Triple crimen en Varela: espejo del narcotráfico argentino y alerta regional

El asesinato de tres jóvenes en Florencio Varela con sello mafioso expone la consolidación del narcotráfico en el conurbano y desnuda la incapacidad de los gobiernos que, durante años, se jactaron de combatirlo sin resultados de fondo.

Actualidad25 de septiembre de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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Little Sinaloa

El hallazgo de Brenda del Castillo, Morena Verri y Lara Gutiérrez brutalmente asesinadas en una vivienda de Varela, luego de ser secuestradas en La Matanza, mostró en un solo episodio la dimensión más cruda de la violencia narco. Tortura, mutilaciones y ejecución fueron transmitidas en vivo como un mensaje disciplinador. Un método que se aleja del delito común y se acerca a la lógica de carteles internacionales.

La explicación inmediata fue la venganza: bandas que operan en el oeste del conurbano, con vínculos en villas porteñas, actuaron en represalia por un robo de drogas. Pero la lectura más amplia es que el triple crimen se inscribe en una dinámica de narco-violencia creciente, que ya tiene epicentros claros en Rosario, en el Gran Buenos Aires y en barrios marginados de la Ciudad.

 
Rosario: entre la sangre y el puerto

Durante años, Rosario se convirtió en el principal escenario de la guerra narco en Argentina. Con una ubicación estratégica para exportar cocaína oculta en cargamentos agroindustriales, la ciudad padeció un récord histórico de asesinatos, en su mayoría vinculados a bandas locales. Solo en 2023 hubo más de 250 homicidios en el Gran Rosario, con predominio del sicariato y los ajustes de cuentas.

La estructura criminal se organiza en facciones como Los Monos, Esteban Alvarado o clanes menores, que disputan con violencia barrios enteros. Aunque varios cabecillas están presos, las órdenes siguen llegando desde las cárceles. El Estado respondió con despliegues federales, traslados a penales de máxima seguridad e inhibidores de comunicaciones. Esa presión logró reducir la tasa de asesinatos en 2024, pero los ataques recientes a comercios, colectivos y estaciones de servicio muestran que la paz es frágil y que la capacidad de daño persiste.

Rosario se volvió además un punto de interés para organizaciones extranjeras. La cocaína que parte de sus puertos tiene como destino principal Europa. La combinación de corrupción policial, connivencia política y pobreza en los barrios periféricos ofrece el terreno ideal para que el narco se reproduzca.

 
El conurbano bonaerense y la violencia en ascenso

En el Gran Buenos Aires, los últimos años marcan una transición: de un narcomenudeo de baja intensidad a la consolidación de estructuras con métodos cada vez más brutales. Municipios como La Matanza, Quilmes, San Martín, Lomas de Zamora y Varela concentran la mayor actividad. Allí conviven cocinas de cocaína, búnkers de venta y bandas con poder de fuego.

El caso del llamado “Cartel del Oeste” en Rafael Castillo es ilustrativo: con base en un predio tomado, la organización extendió su influencia a varios partidos y fue responsable de al menos veinte asesinatos en 2024, en su mayoría ejecuciones contra rivales. Su líder operaba desde la cárcel y la banda lavaba dinero en concesionarias y comercios de fachada.

El triple crimen de Varela se suma a esa lista y expone la convergencia de factores: jóvenes reclutadas en barrios pobres, capos con conexiones internacionales y un mensaje mafioso dirigido a disciplinar el negocio. En estos territorios, la connivencia de sectores policiales y la debilidad de la Justicia alimentan la impunidad.

 
Villas de CABA: enclaves del narco

Las villas de emergencia porteñas, en particular la 1-11-14 del Bajo Flores, son desde hace dos décadas enclaves del narcomenudeo con fuerte presencia de clanes de origen peruano. Allí funcionan laboratorios, puntos de venta y estructuras de vigilancia armada. Su influencia se extiende a gran parte de la Capital y el conurbano.

En barrios como la 21-24, Zavaleta o la Villa 31, las disputas por el control de la venta de drogas han dejado un reguero de muertes y el reclutamiento masivo de adolescentes. Para muchos jóvenes, ser “satélites” o expendedores significa ganar más en un día que en un mes de trabajo formal. El costo social es alto: deserción escolar, adicciones y una autoridad paralela que reemplaza al Estado en la vida cotidiana.

 
México y Perú: espejos y advertencias

La comparación regional ofrece lecciones. México lleva más de 15 años de militarización, con la Guardia Nacional y las Fuerzas Armadas en la calle. Ha logrado decomisos récord de fentanilo y metanfetaminas, pero al costo de más de 30.000 asesinatos anuales y un nivel de impunidad que alimenta la violencia. La fragmentación en cientos de células muestra que la estrategia punitiva no basta.

Perú, segundo productor mundial de hoja de coca, enfrenta un escenario híbrido: en el VRAEM, campesinos cultivando bajo protección de grupos armados; en las ciudades, el auge de bandas de sicarios y extorsionadores, muchas de ellas integradas por extranjeros. El Estado combina decomisos récord con operativos militares en la selva y estados de emergencia en Lima y Callao, pero la coca se expande y las mafias urbanas se multiplican.

 
El denominador común: impunidad, corrupción y ausencia estatal

Los tres países comparten un patrón: territorios donde el Estado retrocede, el crimen organizado ocupa y la población queda rehén. La impunidad en las investigaciones, la corrupción policial y política, y la ausencia de servicios básicos conforman el ecosistema en el que el narco se fortalece.

Allí, los capos se convierten en jefes de facto: proveen dinero, empleos informales, armas y hasta cierto orden a través del miedo. El costo es una sociedad rota, jóvenes atrapados entre ser soldados del narco o víctimas de su violencia, y comunidades que solo conocen al Estado en su versión represiva o ausente.

 
Un espejo incómodo

El triple crimen de Varela no es un hecho aislado: es el síntoma de una tendencia. Rosario, el conurbano y las villas porteñas son los escenarios donde se juega el presente y el futuro de la seguridad argentina. México y Perú advierten que la combinación de militarización sin reformas, represión sin desarrollo y corrupción sin castigo lleva al abismo.

La disyuntiva es clara: o el Estado se hace presente con fuerza, transparencia y oportunidades, o el narcotráfico seguirá avanzando como poder paralelo. Lo que está en juego no es solo la lucha contra un delito: es la capacidad misma de sostener un orden democrático frente a la violencia organizada.

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