el escenario estaba listo para que alguien desde fuera de la trama empezara a atar cabos y destapar la verdad.

Dudas e indagaciones: la periodista tras la verdad

A medida que la fama de Hipnocracia crecía, también lo hacía la curiosidad en torno a su autor. Muchos deseaban saber más sobre Jianwei Xun: entrevistarlo, invitarlo a debates, escuchar de su propia voz las ideas que plasmó en el libro. Resultaba extraño que un pensador tan citado no hubiese aparecido aún en público, ni siquiera en una simple conversación virtual o evento. Esta ausencia de contacto directo empezó a intrigar a algunos. Fue así que a inicios de 2025, la periodista italiana Sabina Minardi, redactora jefe de la revista L’Espresso, decidió que valía la pena buscar a Jianwei Xun para una entrevista exclusiva.

Minardi, una experimentada periodista cultural, inicialmente abordó la tarea sin sospechar el desenlace. Trató de localizar al filósofo por los medios usuales: contactó a la editorial italiana Tlon solicitando una entrevista con Xun, envió correos al e-mail de contacto listado en la página web de éste, e incluso intentó rastrear a colegas o conocidos que pudieran tener referencia de él. Al principio recibió respuestas vagas; la editorial mencionó que Xun era muy reservado y que prefería comunicar a través de sus textos. No obtener un “sí” claro para la entrevista solo aumentó la determinación de Minardi. Continuó indagando en fuentes abiertas: buscó la presencia de Jianwei Xun en conferencias pasadas, en registros universitarios, en redes profesionales. Para su sorpresa, no encontró ningún rastro verificable. Más allá de la página web, la huella digital de Xun parecía limitada a las citas de Hipnocracia que circulaban por doquier y a una página de Wikipedia que repetía la información biográfica básica. No había fotografías auténticas del filósofo (más allá de quizás una imagen ilustrativa en la web cuyo origen no estaba claro), ni menciones de él anteriores a 2024.

El escepticismo de la periodista fue en aumento. ¿Cómo podía un académico llegar a escribir algo tan sólido sin dejar rastros de su formación o actividad previa? Normalmente, un autor con esa profundidad tendría algún historial: artículos, participación en seminarios, al menos una tesis doctoral registrada en alguna parte. Pero Jianwei Xun parecía haber surgido de la nada. Minardi empezó a considerar la posibilidad de que hubiese algo extraño detrás de aquel nombre. Quizá Xun utilizaba pseudónimo por motivos personales o políticos –pensó inicialmente–, pero aun así, alguien debería conocerlo. Sus intentos de encontrar académicos en Hong Kong o Berlín que lo hubieran tratado fueron infructuosos: nadie había oído hablar de este filósofo prodigioso.

Fue entonces cuando Sabina Minardi reparó en un detalle clave: Andrea Colamedici figuraba como traductor y estaba íntimamente ligado al libro. Colamedici mismo era un ensayista con bagaje filosófico, y además editor; ¿podría ser que él supiera más de lo que admitía? Este pensamiento la llevó a escarbar en la relación entre Colamedici y la obra. Al investigar la editorial Tlon, Minardi descubrió que Colamedici no solo era el traductor, sino el fundador de la editorial y probablemente el impulsor principal de la publicación. ¿Y si Jianwei Xun era un elaborado montaje? La idea de un "ghostwriter" o de un experimento literario empezó a asomar. La periodista reunió entonces los indicios necesarios y decidió confrontar a Colamedici con sus hallazgos.

La revelación del engaño

El 3 de abril de 2025, la revista L’Espresso sacudió al mundo cultural con un artículo explosivo: “Ipnocrazia: ecco perché il filosofo Xun non esiste” (“Hipnocracia: he aquí por qué el filósofo Xun no existe”). Sabina Minardi firmaba la primicia que confirmaba las sospechas: Jianwei Xun era un personaje ficticio, una construcción deliberada detrás de la cual se hallaba Andrea Colamedici, quien había escrito el libro en colaboración con sistemas de inteligencia artificial. La investigación detallaba cómo Minardi, al intentar contactar sin éxito a Xun, destapó la operación cultural cuidadosamente planificada por el editor italiano. Se reveló que la biografía en Wikipedia del supuesto filósofo, así como las citas a “estudios previos” atribuidos a él, formaban parte del engaño orquestado. Todo había sido “una operación de laboratorio perfectamente ejecutada con la valiosa complicidad de la inteligencia artificial”, afirmó L’Espresso.

La noticia corrió como pólvora. En pocas horas, medios de diversos países replicaron la historia del “filósofo que nunca fue”. Muchos que habían elogiado a Jianwei Xun quedaron atónitos, e incluso avergonzados, al enterarse de que el autor que citaron en sus conferencias no existía. Algunas publicaciones que previamente difundieron la teoría de la hipnocracia tuvieron que reaccionar rápidamente. El diario español que en marzo había publicado un artículo sobre Hipnocracia tomó la drástica decisión de retirar el contenido de su web una vez conocida la verdad, añadiendo una nota que explicaba a los lectores que eliminaron el texto tras comprobar que el filósofo citado no era real. En esa fe de erratas pública reconocieron que las reflexiones atribuidas a Xun eran en realidad obra de Colamedici y sus dos IA coautoras, y lamentaban no haber verificado la identidad del autor antes.

Simultáneamente, en redes sociales y foros académicos estalló el debate. Algunos usuarios expresaban su perplejidad entre la indignación y la fascinación: “¿Cómo pudimos creerlo?”, “Es brillante y perturbador a la vez”. Otros manifestaban sentir que habían sido víctimas de una estafa intelectual, especialmente quienes compraron el libro confiando en la autenticidad del autor. Hubo profesores que admitieron haber citado a Xun en clase y ahora debían explicar a sus estudiantes que se trataba de un experimento. En contraste, no faltaron voces que aplaudieron la jugada, calificándola de obra de arte conceptual. Para estos, Colamedici había logrado exactamente lo que pretendía: dar un golpe maestro que obligaba a reflexionar sobre la facilidad con que aceptamos “verdades” con tal de que vengan firmadas por una autoridad aparente.

La confesión y las reacciones de los implicados

Tras desatarse la polémica, Andrea Colamedici salió a dar explicaciones públicas. Al día siguiente de la revelación, el 4 de abril de 2025, concedió entrevistas a varios medios internacionales. En una conversación con el medio francés Brut, y posteriormente en declaraciones a periódicos de Argentina y España, Colamedici confirmó los hechos esenciales: sí, él estaba detrás de Jianwei Xun, y sí, Hipnocracia había sido coescrito con la ayuda de ChatGPT y Claude. Sin embargo, lejos de mostrarse arrepentido, defendió con vehemencia las motivaciones y el valor de su experimento. Aclaró que todo había sido concebido como un “proyecto colaborativo que une la inteligencia humana con sistemas de IA”, un ejercicio filosófico y artístico cuyo fin era explorar en carne propia los temas que la obra discutía. En palabras del editor italiano, “la intención de ‘Hipnocracia’ fue crear un experimento filosófico y una performance artística para resaltar los riesgos y peligros de usar la inteligencia artificial. No quería engañar al lector por mero engaño, el propósito era académico y de concientización”.

Colamedici reveló detalles de cómo llevó a cabo la escritura junto a las máquinas, enfatizando que la IA fue una cómplice clave pero bajo su dirección. Explicó que desarrolló una técnica especial de interacción con los modelos: generaba deliberadamente tensiones y contradicciones para que ChatGPT y Claude las procesaran y le devolvieran perspectivas novedosas. De este modo, según él, la obra resultante era un “diálogo” entre diferentes inteligencias, donde cada capítulo pasaba por un pulido tanto humano como algorítmico. “Todo lo escrito en el libro es mío”, llegó a afirmar Colamedici, aclarando que la IA fue la herramienta con la que articuló sus ideas, no una autora autónoma. En sus explicaciones insistió: Hipnocracia no habría sido posible sin la tecnología, pero tampoco lo habría sido sin la guía intelectual humana.

Respecto a la farsa de la autoría, Colamedici se justificó argumentando que era necesaria para el experimento. Si hubiera revelado desde el principio que Jianwei Xun era ficticio y que el texto tenía por coautores a chatbots, la recepción del libro habría sido completamente distinta –posiblemente se lo habría encasillado como curiosidad o ficción, restándole seriedad filosófica–. Él buscaba reproducir en la realidad el fenómeno que la teoría de la hipnocracia denuncia: que a menudo prestamos más atención al quién habla que al qué se dice. “El carácter ficticio del autor formaba parte del experimento”, declaró, “porque solo así podía mostrar de forma práctica lo que significa la hipnocracia”. Con esto sugería que su maniobra puso en evidencia cómo incluso la élite intelectual puede quedar hipnotizada por la autoridad del emisor de un mensaje (en este caso, un supuesto filósofo prestigioso), sin cuestionar suficientemente la veracidad de la fuente.

Las editoriales involucradas reaccionaron con rapidez para manejar la situación. La casa italiana Tlon, así como la editorial española Rosamerón y la distribuidora francesa, emitieron comunicados reconociendo lo ocurrido. En las ediciones digitales y futuras reimpresiones de Hipnocracia, se añadieron notas aclaratorias sobre la verdadera autoría. Por ejemplo, la edición en español incorporó una nota del editor explicando en detalle el proceso de creación de la obra y revelando la “identidad mixta” detrás del nombre Jianwei Xun. Del mismo modo, la editorial francesa se apresuró a incluir una fe de erratas y contexto en los ejemplares bajo su responsabilidad. La página web oficial de Jianwei Xun también fue modificada: donde antes se le describía simplemente como filósofo de Hong Kong, ahora el sitio admite que “Jianwei Xun surgió a finales de 2024 como una entidad filosófica distribuida, nacida de la interacción colaborativa entre la inteligencia humana y sistemas de inteligencia artificial”. En ese texto actualizado se confiesa el engaño inicial, señalando que Xun fue “presentado al mundo como un filósofo humano” antes de revelarse su verdadera naturaleza en la primavera de 2025. Curiosamente, pese a la revelación, en el sitio web se mantuvo habilitado (al menos temporalmente) un correo de contacto para Xun, casi como si la performance hubiera adquirido tal vida propia que incluso descubierto el truco, el personaje pudiera seguir “participando” en debates públicos de algún modo.

No tardaron en aparecer posibles consecuencias legales y éticas. Expertos en propiedad intelectual y en regulación de IA señalaron que la Unión Europea había aprobado en 2024 un Reglamento de Inteligencia Artificial que, entre otras cosas, exige que los contenidos generados con IA estén claramente etiquetados como tales. Hipnocracia, en sus primeras ediciones, no informaba en absoluto sobre su componente automatizado. Esta omisión llevó a preguntarse si Colamedici o las editoriales habían infringido la normativa. Aunque al ser un experimento literario es discutible cómo aplicaría la ley en este contexto, el mero hecho de plantear esa cuestión subraya el desafío que casos como este suponen para los marcos jurídicos existentes. ¿Debe un libro coescrito con IA señalarlo explícitamente al lector? ¿Es suficiente una “pista” literaria oculta, como hizo Colamedici, o se requiere transparencia total? Estas preguntas quedaron flotando, mientras el debate público se encendía en múltiples frentes.

Impacto cultural y literario de la Hipnocracia

El caso de Hipnocracia no se agotó en la anécdota de un engaño divertido o escandaloso: pronto quedó claro que tenía profundas repercusiones culturales. Por un lado, la situación obligó a muchos a reflexionar sobre la credulidad y los mecanismos de validación en el mundo intelectual. Que un ensayo obtuviera reconocimiento basado, en parte, en la ficticia autoridad de su autor, demostró cuán acostumbrados estamos a conceder confianza a ciertos nombres o afiliaciones institucionales. Algunos comentaristas señalaron que la academia y la crítica literaria a veces sufren de un fetichismo de la autoría: tendemos a valorar más una idea si viene respaldada por un autor con prestigio o una trayectoria visible. La “broma” de Colamedici puso esto de manifiesto de forma espectacular. Hubo quienes, tras conocer la verdad, se preguntaron incómodos si habrían prestado la misma atención inicial al texto si se hubiera sabido que era producto de un experimento con IA o si lo firmaba un autor novel italiano. Probablemente no. En ese sentido, Hipnocracia actuó como un espejo que devolvió a la comunidad intelectual la imagen de sus propios prejuicios.

Por otro lado, muchos defendieron que la calidad intrínseca de las ideas de Hipnocracia no se veía disminuida por la inexistencia de Xun. Al contrario, argumentaban que ahora resultaba aún más fascinante. Si las tesis del libro sobre la manipulación digital son acertadas (y bastantes expertos siguen sosteniendo que lo son), ¿acaso importa si no salieron de la pluma de un pensador “tradicional”? Esta línea de defensa abrazaba la noción de que un pensamiento lúcido tiene valor por sí mismo, independientemente de su origen. De hecho, hubo intelectuales que, en retrospectiva, elogiaron el experimento como la materialización perfecta de las teorías posmodernas: un simulacro (Jianwei Xun) que genera verdades válidas. “Xun no era un sujeto teorizando sobre el simulacro; era el simulacro pensando por sí mismo”, escribió un analista, parafraseando a Baudrillard. Desde esta perspectiva, Hipnocracia adquirió una dimensión casi artística: dejó de ser solo un libro para convertirse en una performance conceptual a gran escala que involucró a todo su público sin que este lo supiera.

En círculos literarios, el caso generó comparaciones inmediatas con otras farsas célebres de la historia. Se recordaron proyectos colectivos como Luther Blissett –el alias múltiple usado por artistas y escritores en los 90–, o la famosa invención del país de Tlön en el relato borgiano. La diferencia aquí es que la tecnología actual permitió llevar la falsificación a otro nivel de sofisticación. No se trató solo de un seudónimo compartido o de un manuscrito falso, sino de una colaboración hombre-máquina capaz de producir una obra consistente y profunda, revestida de una identidad virtual completa. En cierto modo, Hipnocracia marca un hito en la cultura contemporánea: es probablemente el primer gran “fake” literario creado con IA que alcanza éxito editorial mainstream. Esto abre interrogantes sobre si veremos intentos similares en el futuro cercano. ¿Será este experimento único en su tipo, una curiosidad de su época, o estamos ante el inicio de una tendencia donde las fronteras entre autor humano, autor virtual y obra se difuminan deliberadamente?

El rol de ChatGPT y las IA: ¿herramientas o coautores?

En el centro de la discusión se ubicó inevitablemente la cuestión de la inteligencia artificial como autora. El rol de ChatGPT (junto a Claude) en la creación de Hipnocracia fue minuciosamente analizado. Al saberse que buena parte del texto fue generado mediante consultas a estos modelos de lenguaje, muchos se preguntaron hasta qué punto la voz de Jianwei Xun era en realidad la voz de ChatGPT. Colamedici insistió en todas sus entrevistas en que las IA actuaron bajo su guía, que él decidió qué usar y qué descartar, y que imprimió su visión en cada página. No obstante, es innegable que sin la existencia de ChatGPT –un sistema entrenado con ingentes cantidades de datos textuales y capaz de imitar estilos argumentativos–, difícilmente el libro habría adquirido la densidad y alcance que logró.

ChatGPT aportó velocidad en la generación de borradores, capacidad para “debater” puntos con el autor humano, e incluso un cierto alejamiento creativo: pudo proponer frases, metáforas y ejemplos que a Colamedici no se le habrían ocurrido espontáneamente. En una parte del proceso, según describió el propio ensayista, llegó a “enfrentar a las inteligencias artificiales entre sí”. Es decir, utilizó las respuestas de GPT y Claude de forma contrapuesta, alimentando a una con las salidas de la otra para estimular una suerte de conversación entre máquinas. De esa resonancia surgieron algunas ideas que luego él integró al texto final. Todo esto sugiere que ChatGPT fue más que un simple procesador de textos: actuó como colega de debate y como cantera de ideas en bruto. Si bien no tuvo voluntad ni intención (solo calculó según su programación), la impronta de la IA está entretejida en la prosa de Hipnocracia. En efecto, se podría decir que ChatGPT y Claude son, en la sombra, coautores de la obra.

Esta constatación alimentó el debate sobre la autoría en tiempos de IA. ¿Debe considerarse a la IA como autora legal o moral de un texto que ayudó a producir? Por ahora, la convención es que la IA es una herramienta y el humano que la utiliza es el autor responsable. Sin embargo, Hipnocracia muestra que la línea puede volverse borrosa cuando la contribución de la máquina es sustancial. Sobre todo, deja claro la necesidad de transparencia: quizás si desde un inicio se hubiera dicho “este ensayo es fruto de la colaboración entre un humano y ChatGPT”, la recepción habría sido distinta (aunque, como arguye Colamedici, eso habría arruinado su experimento de campo). La polémica reavivó llamados a normativas más explícitas en el mundo editorial: algunos proponen que, así como existe la figura del ghostwriter humano reconocido en agradecimientos o prólogos, podría haber mención de “asistencia de IA” en los créditos de los libros. Otros rechazan esto, temiendo que reste mérito o aura literaria a la obra.

Desde la perspectiva de la difusión de la obra, ChatGPT también tuvo un rol indirecto pero importante: la misma naturaleza sorprendente del caso hizo que se hablara muchísimo de ChatGPT en los medios al cubrir la noticia. En cierto modo, ChatGPT, ya famoso por otras razones, sumó a su currículo público el haber coescrito un best-seller filosófico y, de paso, engañado a media comunidad intelectual. Esto alimentó tanto el temor como la fascinación popular por las capacidades de la IA. Para algunos críticos culturales, lo ocurrido con Hipnocracia fue la confirmación de que la IA ya no es solo un juguete que escribe poemas simples o corrige gramática, sino una entidad capaz de generar contenido con calidad de publicación seria, al punto de ser tomado en serio por expertos. En contraste, defensores de la IA subrayaron que, bien empleada, puede potenciar la creatividad humana en direcciones insospechadas: Colamedici mostró una forma productiva de interactuar con estas herramientas en lugar de temerlas, al utilizarlas para pensar activamente en vez de para pensar por él.

Ética, autoría y verdad en la era de la IA: la discusión continúa

Con el polvo aún levantado por el escándalo, las conversaciones de fondo que Hipnocracia ha planteado siguen desarrollándose. ¿Qué hemos aprendido de todo esto? En primer lugar, la importancia de la verificación y la honestidad intelectual. Si bien Colamedici actuó con un fin pedagógico (según sus propias palabras), su maniobra bordea la desinformación. Muchos advierten que en un mundo donde las fakes news y los contenidos generados por IA proliferan, jugar a fomentar un engaño –aunque sea para exponer una verdad más grande– es peligroso. ¿Y si en lugar de un experimento controlado, alguien utiliza técnicas similares con intenciones maliciosas? El caso nos alerta de que ya es técnicamente posible fabricar expertos ficticios, dotarlos de discursos convincentes y engañar incluso a audiencias especializadas. La alfabetización mediática deberá ampliarse para incluir la posibilidad de falsos autores y falsos referentes intelectuales.

En segundo lugar, Hipnocracia reavivó el debate sobre qué consideramos una obra original y quién merece el crédito por ella. Durante siglos, el concepto de autoría estuvo ligado a la figura individual, romántica casi, del escritor genial. Con la aparición de la IA en escena, algunos vislumbran un cambio de paradigma hacia la co-creación hombre-máquina. ¿Deberíamos empezar a hablar de la IA como una extensión de la mente del autor, una especie de musa algorítmica? ¿O seguimos viéndola como una mera herramienta sofisticada, similar a un procesador de texto mejorado? Las opiniones difieren. Hay puristas que sostienen que un texto tocado por IA queda contaminado en cuanto a originalidad, y que Colamedici traspasó una frontera ética al no advertirlo. Otros, más pragmáticos, observan que la inteligencia artificial está aquí para quedarse en el proceso creativo, y que lo de Colamedici simplemente nos obliga a actualizar nuestras definiciones de autoría.

Legalmente, la discusión también es compleja. En algunos países ya se debate si los contenidos generados por IA pueden tener derechos de autor y a nombre de quién. El hecho de que Hipnocracia estuviera registrado bajo un autor ficticio añade una capa más de enredo jurídico: ¿quién posee los derechos de esa obra? Tras la revelación, queda claro que Colamedici es el autor real y titular, pero mientras Xun “existió”, las transacciones se hacían bajo su nombre imaginario. Este curioso limbo podría considerarse un llamado de atención a editores y legisladores: la industria debe prepararse para casos donde la autoría tradicional no aplica.

Por último, pero quizá más importante, está la dimensión filosófica y cultural: Hipnocracia nos obliga a preguntarnos por la naturaleza de la verdad y la realidad en la era de la inteligencia artificial. Como apuntaron algunos comentaristas, la paradoja suprema es que quien nos advirtió sobre el simulacro social era, él mismo, un simulacro. Esto plantea un dilema: ¿deberíamos "destruir" ese simulacro ahora que lo identificamos, o más bien aprender algo de él? Hay quienes sugieren que, lejos de descartar el libro por haber nacido de un engaño, deberíamos leerlo con más atención que nunca, porque sus palabras cobraron un nuevo sentido. La experiencia entera ha sido aleccionadora. Nos ha mostrado que podemos ser hipnotizados no solo por las redes sociales, sino también por el prestigio y la narrativa en torno a un autor. Y al mismo tiempo, nos ha enseñado que una inteligencia no humana, guiada hábilmente, puede contribuir a ideas que valen la pena discutir.

Conclusión: Un espejo para nuestra época

El caso de Hipnocracia trasciende el chisme literario para erigirse en un símbolo de nuestra época, marcada por la intersección de la creatividad humana y la potencia de las inteligencias artificiales. La farsa de Jianwei Xun actuó como un espejo que reflejó tanto las debilidades como las posibilidades de la cultura contemporánea. Por un lado, expuso la vulnerabilidad de nuestros procesos de legitimación del conocimiento: mostró que incluso en las altas esferas del pensamiento podemos ser seducidos por la ilusión si esta se presenta de forma verosímil. Por otro lado, demostró que las fronteras de la creación se están expandiendo radicalmente: un autor híbrido humano-IA logró aportar una obra que, en sí misma, es rica y digna de análisis.

El impacto en la literatura contemporánea es innegable. Hipnocracia ha abierto una puerta insospechada: la de obras sin autor humano identificable que circulan y generan influencia. Nos obliga a replantearnos cuánto valoramos el nombre en la portada frente al contenido en las páginas. Quizá, a futuro, veamos más colaboraciones secretas con IA, o quizá al contrario, surja una exigencia de transparencia absoluta. En cualquier caso, la conversación iniciada es profunda. Involucra a filósofos, tecnólogos, juristas, escritores y lectores comunes, todos debatiendo en qué consiste la creación intelectual y la verdad en la era de algoritmos omnipresentes.

Al final de esta larga travesía, queda una estampa casi poética: un filósofo imaginario sosteniendo un espejo ante la sociedad, obligándonos a mirar. En ese espejo vemos reflejada la figura difusa de la inteligencia artificial, mezclada con la nuestra, co-creando realidades. Quizá la lección más importante de Hipnocracia sea que debemos despertar, sí, pero no para rechazar la ilusión de plano, sino para comprenderla. Vivimos ya en un mundo donde lo real y lo simulado se entrelazan. Saber esto nos da la oportunidad de desarrollar una nueva lucidez, una conciencia crítica acorde al siglo XXI. Como sugiere la conclusión del propio experimento, la respuesta no es huir del simulacro, sino aprender a vivir con él, manejándolo con honestidad y sentido ético. Solo así evitaremos caer verdaderamente en una hipnocracia, y aprovecharemos lo mejor que tanto la mente humana como la inteligencia artificial pueden ofrecernos para construir conocimiento y cultura.

Te puede interesar
Lo más visto
thumbnail miniatura para youtube psicologica oscura blanco rojo (2)

Loris Zanatta: "El populismo transforma la política en religión"

Alejandro Cabrera
Política17 de abril de 2025

El historiador y profesor Loris Zanatta visitó NewsBA para analizar el estado de la democracia argentina, el auge del populismo y la crisis institucional. Con una mirada aguda, desentrañó las raíces religiosas del discurso político y advirtió sobre los riesgos de la concentración de poder.

miguel-russo-san-lorenzo_862x485

Las dudas de San Lorenzo para visitar a Riestra

Alejandra Larrea
Deporte18 de abril de 2025

El Ciclón se medirá con el Malevo en el Guillermo Laza por la fecha 14 del Torneo Apertura y Russo analiza las variantes. El lateral derecho y el mediocampo, las principales incógnitas.