Del fervor a la polémica: la caída del Pastor Giménez, ícono de los 90 devenido curandero de pandemia

Fue figura de multitudes, llenó estadios y encabezó shows de sanación masiva. Terminó acusado de fraude por vender supuestas curas contra el COVID en plena crisis sanitaria.

Actualidad06 de agosto de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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Pastor Giménez.

Carlos “el Pastor” Giménez fue durante años una de las figuras más extravagantes y reconocidas del universo evangélico en la Argentina. Su estilo desafiante, los milagros prometidos en vivo y una escenografía que combinaba gritos, luces y llanto colectivo lo convirtieron en referente de masas. Pero esa popularidad se desplomó con el escándalo de la pandemia: ofrecía “curas” contra el coronavirus a mil pesos. La promesa de sanación se volvió bochorno, y su figura pública quedó marcada para siempre.

Lo que comenzó como un fenómeno televisivo-religioso terminó en una parodia de sí mismo, enfrentando denuncias, burlas y deserción de muchos de sus antiguos seguidores. Su historia revela la delgada línea entre fe y oportunismo.

Del Luna Park a los canales de cable

Durante las décadas del 80 y 90, Giménez supo construir un emporio espiritual con base en la sanación divina. Sus cultos convocaban multitudes, llenaba el Luna Park y recorría América Latina con su prédica. Gritos de aleluya, testimonios de curas milagrosas y el llanto desgarrador de los fieles formaban parte de una puesta en escena milimétrica.

No solo llenaba estadios, también ocupaba espacio en la televisión: tenía programas propios, compraba franjas horarias en canales de aire y cable, y recibía donaciones que sostenían su estructura de poder. Fue uno de los primeros en convertir la fe evangélica en un espectáculo de consumo masivo, donde el show, el mensaje y el dinero se mezclaban sin pudor.

Mil pesos por la cura: el escándalo del COVID

Durante la crisis sanitaria del 2020, Giménez protagonizó uno de los episodios más controversiales de su carrera. En plena expansión del coronavirus, ofrecía frascos de “agua bendecida” con poderes curativos a cambio de una donación de mil pesos. Lo hacía en sus transmisiones online, apelando a la angustia generalizada, con frases como “Jesús ya venció al virus, solo tenés que creer”.

La maniobra fue denunciada por diversos sectores y derivó en causas por estafa y delitos contra la salud pública. Fue objeto de escraches, investigaciones y una pérdida fulminante de credibilidad incluso entre su núcleo más fiel. Las imágenes de fieles depositando dinero en cajas mientras él imponía las manos desde un atril digital recorrieron todos los medios.

La caída de un personaje mediático

A partir del escándalo, su figura se replegó. Cerró templos, bajó sus canales y evitó apariciones públicas por un tiempo. El “templo de la fe” que lideraba en Buenos Aires perdió presencia, y las filas que lo esperaban cada domingo se desvanecieron. La justicia lo investigó, aunque nunca llegó a una condena formal.

Años después, aún intenta sostener su mensaje desde transmisiones pequeñas en redes sociales, con un puñado de seguidores nostálgicos y la sombra del desprestigio a cuestas. Lo que había sido una marca registrada del evangelismo televisivo argentino se volvió un caso de estudio sobre manipulación emocional y marketing espiritual.

Más allá de Giménez: el negocio de la fe

El caso del Pastor Giménez no fue aislado. La pandemia dejó al descubierto múltiples figuras religiosas que aprovecharon el miedo y el desconcierto para ofrecer “bendiciones premium”, retiros milagrosos o productos ungidos a cambio de donaciones. El modelo comercial de la fe, sostenido durante décadas en América Latina, entró en crisis cuando los excesos se volvieron demasiado evidentes.

Giménez quedó como el emblema máximo de esa contradicción. De llenar estadios con promesas de sanación a pedir dinero por frascos de agua: su caída es también la de un modelo de show religioso que confundió consuelo con negocio.

Una figura que ya no conmueve

A diferencia de otras figuras del evangelismo que renovaron su discurso o se integraron a estructuras más institucionales, Giménez quedó atrapado en su propio personaje. Su imagen de predicador fogoso, mezcla de rockstar, gurú y showman, ya no genera adhesión masiva. En las redes, su figura circula más como meme que como referente espiritual.

En su última aparición pública, intentó reivindicar su rol con frases como “Dios nunca me soltó la mano”, pero el contexto ya no es el mismo. La fe de muchos hoy se canaliza por otras vías, más silenciosas y menos espectaculares.

En resumen, la historia del Pastor Giménez es la de un ascenso desmesurado impulsado por el espectáculo de la fe y una caída proporcional a sus excesos. De llenar estadios a ofrecer “curas” por dinero, su legado es polémico, pero marca una época. La del evangelismo como show, y su vulnerabilidad ante el descrédito público cuando la fe se vuelve negocio.

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