11S: la herida que nunca cerró en Nueva York y el mundo entero

A 24 años del atentado contra las Torres Gemelas, la ciudad todavía vibra con el eco de aquel martes negro que cambió la historia para siempre. El humo, los gritos y el derrumbe siguen grabados en la retina colectiva, como una cicatriz que ni la modernidad ni el silencio lograron tapar.

Mundo11 de septiembre de 2025Alejandra LarreaAlejandra Larrea
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11S.

El 11 de septiembre de 2001 amaneció diáfano en Manhattan. A las 8:46 de la mañana, el primer avión, un Boeing 767 de American Airlines, impactó contra la Torre Norte del World Trade Center. Diecisiete minutos después, a las 9:03, otro avión de United Airlines se incrustó en la Torre Sur, en vivo y en directo para millones de televidentes. La incredulidad se transformó en certeza: Estados Unidos estaba bajo ataque.

El tiempo se quebró. La imagen de las torres ardiendo, la lluvia de papeles flotando como nieve maldita, los cuerpos que caían al vacío, la marea humana huyendo por el bajo Manhattan cubierta de polvo: todo se volvió iconografía del apocalipsis. A las 9:37, otro avión se estrelló contra el Pentágono, el corazón militar de Washington. A las 10:03, el vuelo 93 de United se precipitó en Shanksville, Pensilvania, luego de que los pasajeros enfrentaran a los secuestradores.

Las Torres Gemelas colapsaron entre las 9:59 y las 10:28. Dos gigantes de acero y vidrio que parecían eternos se deshicieron en cuestión de segundos. En ese derrumbe se llevaron la vida de casi 3.000 personas, el orgullo americano y la inocencia de una era. El “fin del siglo XX” no fue en 2000 ni en 2001: fue esa mañana.

La autoría fue rápidamente adjudicada a Al Qaeda, bajo la conducción de Osama bin Laden. El ataque se planeó desde Afganistán y ejecutó con cuatro aviones comerciales secuestrados, convertidos en misiles improvisados. Fue la demostración brutal de que el poderío militar más grande del planeta podía ser perforado con la astucia y la crueldad de un grupo de fanáticos.

Desde ese día, el mundo cambió para siempre. La “guerra contra el terrorismo” marcó la política global: invasión a Afganistán, luego Irak, la “Patriot Act”, el espionaje masivo, Guantánamo, el endurecimiento de controles en aeropuertos y la expansión del aparato de seguridad norteamericano. Millones de personas vieron sus vidas condicionadas por las secuelas del 11S, desde soldados enviados a Oriente Medio hasta migrantes musulmanes perseguidos en Occidente.

Nueva York se reinventó sobre sus ruinas. En el lugar donde estaban las Torres Gemelas hoy se erige el One World Trade Center, acompañado por el Memorial 9/11: dos fuentes cuadradas en el vacío de las bases originales, donde el agua cae en silencio y los nombres de las víctimas están grabados en bronce. Cada 11 de septiembre, familiares, bomberos y sobrevivientes se reúnen allí para leer los nombres de los muertos en un ritual que mezcla dolor, homenaje y resistencia.

Pero la herida sigue abierta. El polvo sigue en los pulmones de miles de rescatistas que enfermaron, el recuerdo persiste en las familias que nunca recuperaron a sus seres queridos, y el fantasma del 11S todavía late en cada alarma de aeropuerto y en cada noticia de terrorismo global.

A 24 años, el 11 de septiembre de 2001 ya no es solo un capítulo de la historia de Estados Unidos: es un mito fundacional del siglo XXI, un trauma compartido que atraviesa generaciones y fronteras. Ese martes no terminó nunca; sigue resonando en cada sirena, en cada imagen de humo, en cada mirada perdida en Manhattan cuando alguien pregunta: “¿Dónde estabas aquel día?”.

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