Los empresarios ya fijaron su dólar para 2026: previsión, cautela y desconfianza en los números oficiales

En medio de la volatilidad financiera y la incertidumbre política, las grandes compañías argentinas comenzaron a cerrar sus presupuestos de 2026 con una premisa compartida: el dólar no valdrá lo que dice el Gobierno. Industrias, importadores y exportadores ya trabajan con cotizaciones propias que anticipan un salto cambiario antes del segundo trimestre del próximo año.

Economía15 de octubre de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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El movimiento es silencioso, pero sumamente revelador. Mientras el Ministerio de Economía opera bajo la premisa de un tipo de cambio “controlado”, muchas empresas han decidido tomar en cuenta escenarios más agresivos. En sus modelos de costos internos, estiman que el dólar a principios de 2026 podría situarse entre 1.400 y 1.600 pesos, dependiendo del sector y su nivel de exposición a las importaciones. Esta diferencia con la proyección oficial, que es de alrededor de 1.536 pesos para diciembre, evidencia una creciente brecha de confianza entre el sector privado y el gobierno.

Para los industriales, calcular un “dólar propio” no es una novedad, pero nunca ha tenido tanta relevancia. Desde empresas de alimentos hasta laboratorios y constructoras, todos están ajustando sus previsiones con la idea de que los precios deberán absorber un eventual salto en el tipo de cambio. La pregunta ya no es si habrá una corrección, sino cuándo y en qué magnitud.

La planificación anual de la mayoría de las empresas parte de la suposición de que 2025 cerrará con una inflación acumulada cercana al 150% y con una presión fiscal constante. En este contexto, proyectar el valor del dólar es crucial para estimar márgenes, contratos y costos de reposición. La lógica es clara: si el tipo de cambio se retrasa, el sector productivo pierde competitividad; si se acelera, el impacto afecta los precios internos y el consumo.

Por ello, el llamado “dólar industria” se ha convertido en una herramienta de previsión. Algunas compañías lo calculan a partir de los precios futuros del dólar financiero; otras, en función del tipo de cambio multilateral y la evolución esperada de los commodities. En cualquier caso, es evidente que nadie presupuestará 2026 con la calma que transmite el discurso oficial.

A la par, las consultoras privadas también generan sus propias proyecciones. La mayoría estima que el tipo de cambio real se ubicará entre 1.500 y 1.700 pesos para mediados del próximo año, aunque algunos analistas anticipan una corrección más abrupta si el flujo de divisas no mejora. Además, la escasez de pesos que predomina en el mercado financiero incrementa la presión sobre los costos y dificulta la financiación de importaciones, alimentando así el ciclo de desconfianza.

Dentro del empresariado industrial, las conversaciones son cada vez más directas. “Ya no se puede presupuestar sin incluir un dólar realista”, reconocen ejecutivos del sector metalmecánico, una afirmación que también se repite entre laboratorios, textiles y automotrices. En cada mesa de trabajo se analizan hipótesis cambiarias que guían la fijación de precios y la negociación de contratos. En las multinacionales, esas proyecciones se comunican directamente a las casas matrices, que las utilizan para ajustar planes de inversión o evaluar remesas.

El fenómeno también llega a las pymes, aunque de manera menos formal. Muchas optan por “indexar” sus costos según un dólar promedio interno, calculado a partir del insumo más dolarizado de su cadena productiva. Esta práctica, que se ha extendido durante años de volatilidad, se ha convertido en un mecanismo de defensa ante la incertidumbre.

La brecha entre las metas oficiales y las expectativas privadas no solo es un hecho económico, sino también político. El Gobierno busca mantener un camino de estabilidad que controle la inflación, pero en el sector privado se cree que esta contención tiene un límite. El temor a un nuevo salto cambiario antes del segundo trimestre del próximo año condiciona cada decisión empresarial, desde la adquisición de insumos hasta la planificación de aumentos salariales.

Esta dinámica impacta directamente en la cadena de precios. Los empresarios trasladan sus expectativas de devaluación a sus listas de precios antes de que se produzca el ajuste real, generando una inflación anticipada que erosiona el poder adquisitivo y distorsiona contratos. Con mayor desconfianza hacia el tipo de cambio oficial, los precios se ajustan más rápido, dificultando aún más la contención de expectativas.

Así, las empresas más dependientes de insumos importados adoptan posturas más cautelosas. Aunque el dólar oficial, controlado por el Banco Central, sigue siendo una referencia, en la práctica se establece un ecosistema paralelo donde cada firma define su propio parámetro interno. Esta diversidad de valores perjudica la coordinación económica y sugiere un escenario de correcciones escalonadas.

Algunos economistas argumentan que esta desconexión entre las metas del Estado y las prácticas del sector privado podría intensificarse si el Gobierno mantiene un tipo de cambio atrasado en la primera parte de 2026. El objetivo de moderar la inflación a expensas de un dólar controlado podría resultar en un nuevo salto devaluatorio forzado a mediano plazo.

Las empresas prefieren ser precatinas. Aunque saben que presupuestar un dólar elevado puede distorsionar temporalmente los precios internos, concuerdan en que la prudencia es más valiosa que la ortodoxia. “Un error de cálculo puede costar un año entero de rentabilidad”, advierten en los consejos de administración.

Mientras tanto, los importadores ajustan sus estrategias para no quedar atrapados entre un dólar oficial que permanece estable y un dólar financiero en ascenso. Algunas empresas deciden acumular stock a precios actuales, mientras que otras reducen operaciones y se enfocan en mantener liquidez. En ambos escenarios, la cautela es un denominador común.

La situación actual revela una economía en la que la planificación empresarial avanza en paralelo al discurso oficial. Mientras el Gobierno confía en que la estabilidad cambiaria contenerá la inflación, el empresariado se prepara ya para una corrección y actúa en consecuencia. Entre ambas visiones existe una grieta, tanto técnica como simbólica, evidenciando la distancia entre la política que busca contención y la economía real que se anticipa a los hechos.

Así, Argentina se adentra en un nuevo ciclo de tensión previsible, donde cada presupuesto privado es una advertencia y cada proyección oficial una promesa que pocos se atreven a creer. Los balances de 2026 serán el reflejo de este tira y afloja entre la confianza y el cálculo: dos enfoques opuestos para enfrentar el futuro, marcados por el valor del dólar.

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