Milei bajo presión: escándalos, internas y la sombra del desgaste político

Las denuncias por coimas en la ANDIS, la trama con la droguería Suizo Argentina y los audios filtrados salpican al oficialismo. En paralelo, Macri mueve fichas en el PRO y Cristina reaparece en un gesto simbólico, mientras la figura presidencial enfrenta su momento más crítico.

Política31 de agosto de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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Javier Milei

La luna de miel política de Javier Milei parece haber quedado atrás. En pocos meses, su gobierno pasó de la épica del inicio a un escenario marcado por escándalos, sospechas de corrupción y tensiones crecientes en la coalición que lo sostiene. Lo que se anunciaba como una cruzada contra la “casta” terminó salpicado por prácticas que el propio oficialismo había prometido desterrar.

El caso de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) y los contratos adjudicados a la droguería Suizo Argentina no solo expusieron irregularidades administrativas y la aparición de audios comprometedores. También pusieron en tela de juicio a dirigentes cercanos al Presidente, como su hermana Karina Milei y el operador Eduardo “Lule” Menem, señalados en conversaciones privadas como los verdaderos controladores de la obra social estatal. La crisis, lejos de quedar encapsulada, comenzó a tener efectos en el tablero político más amplio.

EL ESCÁNDALO ANDIS 

El escándalo de los audios de Diego Spagnuolo, ex titular de la ANDIS, marcó un punto de inflexión
. En las grabaciones se mencionan negociaciones vinculadas a contratos millonarios y se deslizan vínculos con funcionarios y dirigentes del riñón presidencial. El revuelo llevó a la Justicia a investigar licitaciones que beneficiaron a la firma Suizo Argentina con contratos por más de 15 mil millones de pesos para el Hospital Posadas.

Las derivaciones políticas fueron inmediatas: no solo se ordenaron allanamientos en distintas sedes, sino que comenzaron a salir a la luz auditorías que mostraban irregularidades en el uso de sellos médicos falsificados en delegaciones del interior, como el caso de Pergamino. Ese hallazgo reveló que la trama de corrupción no era un hecho aislado, sino parte de un esquema más amplio de negocios que comprometía la credibilidad del gobierno en su discurso anticasta.

A la par de las investigaciones judiciales, aparecieron filtraciones de chats que apuntan a Karina Milei y a Lule Menem como articuladores del poder en la obra social de la ANDIS. Según esas conversaciones, ambos tendrían influencia directa en la asignación de fondos y en la relación con empresas proveedoras. La gravedad de esas acusaciones radica en que no se trata de funcionarios de segunda línea, sino de figuras claves en el círculo íntimo del Presidente.

La narrativa libertaria de transparencia y ruptura con las viejas prácticas políticas quedó así fuertemente cuestionada. La oposición encontró en este escándalo un terreno fértil para denunciar contradicciones en el discurso oficialista. Y dentro del propio oficialismo surgieron tensiones entre quienes reclaman un cierre rápido de la crisis y quienes advierten que la exposición de la trama podría tener un costo político duradero.

Mientras la crisis de la ANDIS se expandía en los tribunales y en los medios, la política comenzó a reacomodarse. Mauricio Macri, que había logrado mantener un equilibrio inestable entre su alianza con Javier Milei y las tensiones dentro del PRO, decidió dar un paso contundente: removió de la vicepresidencia del partido a Damián Arabia, dirigente identificado con un sector más afín al oficialismo libertario.

Ese movimiento fue leído como una señal de que Macri busca marcar límites claros con el gobierno de Milei. Arabia, cercano a la estructura oficialista, había defendido la sintonía con el Presidente y su entorno, pero su salida deja en evidencia que el expresidente no está dispuesto a entregar el control del PRO a la órbita libertaria. En paralelo, este gesto refuerza el poder de Macri en un momento en que Milei muestra signos de desgaste, debilitando la idea de que el libertario pueda hegemonizar la oposición de derecha.

MACRI EN LA ÓRBITA

La interna del PRO se mezcla con el desgaste del oficialismo porque exhibe que, mientras Milei enfrenta denuncias y sospechas, Macri aprovecha para recuperar terreno. El expresidente, que nunca resignó protagonismo político, se posiciona como un actor capaz de decidir el rumbo del partido que fue columna vertebral de Juntos por el Cambio. En ese escenario, el gobierno pierde apoyos potenciales y queda más aislado frente a una oposición que huele sangre.

La crisis del oficialismo no solo se mide por lo que ocurre dentro de sus filas, sino también por cómo sus aliados circunstanciales deciden jugar. La remoción de Arabia tensiona aún más el vínculo Milei–Macri y deja en claro que la unidad de conveniencia que nació en 2023 se encuentra en un punto de fragilidad extrema.

EL CORAZÓN DEL PROBLEMA

El caso ANDIS se transformó en el corazón del problema para Milei. Lo que en un principio parecía un escándalo más de corrupción administrativa fue creciendo en complejidad: audios, chats, auditorías y denuncias judiciales comenzaron a pintar un panorama de irregularidades estructurales que no solo afectaban a un organismo descentralizado, sino que ponían bajo sospecha al propio entorno presidencial.

Las acusaciones que involucran a Karina Milei y a Eduardo “Lule” Menem son particularmente dañinas porque ambos son parte del núcleo de confianza del Presidente. Karina, apodada “El Jefe”, es la arquitecta del poder político libertario; Lule, un operador experimentado, se encarga de los vínculos con legisladores y del armado territorial. Si se confirma que ambos tenían injerencia directa en la obra social de la ANDIS y en los contratos con proveedores de medicamentos, el costo político será difícil de medir.

El oficialismo intentó contener el impacto desplazando a Spagnuolo, el funcionario que quedó en el ojo de la tormenta, pero esa medida no alcanzó. La oposición y buena parte de la opinión pública interpretaron que el hecho de que solo se haya cortado ese hilo revela un intento de encapsular la crisis sin ir al fondo del asunto. Esa estrategia, lejos de clausurar el escándalo, lo amplificó: se instaló la idea de que había un intento de encubrimiento y que el gobierno solo buscaba ganar tiempo.

El desgaste político comenzó a notarse en la arena parlamentaria. Legisladores de distintos bloques aprovecharon la coyuntura para exigir explicaciones al jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y al ministro de Salud, Mario Lugones, quienes tuvieron que enfrentar preguntas incómodas sobre el destino de los fondos y el rol de la ANMAT en los controles. En paralelo, se reclamó la intervención de la Justicia y se promovieron pedidos de comisiones investigadoras.

La narrativa de Milei como outsider que llegaba a limpiar la corrupción se resquebrajó. En lugar de mostrarse como un presidente que combate los privilegios, quedó en el centro de una trama que recuerda a las viejas prácticas de la política argentina. En ese contraste se encuentra uno de los principales motores del desgaste: la contradicción entre el discurso de ruptura y la realidad de los hechos.

En este escenario, la figura de Mauricio Macri aparece como un actor que capitaliza la crisis. Su decisión de apartar a Damián Arabia del PRO no fue un hecho aislado, sino parte de una estrategia de reposicionamiento. Macri percibe que Milei atraviesa su primer gran momento de debilidad y busca mostrarse como un dirigente capaz de retomar la iniciativa política en el espacio opositor.

La salida de Arabia dejó en evidencia que los puentes entre el macrismo y el mileísmo están resquebrajados. El expresidente había apostado inicialmente a respaldar al libertario, convencido de que podía convertirse en un socio estratégico para sostener la agenda de reformas. Pero los escándalos de corrupción, sumados a las dificultades económicas que enfrenta el gobierno, lo llevaron a tomar distancia. El costo de acompañar sin condiciones a Milei empezaba a ser demasiado alto para su propio capital político.

La jugada de Macri también envía un mensaje al interior del PRO: el partido sigue bajo su control y no se entregará a la órbita libertaria. En la práctica, esto significa que Milei pierde capacidad de maniobra en uno de los frentes que más necesitaba: la construcción de una coalición amplia que le permita sostener gobernabilidad. En un Congreso donde el oficialismo es minoría, cada quiebre en los vínculos con sus aliados tiene consecuencias directas en la viabilidad de su agenda.

El kirchnerismo, mientras tanto, aprovecha la crisis para reposicionarse simbólicamente. El saludo de Cristina desde el balcón fue leído como una señal de que el peronismo conserva resortes de poder en la calle, incluso después de la derrota electoral. Si bien no se trata de un relanzamiento electoral, sí muestra que el peronismo está dispuesto a volver a ocupar el centro de la escena cuando el oficialismo se debilita.

LA DIMENSIÓN ECONÓMICA

La dimensión económica del escándalo también es ineludible. Cada vez que surgen denuncias de corrupción en el Estado, los mercados reaccionan con desconfianza. En este caso, la magnitud de los contratos bajo investigación —miles de millones de pesos destinados a insumos médicos— genera la sensación de que el gobierno no solo enfrenta un problema político, sino también de credibilidad frente a los actores económicos.

El efecto inmediato se sintió en la negociación con el Fondo Monetario Internacional, que ya venía siendo objeto de tensiones. Los organismos multilaterales observan con lupa los compromisos de transparencia y austeridad que Milei había prometido cumplir. Pero si la administración queda asociada a prácticas de desvío de fondos, el margen de confianza se achica. A eso se suman las dudas en Wall Street, donde las inversiones en bonos argentinos comenzaron a mostrar retrocesos tras la explosión del caso.

La calle tampoco es ajena a esta crisis. La oposición política y los movimientos sociales encontraron en el escándalo de la ANDIS un nuevo motivo de movilización. La denuncia de que fondos destinados a las personas con discapacidad podrían haber sido objeto de negociados agrega un componente moralmente devastador. No se trata solo de corrupción en abstracto, sino de recursos que debían destinarse a uno de los sectores más vulnerables de la sociedad. Ese dato amplifica la indignación y erosiona la legitimidad del gobierno en su promesa de cambio.

El clima social empieza a mostrar signos de descontento. Encuestas recientes revelan una caída en los niveles de confianza hacia el Presidente, que en su primer año había mantenido una base sólida de apoyo. La percepción de que “son lo mismo que criticaban” se instala en sectores que antes veían en Milei una esperanza de renovación. El capital simbólico del libertario —la idea de un outsider que llegaba a destruir privilegios— se ve corroído por la sospecha de que terminó atrapado en las mismas lógicas de la política tradicional.

La oposición no perdió tiempo en capitalizar el escándalo. En el Congreso, bloques del peronismo y de la izquierda reclamaron la creación de una comisión investigadora que tenga acceso a todos los contratos de la ANDIS y al vínculo con la droguería Suizo Argentina. También exigieron que Karina Milei y Lule Menem den explicaciones públicas, algo que hasta el momento el oficialismo buscó evitar.

Incluso dentro de la coalición de gobierno hubo voces que pidieron mayor transparencia. Algunos legisladores libertarios, preocupados por el costo electoral de la crisis, plantearon la necesidad de abrir los libros y mostrar que el Presidente no tiene nada que ocultar. Sin embargo, la resistencia del círculo más íntimo de Milei a exponer a Karina y a Lule revela la tensión entre la supervivencia política del proyecto y la transparencia institucional.

LA OPOSICIÓN 

El caso se transformó en una oportunidad para que distintos sectores midieran fuerzas. El kirchnerismo la utilizó para reinstalar la idea de que el libertarismo no era más que una continuidad de las viejas prácticas de poder. El macrismo, para diferenciarse y no quedar pegado a un oficialismo debilitado. Y las fuerzas del centro buscaron mostrarse como garantes de institucionalidad. El resultado fue un oficialismo acorralado desde varios frentes al mismo tiempo.

La suma de factores compone un panorama cada vez más adverso para el oficialismo. El escándalo de la ANDIS abrió una caja de Pandora: audios comprometedores, contratos millonarios bajo sospecha, auditorías con irregularidades y chats que mencionan a figuras centrales del poder libertario. Todo eso dejó a Milei sin el blindaje simbólico con el que había llegado al poder.

Al mismo tiempo, la interna del PRO demostró que Mauricio Macri no está dispuesto a regalar su capital político a un gobierno que pierde credibilidad. Su movimiento contra Arabia fue más que un gesto: fue una advertencia de que, si Milei se debilita, el macrismo ocupará el vacío. El Presidente, que necesitaba aliados para sostenerse en el Congreso, se enfrenta ahora a la posibilidad de quedar cada vez más aislado.

El kirchnerismo, por su parte, olfateó la oportunidad y buscó reposicionar a Cristina en el escenario. Su saludo desde el balcón fue un golpe simbólico preciso, que recordó a la militancia que el peronismo aún tiene un liderazgo capaz de marcar agenda. El contraste entre un gobierno acorralado por denuncias y una oposición que recupera símbolos potentes refuerza la sensación de que el ciclo de Milei atraviesa un punto de inflexión.

La combinación de estos elementos explica por qué el desgaste político del Presidente se acelera. No es solo un escándalo puntual, sino una serie de movimientos simultáneos que erosionan la autoridad presidencial. La oposición gana espacio, los aliados se distancian y la calle comienza a mostrar señales de impaciencia. En ese marco, Milei enfrenta el desafío de no convertirse demasiado pronto en un “pato rengo”, una figura con poder formal pero con capacidad reducida de imponer su agenda.

El problema de fondo es que el gobierno libertario se construyó sobre una promesa moral: acabar con la “casta” y con las viejas prácticas de corrupción. Esa bandera fue el motor de la confianza social y política que le permitió llegar al poder. Si esa promesa se desmorona, el proyecto pierde su esencia. Y en política, cuando un liderazgo pierde el núcleo de su relato, lo demás se derrumba con rapidez.

El escándalo de la ANDIS no solo compromete recursos públicos. También pone en cuestión el discurso fundacional del oficialismo. El libertarismo nació para combatir aquello que ahora parece reproducir: negociados, privilegios, vínculos opacos entre el Estado y proveedores privados. Por eso el caso resulta devastador. No importa tanto si las causas judiciales avanzan rápido o no; lo que pesa es la percepción social de que la épica anticorrupción se convirtió en una ilusión rota.

El riesgo para Milei es doble: por un lado, perder iniciativa en la gestión y quedar atrapado en la defensa permanente. Por otro, abrirle la puerta a que la oposición, tanto peronista como macrista, recupere protagonismo a costa de su debilidad. La política argentina rara vez perdona a quienes pierden el control de la narrativa. Y hoy, el relato del oficialismo está siendo escrito por sus adversarios.

El desenlace de esta crisis todavía está abierto, pero las señales son claras. El gobierno de Javier Milei enfrenta su primera tormenta de magnitud, y el modo en que logre —o no— atravesarla definirá su futuro político. Si la estrategia se limita a desplazar fusibles y negar responsabilidades, el desgaste se profundizará. Si intenta avanzar hacia un sinceramiento y transparencia más profunda, corre el riesgo de exponer aún más las internas de su propio círculo íntimo.

La oposición, mientras tanto, juega con paciencia. Macri se mueve para reposicionar al PRO y marcarle la cancha al Presidente. Cristina reaparece para recordar que el kirchnerismo sigue siendo un actor con peso simbólico. Los gobernadores, siempre atentos a las debilidades del poder central, calibran su apoyo según el costo de alinearse con un oficialismo herido. El Congreso, con sus equilibrios precarios, ya mostró que no dudará en aprovechar la fragilidad presidencial para imponer condiciones.

El factor social completa el cuadro. Las calles, sensibles a la corrupción y al ajuste económico, pueden convertirse en el escenario donde el desgaste político se transforme en desgaste de gobernabilidad. Si el relato de la “casta” se da vuelta y los libertarios pasan a ser percibidos como parte de aquello que prometieron destruir, el impacto electoral será inevitable.

Lo que está en juego no es solo un caso judicial o un funcionario acusado. Es la capacidad del Presidente de sostener el relato que lo llevó al poder. Si Milei no logra recomponer credibilidad, corre el riesgo de perder el control de la agenda antes de lo esperado. En la política argentina, el tiempo se acelera cuando los liderazgos se debilitan. Y hoy, la sensación de que el gobierno ya no controla los tiempos empieza a extenderse.

 

 

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