Colombia despide a Miguel Uribe Turbay: el precandidato que quiso unir un país dividido

El senador falleció a los 39 años tras más de dos meses de lucha contra las heridas sufridas en un atentado. Su muerte reaviva el debate sobre la violencia política y la fragilidad democrática en Colombia.

Mundo11 de agosto de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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Miguel Uribe Turbay.

Bogotá despertó con una mezcla de angustia y consternación al confirmarse la muerte de Miguel Uribe Turbay. Su esposa, María Claudia Tarazona, conmovió al país al despedirlo como el gran amor de su vida, prometiendo cuidar de sus hijos, mientras decenas de miles expresaban su dolor y su esperanza en la recuperación que finalmente no llegó. El senador, de 39 años, permaneció en la Fundación Santa Fe después de recibir múltiples disparos durante un acto político, hasta que una hemorragia en el sistema nervioso central terminó con su vida. 

Su trayectoria era reflejo de una nueva generación política que pretendía unir tradición e innovación. Nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala, hijo de la periodista Diana Turbay —quien murió durante un fallido rescate en 1991—, Uribe Turbay construyó su carrera desde muy joven, primero en el Concejo de Bogotá, luego como secretario de Gobierno, precandidato a la Alcaldía y finalmente senador, el más votado en 2022 por el Centro Democrático. Este camino lo ubicó como uno de los precandidatos con mayor respaldo al interior de su partido. 

Desde aquel fatídico 7 de junio, en Fontibón, cuando fue atacado durante un mitin recibiendo al menos tres disparos —dos en la cabeza y uno en la pierna—, la vida de Uribe Turbay pendió de un hilo. Aunque hubo breves destellos de mejoría que permitieron el inicio de neurorehabilitación, una hemorragia intracraneal y complicaciones en el sistema nervioso central desequilibraron cualquier esperanza. La Fundación Santa Fe emitió comunicados señalando el bloqueo neuromuscular y la sedación profunda aplicada para contener su delicado estado. 

Las repercusiones políticas fueron inmediatas. El expresidente Álvaro Uribe Vélez, líder de su partido, escribió en X: “El mal todo lo destruye, mataron la esperanza. Que la lucha de Miguel sea luz que ilumine el camino correcto de Colombia”. La atención pública rememoró episodios oscuros del pasado, como los magnicidios de Galán o Pizarro, mientras crecían los llamados a bajar el tono en la confrontación política. Miles de colombianos incluso participaron en la “Marcha del Silencio” y en cadenas de oración frente a la clínica donde luchaba por su vida. 

Más allá del dolor, su historia inspiró reflexiones profundas. La socióloga Aurora Vergara publicó un llamado a “sanar una nación”, remarcando que disentir no puede ser una causa de muerte. El ataque recordó lo urgente de reconstruir un pacto social que garantice respeto, diálogo y democracia.

La muerte de Miguel Uribe Turbay no solo deja un vacío político —era uno de los precandidatos presidenciales mejor posicionados—, sino también un símbolo doloroso de una democracia que parece estar en peligro. Su vida, marcada por tragedias familiares y luchas políticas desde muy joven, encontró un fin prematuro y trágico. En su memoria quedan preguntas inquietantes: ¿cómo avanzar sin odio, sin violencia, sin miedo? Su legado podría ser la chispa para repensar el futuro de Colombia, reivindicando la vida como el valor más preciado en el ejercicio político y humano.

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