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El país ha emprendido una ambiciosa transición energética con inversiones masivas en solar, eólica e hidrógeno, buscando reducir su dependencia de los combustibles fósiles. Pero sus metas chocan con desafíos estructurales y geopolíticos.
Mundo06 de octubre de 2025
Alejandra Larrea
Turquía se ha propuesto un camino audaz: pasar de importadora energética crónica a referente regional en renovables. En medio de crisis económicas, tensiones geopolíticas y desafíos internos, el país ha multiplicado sus esfuerzos en proyectos solares, eólicos e infraestructuras de hidrógeno que prometen transformar su matriz energética y su posición estratégica.
Este giro no es sólo técnico: tiene implicancias geopolíticas y sociales. Turquía, ubicada en una encrucijada entre Europa y Asia, pretende que su liderazgo renovable fortalezca su influencia regional, atraiga inversiones y le permita moderar su vulnerabilidad energética.
Inversión, ambición y escala
Los planes turcos ya están en marcha. Grandes corredores eólicos en la costa del mar Egeo y centrales solares en Anatolia central están entre los proyectos más avanzados. El gobierno destina recursos estatales y busca alianzas privadas para acelerar el despliegue.
Asimismo, Turquía apuesta al hidrógeno verde como una pieza clave de su futuro energético. La ambición es exportar producción a Europa, aprovechando su cercanía geográfica. Si logra consolidar esas instalaciones, podría transformarse en un nexo logístico vital entre la producción renovable del sur y la demanda europea.
El volumen de inversiones es significativo y puede atraer nuevas olas de capital internacional. Pero esas apuestas deben concretarse en plazos relativamente cortos, con modelos financieros estables y garantías institucionales.
Obstáculos estructurales
El cambio no está libre de escollos. Turquía enfrenta déficit fiscal, inflación persistente y devaluaciones periódicas que complican los préstamos para proyectos a largo plazo. Eso convierte al financiamiento renovable en un terreno de riesgo elevado.
Además, muchas regiones turcas carecen de conexiones eléctricas robustas o redes de transporte capaces de absorber la generación distribuida que vendrá con la expansión. Mejorar la infraestructura será fundamental para evitar cuellos de botella.
También hay barreras institucionales: el marco regulatorio del sector energético no siempre ofrece certidumbre, los permisos ambientales son complejos y los precios subvencionados del gas natural estatal siguen compitiendo con las renovables en algunas zonas del país.
¿Puede Turquía liderar en la región?
La apuesta turca no es mínima. Si logra consolidar su capacidad renovable, podría posicionarse como proveedor energético de países vecinos y convertirse en punto clave para el tránsito comercial de la energía verde. Su ubicación estratégica le daría ventaja respecto a países más remotos.
Pero su éxito dependerá de dos factores críticos: la ejecución eficiente de proyectos y la estabilidad macroeconómica. Un descalabro financiero o una corrección abrupta en los mercados internacionales podrían poner en riesgo la viabilidad de esas inversiones.
Por ahora, Turquía avanza entre ambición y precariedad, con la mirada puesta en ser una potencia renovable del futuro, aunque consciente de que el camino será técnico, económico y político.

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