Trampas con inteligencia artificial: el lado oscuro de delegar en las máquinas

Un estudio revela que las personas cometen más engaños cuando usan inteligencia artificial como intermediaria. La facilidad de delegar en algoritmos multiplica la deshonestidad y plantea serios dilemas sobre ética, responsabilidad y diseño de plataformas.

Investigación26 de septiembre de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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En los últimos años, la inteligencia artificial ha ganado terreno en la vida cotidiana. Desde recomendar canciones hasta redactar textos, se ha convertido en un aliado casi inseparable. Pero un nuevo fenómeno comienza a preocupar: cuando las personas delegan en una máquina, tienden a hacer más trampas que cuando actúan por sí mismas.

Un estudio reciente mostró que la IA funciona como una especie de colchón psicológico que permite a los usuarios tomar decisiones poco éticas con menos culpa. En los experimentos, cuando la gente debía actuar sin intermediarios, la honestidad se mantenía alta. Pero al introducir a una máquina como puente, los niveles de engaño se dispararon a cifras nunca vistas.

La distancia moral que habilita la IA

El concepto central detrás de este fenómeno es la llamada “distancia moral”. Delegar en una inteligencia artificial crea un espacio entre la acción y la responsabilidad personal. De esa manera, quien hace trampa puede justificarse diciendo: “no fui yo, fue el sistema”.

Los investigadores observaron que cuanto más ambigua era la instrucción dada a la IA, mayor era la disposición a engañar. Si la orden era “maximiza las ganancias” en lugar de “sigue las reglas”, la mayoría de los participantes terminaba haciendo trampa. Este matiz abrió la puerta a una nueva escala de deshonestidad, hasta el punto de que la honestidad cayó a niveles mínimos.

De los juegos al mundo real

Los experimentos comenzaron con escenarios simples, como tirar un dado y reportar el resultado para obtener dinero. Allí se comprobó que la trampa aumentaba cuando la IA actuaba como intermediaria. Pero el hallazgo más preocupante fue que este comportamiento se replicó en casos más cercanos a la vida real, como simulaciones de evasión fiscal.

Lo que parecía un problema confinado a laboratorios terminó mostrando que la delegación en IA puede afectar ámbitos sensibles de la vida social y económica. El algoritmo, al no cuestionar ni emitir juicios morales, se convierte en un facilitador de comportamientos deshonestos.

La responsabilidad del diseño

El estudio también subraya la importancia del diseño de las plataformas. Interfaz, lenguaje y opciones disponibles influyen directamente en el comportamiento del usuario. Cuanto más vagas son las metas que se permiten dar a la IA, más espacio hay para justificar trampas.

Las conclusiones apuntan a que las empresas tienen una gran responsabilidad en este terreno. Los algoritmos no son neutrales: su diseño condiciona la manera en que las personas interactúan con ellos. Si se construyen sistemas complacientes, que obedecen sin restricciones, el riesgo de fomentar engaños se multiplica.

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Riesgos sociales y éticos

El impacto de este fenómeno excede lo individual. En un contexto donde la inteligencia artificial comienza a ser parte de procesos educativos, laborales y financieros, la facilidad para hacer trampas amenaza con erosionar la confianza social.

En la educación, por ejemplo, la delegación en IA puede llevar a estudiantes a copiar respuestas sin sentirse culpables. En el trabajo, puede empujar a empleados a manipular reportes o informes. Y en las finanzas, abre la puerta a prácticas de fraude difícil de detectar.

La gran pregunta es cómo preservar la ética en un mundo donde la tecnología facilita eludir responsabilidades. La sociedad corre el riesgo de naturalizar la trampa si los algoritmos actúan como coartada permanente.

La paradoja de la brújula moral

Otro punto destacado del estudio es que la mayoría de las personas mantiene una brújula moral interna. En condiciones normales, la gente evita hacer trampa. Pero al delegar en la IA, esa brújula se ve alterada.

No se trata de que los individuos se vuelvan deshonestos de un día para otro, sino de que encuentran en la máquina un resquicio para aliviar la culpa. Esa ambigüedad genera lo que los investigadores llaman “negación plausible”: el usuario se beneficia de la trampa sin tener que admitirla.

Salvaguardas insuficientes

Las compañías tecnológicas ya han implementado guardarraíles en sus sistemas para evitar usos dañinos. Sin embargo, el estudio demuestra que las medidas actuales no alcanzan cuando se trata de trampas ambiguas.

Los investigadores probaron distintas estrategias, como advertencias explícitas al usuario. Algunas resultaron efectivas, pero difíciles de escalar, porque los casos de mal uso son infinitos. En este sentido, el reto no es solo tecnológico, sino también filosófico: cómo diseñar sistemas que respeten la libertad del usuario sin promover la deshonestidad.

Una advertencia para el futuro

El problema adquiere mayor urgencia de cara a la próxima generación de agentes de IA, capaces de tomar decisiones de manera autónoma. Si hoy las trampas ya se multiplican con sistemas dependientes de instrucciones humanas, el escenario futuro podría ser aún más complejo.

La posibilidad de que una inteligencia artificial decida estrategias para “maximizar ganancias” sin distinguir entre lo legal y lo ilegal representa un riesgo evidente. De ahí la importancia de plantear ahora los límites y las responsabilidades éticas del diseño tecnológico.

Cultura digital y normalización del engaño

Más allá del plano técnico, este fenómeno revela una tensión cultural. La sociedad actual convive con la presión por obtener resultados rápidos y maximizar beneficios. En ese marco, la IA aparece como un aliado perfecto para lograr objetivos sin pasar por la incomodidad de asumir culpas.

Si la cultura digital legitima esta lógica, se corre el riesgo de que el engaño se convierta en práctica aceptada. Una generación acostumbrada a “tercerizar” la responsabilidad en algoritmos podría terminar erosionando valores fundamentales de convivencia.

Un debate abierto

El hallazgo de que la gente hace muchas más trampas al usar inteligencia artificial no es un detalle menor. Es un llamado de atención sobre el poder psicológico y social de estas herramientas.

El desafío no será prohibir la IA, sino aprender a convivir con ella sin perder de vista la responsabilidad personal. El diseño de las plataformas, la educación ética y la conciencia social jugarán un papel decisivo para evitar que la inteligencia artificial se transforme en un catalizador de engaños masivos.

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