Argentina Sub-20 venció a México y volvió a semifinales después de 18 años

Con goles de Maher Carrizo y Mateo Silvetti, la selección juvenil selló un triunfo histórico por 2-0 ante México y se metió entre los cuatro mejores del Mundial Sub-20 en Chile. El equipo mostró solidez, carácter y una idea de juego que recupera la mística de las viejas generaciones campeonas.

Deporte11 de octubre de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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Argentina sub 20 a semifinales.

El fútbol argentino volvió a vivir una noche de alegría plena. La Selección Sub-20, dirigida por Javier Mascherano, superó con autoridad a México por 2-0 y se clasificó a las semifinales del Mundial juvenil. El triunfo, más allá del marcador, simboliza el retorno a un protagonismo que el país no alcanzaba desde 2007, cuando una generación encabezada por Sergio Agüero y Ángel Di María levantó la última copa en Canadá.

El partido se disputó en el Estadio Nacional de Santiago ante una multitud que acompañó con intensidad a los jóvenes argentinos. Desde el inicio, la Albiceleste mostró una versión madura, con control de pelota, presión alta y paciencia para encontrar los espacios. México, fiel a su estilo, intentó responder con velocidad y juego directo, pero se encontró con una defensa argentina firme y una figura en el arco que transmitió seguridad durante todo el encuentro.

A los 27 minutos del primer tiempo llegó el primer grito: Maher Carrizo, mediocampista de Boca Juniors, apareció en el área tras una combinación colectiva por la derecha y definió de zurda, con categoría, al palo más lejano del arquero. El festejo fue una mezcla de desahogo y emoción. Carrizo, uno de los futbolistas más regulares del torneo, miró al banco y abrazó a sus compañeros antes de señalar el escudo en el pecho. El gol rompía la tensión de un partido que hasta ese momento se jugaba más desde lo táctico que desde lo emocional.

Con la ventaja, Argentina bajó el ritmo y administró el trámite. Mascherano, que en la previa había insistido en la necesidad de “jugar con la cabeza fría”, mantuvo el esquema de cuatro volantes y un punta de referencia, lo que permitió sostener la posesión sin perder profundidad. México intentó reaccionar, pero careció de claridad y se topó con una defensa bien parada, encabezada por Mateo Severino y Tomás Palacios, dos pilares silenciosos de esta selección.

En el complemento, el desarrollo fue similar. Argentina supo manejar los tiempos, alternando momentos de presión intensa con pausas calculadas. La diferencia física se hizo evidente a partir de los 60 minutos, cuando los mediocampistas mexicanos comenzaron a acusar el desgaste. Mascherano aprovechó para refrescar las bandas y darle aire al equipo con el ingreso de delanteros veloces.

El golpe definitivo llegó a los 74 minutos. Mateo Silvetti, punta del Milan Primavera, recibió un pase largo, aguantó la marca y definió cruzado, dejando sin chances al arquero. El 2-0 fue una estocada letal que liquidó el ánimo del rival y desató la euforia en el banco argentino. El propio Silvetti corrió hacia la tribuna y se fundió en un abrazo con sus compañeros, mientras el estadio coreaba “Argentina, Argentina”.

Desde allí, el juego se inclinó por completo. México, nervioso y con un hombre menos por expulsión de su lateral derecho, apenas atinó a resistir. La Selección controló el cierre con autoridad y serenidad, dos virtudes poco comunes en categorías juveniles. El pitazo final desató la fiesta: jugadores, cuerpo técnico y parte del público argentino celebraron en un abrazo colectivo.

Para Mascherano, el resultado tuvo sabor a reivindicación. Cuestionado en su primer ciclo y tras una etapa de dudas, el técnico consolidó un grupo que combina talento con disciplina táctica. En la conferencia posterior al partido, destacó “la madurez de un equipo que entiende lo que quiere y lo ejecuta con compromiso”. El ex capitán de la mayor volvió a sonreír en un banco que parecía pesarle meses atrás.

Este paso a semifinales no solo significa un avance deportivo: es una señal de que el semillero argentino vuelve a tener proyección. La última vez que una Sub-20 alcanzó esta instancia fue hace 18 años, con un plantel que luego nutriría a la selección campeona del mundo en Qatar 2022. El fútbol argentino, tantas veces criticado por su desorganización estructural, parece haber reencontrado un hilo de continuidad entre las generaciones.

En el análisis futbolístico, el equipo mostró equilibrio. El mediocampo fue la clave: Carrizo y Echeverri dominaron la zona central con criterio, alternando entre presión y salida limpia. La defensa, liderada por Palacios y Severino, se mantuvo sólida ante los intentos de contragolpe mexicanos. Y en ataque, la dupla Silvetti-Aguirre aportó movilidad constante. Argentina no necesitó de un dominio abrumador para imponer condiciones; le bastó con inteligencia, concentración y eficacia.

El arco también tuvo protagonista. El joven arquero Thiago Beltrán se mostró seguro, con reflejos y personalidad. Sus intervenciones en momentos clave evitaron el descuento rival y le dieron tranquilidad al resto del equipo. El cuerpo técnico valoró su crecimiento durante el torneo, destacando su voz de mando y su madurez emocional.

La victoria consolida a Argentina como uno de los grandes candidatos al título. En semifinales enfrentará a Colombia, que viene de eliminar a España en un duelo cerrado. El encuentro será el miércoles 15 de octubre en Santiago y se espera un marco imponente. El ganador accederá a la final del domingo siguiente, también en la capital chilena.

Más allá de los nombres, este Sub-20 tiene algo que trasciende la táctica: una identidad de juego reconocible. El equipo defiende con el balón, no se desespera y prioriza la construcción colectiva por encima de la individualidad. Esa madurez, poco frecuente en juveniles, fue moldeada por un Mascherano que parece haber aprendido de sus tropiezos y ahora lidera con serenidad.

El contexto general del fútbol argentino también le da peso al logro. En un país donde las estructuras formativas se debaten entre la precariedad y la falta de inversión, este grupo de chicos demuestra que el talento sigue siendo un recurso inagotable. La cantera nacional, dispersa entre clubes locales y academias europeas, sigue produciendo futbolistas con hambre, técnica y coraje.

El público argentino acompañó con fervor desde las tribunas. Familias enteras viajaron desde Mendoza, Córdoba y Buenos Aires para alentar a los juveniles. En los bares de Santiago, los cánticos se multiplicaron y las banderas celestes y blancas volvieron a desplegarse como en los viejos tiempos. La conexión emocional con esta camada tiene un componente nostálgico: muchos ven en estos jóvenes la continuidad de aquella generación que dominó el mundo juvenil entre 1995 y 2007.

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Al final del encuentro, los jugadores se agruparon en el centro del campo para cantar el himno junto a la hinchada. Fue una postal cargada de emoción: los rostros transpirados, los abrazos, las lágrimas y la certeza de estar escribiendo una página nueva. La alegría fue también alivio, después de años de frustraciones en torneos juveniles donde Argentina no lograba siquiera superar la fase de grupos.

Ahora el desafío será sostener el rendimiento. Colombia, el próximo rival, propone un juego físico y vertical, con extremos veloces y un mediocampo de mucha presión. Argentina deberá repetir su disciplina táctica y su control emocional para llegar a la final. El cuerpo técnico ya trabaja en la recuperación física y en los ajustes necesarios para el siguiente duelo.

Más allá del resultado que venga, esta Selección Sub-20 ya consiguió algo más profundo que una clasificación: volvió a conectar a la gente con una idea de fútbol. En un país donde el juego es una identidad colectiva, ver a un grupo de chicos defender la camiseta con orden, humildad y pasión reaviva un sentimiento que estaba dormido.

El Mundial juvenil en Chile, que comenzó con dudas, se convirtió en un escaparate del potencial argentino. Cada pase, cada quite y cada festejo parecen recordar que el talento no se perdió, solo necesitaba organización y confianza. Esta generación parece haber entendido el mensaje.

Mientras los hinchas coreaban en las tribunas “vamos, vamos los pibes”, Mascherano miraba el campo en silencio, con las manos cruzadas. Sabía que lo que había pasado esa noche era más que una victoria. Era el regreso de una escuela, la reafirmación de un legado. Argentina Sub-20 volvió a ser Argentina. Y eso, en un país donde el fútbol es religión, vale tanto como un título.

 

 
 

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