📉 El crack de la Bolsa de 1929: el día en que el sueño americano se derrumbó

El crack de la Bolsa de Nueva York de 1929 es uno de los eventos más emblemáticos y devastadores de la historia económica moderna. Marcó el final abrupto de los “felices años veinte” y dio inicio a una crisis global conocida como La Gran Depresión, cuyas consecuencias sociales, políticas y económicas se sintieron en todo el mundo.

Economía14 de abril de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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Bolsa de Nueva York

Durante la década de 1920, Estados Unidos vivía una época de crecimiento económico sin precedentes. La producción industrial se disparaba, el consumo creía y la confianza en el mercado bursátil alcanzaba niveles de euforia. Muchos ciudadanos, incluso de clase media, invirtieron en acciones, convencidos de que el mercado solo podía subir.

📈 ¿Qué significa invertir en acciones?
Invertir en acciones significa comprar una pequeña parte de una empresa. Cuando una compañía cotiza en la bolsa, pone a la venta partes de su propiedad en forma de acciones. Si una persona compra una acción, se convierte en accionista y, por tanto, en propietario de una mínima fracción de esa empresa.

El valor de esas acciones puede subir o bajar, dependiendo de diversos factores: las ganancias de la empresa, las expectativas de crecimiento, la situación económica global, etc. Los inversores suelen ganar dinero de dos maneras: cuando el precio de la acción sube y la venden más cara (ganancia de capital), o cuando la empresa reparte beneficios entre sus accionistas (dividendos).

En los años previos al crack de 1929, invertir en la bolsa se volvió algo muy común, incluso entre personas sin experiencia ni conocimientos financieros. La idea de que "todos ganaban en la bolsa" generó una euforia generalizada. Mucha gente pedía préstamos para comprar acciones, convencida de que los precios seguirían subiendo. Y aquí es donde aparece el riesgo de las burbujas especulativas.

💥 ¿Qué es una burbuja especulativa?
Una burbuja especulativa ocurre cuando el precio de un activo —como una acción, una propiedad o incluso criptomonedas hoy en día— sube de forma artificial y desproporcionada respecto a su valor real. Es decir, la gente paga precios cada vez más altos no porque el activo lo valga realmente, sino porque todos creen que podrán venderlo aún más caro a otra persona después.

Esta dinámica de “comprar caro para vender más caro todavía” alimenta la burbuja. Pero en algún momento, cuando la realidad económica se impone, los precios dejan de subir. Entonces, el entusiasmo se convierte en pánico: los inversores comienzan a vender masivamente, los precios se desploman y la burbuja “explota”, dejando pérdidas enormes.

Eso fue exactamente lo que ocurrió en 1929. Las acciones estaban sobrevaloradas. Muchas empresas no tenían ganancias que justificaran los precios que sus acciones alcanzaban. Pero el entusiasmo seguía… hasta que no pudo más.

El martes 29 de octubre de 1929, conocido como el "Martes Negro", estalló la burbuja. Ese día, la Bolsa de Nueva York se desplomó. Más de 16 millones de acciones fueron vendidas en un clima de pánico absoluto, y el índice Dow Jones cayó estrepitosamente. En cuestión de horas, miles de inversores perdieron todo.

El crack no fue un hecho aislado. Venía precedido por jornadas de incertidumbre: el “Jueves Negro” (24 de octubre) y el “Lunes Negro” (28 de octubre), cuando ya se venían registrando ventas masivas. La caída del 29 fue el golpe final. Wall Street quedó paralizada.

Las consecuencias fueron inmediatas. Millones de personas perdieron sus ahorros y propiedades. Miles de bancos quebraron. La desconfianza se propagó como un virus. Las empresas comenzaron a cerrar, se destruyeron millones de empleos y la producción industrial cayó en picada.

En 1932, el desempleo en Estados Unidos superaba el 25%. Muchas familias se vieron obligadas a vivir en condiciones de extrema pobreza, en campamentos improvisados conocidos como Hoovervilles, en referencia al entonces presidente Herbert Hoover, criticado por su inacción frente a la crisis.

El impacto del crack se extendió más allá de las fronteras estadounidenses. Europa, aún debilitada por la Primera Guerra Mundial, fue arrastrada al colapso financiero. Las economías latinoamericanas, dependientes de las exportaciones, también sufrieron un golpe brutal.

Las causas del crack son múltiples y complejas. A la especulación descontrolada se sumaron otros factores como la sobreproducción industrial, la concentración de la riqueza, la falta de regulación del sistema financiero y la debilidad estructural del sistema bancario.

El gobierno de Hoover fue incapaz de revertir la situación. Su confianza en el libre mercado como autorregulador resultó contraproducente. No fue hasta la elección de Franklin D. Roosevelt en 1932 que se comenzaron a aplicar políticas más activas bajo el New Deal, que buscaban reactivar la economía, generar empleo y reformar el sistema financiero.

El crack de 1929 dejó lecciones profundas. A partir de la crisis, se crearon organismos como la SEC (Securities and Exchange Commission) para regular el mercado bursátil y se establecieron límites más estrictos al crédito especulativo. La intervención del Estado en la economía pasó a ser vista como una necesidad en tiempos de crisis.

En el plano cultural, el colapso de 1929 modificó la percepción del “sueño americano”. Se pasó de la euforia optimista de los años 20 al desencanto social. La literatura, el cine y el periodismo reflejaron esta transformación con historias de pérdida, pobreza y lucha.

En términos políticos, la depresión abrió el camino al ascenso de movimientos populistas y autoritarios en varios países. En Alemania, el desempleo masivo y el descontento social fueron terreno fértil para el ascenso del nazismo.

Aunque el mercado comenzó a recuperarse lentamente hacia fines de la década de 1930, no fue hasta la Segunda Guerra Mundial que la economía estadounidense volvió a niveles sostenidos de producción y empleo.

Hoy, el crack de 1929 sigue siendo objeto de estudio para economistas, historiadores y sociólogos. Se lo considera un símbolo de los peligros del capitalismo sin regulación y un llamado de atención sobre los efectos devastadores de las burbujas financieras.

Cada nueva crisis financiera —como la de 2008 o incluso los temores actuales— se compara inevitablemente con aquel octubre negro de 1929. La historia no se repite, pero muchas veces rima.

Comprender qué ocurrió aquel año no es solo un ejercicio histórico: es una advertencia sobre la fragilidad de los sistemas económicos y la necesidad de equilibrio entre el mercado y la responsabilidad pública.

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