Cambios para inmigrantes: salud, educación, permanencia y deportaciones bajo nuevas reglas

El gobierno modificó por decreto la Ley de Migraciones y redefinió el acceso de extranjeros a derechos fundamentales. Argentina se alinea con un giro regional y global que endurece las condiciones de ingreso, permanencia y ciudadanía.

Actualidad29 de mayo de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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No se trata solo de trámites. Lo que cambió es el paradigma. A partir del nuevo decreto presidencial, los extranjeros no residentes en Argentina enfrentan un nuevo régimen: acceso arancelado a la salud, matrícula paga en universidades públicas, controles más estrictos y un sistema de expulsión más veloz.

La extranjería deja de ser parte del tejido integrador del país y empieza a funcionar como categoría de exclusión selectiva. Bajo el argumento de “reciprocidad”, el Ejecutivo redibujó la frontera simbólica entre quién es considerado sujeto de derecho y quién, apenas, un visitante con beneficios limitados.

 
El derecho condicionado: salud, educación y residencia bajo lupa

La atención médica gratuita quedará reservada a situaciones de emergencia. Para el resto, los extranjeros sin residencia legal deberán pagar por los servicios del sistema público, salvo que exista un convenio entre Estados. Lo mismo aplicará para la educación universitaria: el acceso gratuito podrá ser restringido a quienes no cuenten con DNI argentino.

En paralelo, la nueva norma habilita a cancelar residencias por faltas administrativas, endurece los requisitos para naturalizarse ciudadano, y permite expulsar extranjeros con causas judiciales abiertas, incluso sin condena firme.

Detrás del discurso de la “justicia fiscal” y el “orden migratorio”, se instala una idea más profunda: la nacionalidad como barrera de acceso. La extranjería ya no es una diferencia circunstancial. Es una condición que exige justificación.

 
El espejo estadounidense y la doctrina de frontera segura

En Estados Unidos, el viraje ya se consolidó. Bajo presión interna, el gobierno de Joe Biden endureció el control en la frontera sur. La narrativa oficial pasó del “camino a la ciudadanía” al “orden en el ingreso”. La reciente ley migratoria acordada con republicanos habilita la deportación exprés, limita los pedidos de asilo y permite cierres fronterizos automáticos cuando se superan ciertos flujos.

Texas avanzó más allá: implementó medidas que permiten a policías estatales detener inmigrantes, construir muros paralelos al federal y perseguir judicialmente a quienes den ayuda logística a los recién llegados. Es la expresión más extrema de un enfoque que mezcla seguridad, política y rechazo popular.

La coincidencia con Argentina no es casual. En ambos países se invoca la soberanía, el costo fiscal y el desborde institucional como ejes para justificar un repliegue sobre el derecho al tránsito y a la integración. Se construye la figura del extranjero como amenaza al equilibrio económico y a la paz interna.

 
Alineamientos y doctrina migratoria regional

Este tipo de reformas no son casos aislados. Forman parte de un movimiento más amplio que recorre América Latina, Europa y Estados Unidos. La migración, que antes se analizaba desde el enfoque de los derechos humanos, hoy se aborda como un desafío de control, eficiencia y selectividad.

Chile endureció sus políticas en el norte. Perú militarizó zonas fronterizas. Uruguay empezó a revisar el acceso de migrantes a viviendas sociales. Incluso países con tradición de apertura, como Colombia, han establecido límites administrativos para el acceso a salud y documentación.

La doctrina que emerge es clara: solo puede quedarse el que cumple condiciones. La residencia ya no se asocia con humanidad o integración cultural, sino con utilidad, productividad y obediencia. Se impone una lógica binaria: el extranjero que aporta versus el que cuesta; el que encaja versus el que estorba.

 
Argentina, con este decreto, rompe con su tradición histórica de hospitalidad y se alinea con una corriente regional que convierte al inmigrante en problema presupuestario, sospechoso de delito o usuario ilegítimo de servicios. Es una decisión política, pero también simbólica: quién pertenece y quién no. Quién tiene derechos y quién debe demostrarlos.

El nuevo escenario deja claro que, para quedarse, ya no alcanza con estar. Hay que pagar, rendir, cumplir. Lo que está en juego no es la migración. Es la idea misma de ciudadanía.

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