Conflicto entre Irán e Israel: historia, ideología, geopolítica y escalada reciente

Una historia sobre el proceso que terminó en la guerra actual entre Israel e Irán. Desde la creación del Estado de Irán a hoy en día.

Mundo23 de junio de 2025Alejandro CabreraAlejandro Cabrera
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El enfrentamiento entre Irán e Israel es uno de los conflictos más complejos y prolongados de Oriente Próximo. A lo largo de las últimas décadas, esta rivalidad ha evolucionado desde tensiones políticas hasta choques indirectos en campos de batalla de terceros países, sin que nunca se haya desatado una guerra directa declarada entre ambos Estados. El conflicto trasciende una simple disputa bilateral: está arraigado en diferencias históricas, profundas convicciones ideológicas y religiosas, cálculos geopolíticos regionales e intervenciones de las grandes potencias. En este artículo de análisis se exploran las diversas dimensiones de la confrontación entre la República Islámica de Irán y el Estado de Israel, desde sus orígenes tras la Revolución Iraní de 1979 hasta las últimas noticias verificadas en 2025, incluyendo la escalada de tensiones en los años recientes.

A continuación, examinaremos el contexto histórico que dio forma a esta enemistad, las motivaciones religiosas e ideológicas que alimentan el discurso de ambas partes, las implicaciones geopolíticas del conflicto en Oriente Medio, los aspectos militares y de seguridad (desde guerras subsidiarias y ataques encubiertos hasta la disputa por el programa nuclear iraní) y los esfuerzos diplomáticos internacionales relacionados. Finalmente, se analizará la escalada más reciente (2023-2025), marcada por ataques cruzados de sus aliados, amenazas explícitas de guerra e intervenciones de Estados Unidos y otras potencias, que han elevado la tensión a niveles sin precedentes.

Antecedentes históricos del conflicto Irán-Israel
De aliados a enemigos (antes y después de 1979). Las relaciones entre Irán e Israel no siempre fueron hostiles. Bajo el mandato del sha Mohammad Reza Pahlavi, Irán fue uno de los pocos países de mayoría musulmana en mantener lazos cercanos con Israel. De hecho, en 1953 Irán se convirtió en el segundo país de población islámica (después de Turquía) en reconocer oficialmente al Estado de Israel. Durante las décadas de 1960 y 1970 ambos gobiernos cooperaron en áreas estratégicas y económicas: Irán suministraba petróleo a Israel, mientras Israel brindaba asesoría militar y técnica a Teherán. Además, el sha compartía con la élite israelí una visión pro-occidental y secular de la región, lo que favorecía la alianza en un contexto en que muchos países árabes vecinos no reconocían a Israel y promovían el panarabismo en su contra. Es importante destacar que durante ese periodo Irán se mantuvo al margen de los conflictos árabe-israelíes (como las guerras de 1967 y 1973), alineándose discreta pero firmemente con el bloque pro-occidental.

Todo cambió de forma drástica en 1979. La Revolución Islámica iraní, liderada por el ayatolá Ruhollah Jomeini, derrocó a la monarquía del sha e instaló en Teherán un régimen teocrático chií fuertemente antioccidental. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno revolucionario fue romper por completo las relaciones diplomáticas con Israel y desconocer su legitimidad como Estado. La embajada israelí en Teherán fue clausurada y entregada simbólicamente a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), mientras que las autoridades iraníes declaraban que Israel era un "régimen ilegítimo" y debía "desaparecer del mapa". Este giro ideológico marcó el inicio de una enemistad oficial y virulenta: Irán pasó de ser un aliado secreto de Israel a erigirse en uno de sus más acérrimos adversarios.

Primeros choques indirectos y guerra subsidiaria (décadas de 1980 y 1990). En los años inmediatos a la revolución, la hostilidad recién declarada entre Teherán y Jerusalén discurrió principalmente en las sombras y a través de terceros países. Paradójicamente, durante la guerra entre Irán e Irak (1980-1988), el aislado gobierno islamista de Jomeini recibió armamento de manera encubierta desde Israel (y Estados Unidos) en el conocido escándalo Irán-Contra. Este apoyo secreto buscaba debilitar a Irak (un enemigo común de israelíes e iraníes en ese momento), aunque oficialmente ambos países negaban cualquier cooperación.

Al mismo tiempo, Irán comenzó a desplegar su estrategia de “guerra subsidiaria” para confrontar a Israel de forma indirecta. Un hito clave fue la invasión israelí del Líbano en 1982, destinada a expulsar a la OLP pero que también creó un vacío de poder en el sur del Líbano. Teherán aprovechó la situación enviando a centenares de miembros de la Guardia Revolucionaria Iraní (CGRI) para asesorar y armar a milicias chiíes locales. De esta manera nació Hezbolá, el movimiento chiita libanés que se convertiría en el principal aliado militar de Irán contra Israel. Durante los años 80 y 90, Hezbolá libró una insurgencia constante contra la ocupación israelí del sur del Líbano, utilizando tácticas de guerrilla y ataques con cohetes. Irán, junto con Siria, respaldó firmemente a Hezbolá con financiamiento, armas y entrenamiento. Este apoyo logró infligir un desgaste considerable a las fuerzas israelíes, contribuyendo finalmente a la retirada de Israel del territorio libanés en el año 2000.

Además del frente libanés, Irán extendió su mano hacia grupos palestinos contrarios a Israel. Aunque la república islámica tenía inicialmente diferencias ideológicas con la laica OLP de Yaser Arafat, Teherán buscó canales para apoyar la causa palestina como parte de su mensaje revolucionario islámico. En la década de 1980 estableció lazos con la Yihad Islámica Palestina (una facción militante surgida en Gaza inspirada en la revolución iraní) y posteriormente con Hamás, grupo islamista suní que para los años 90 ganaba protagonismo en la resistencia palestina. Este acercamiento inusual entre el Irán chií y movimientos armados suníes tenía un denominador común: el antisionismo y la promesa de "liberar Palestina" del control israelí.

En los 90, el conflicto irano-israelí también se manifestó trágicamente a través de atentados terroristas en terceros países. Dos eventos emblemáticos ocurrieron en Argentina: el atentado contra la embajada de Israel en Buenos Aires en 1992 (que causó 29 muertes) y la devastadora bomba contra la asociación mutual judía AMIA en 1994 (85 muertes). Investigaciones internacionales señalaron a Irán y Hezbolá como autores intelectuales de estos ataques, interpretados como represalias por acciones israelíes y argentinas contra la red terrorista islamista. Estos hechos revelaron cómo la guerra en la sombra entre Irán e Israel había adquirido un carácter global, alcanzando incluso al continente americano.

El programa nuclear iraní y la intensificación de la rivalidad (2000-2010). A finales de los años 90 y principios de los 2000, el foco del conflicto se desplazó en gran medida hacia el incipiente programa nuclear de Irán y la carrera armamentística regional. En 2002 se reveló la existencia de instalaciones nucleares secretas iraníes (como la planta de enriquecimiento de uranio en Natanz), lo que desató alarmas en Israel y Occidente ante la posibilidad de que Teherán estuviera buscando armas nucleares. Israel consideró desde el primer momento el programa nuclear de Irán como una amenaza directa a su seguridad y a la estabilidad regional, dado el discurso agresivo del régimen iraní hacia el Estado judío. El entonces primer ministro Ariel Sharón, y después su sucesor Ehud Olmert, advirtieron que Israel "no permitiría que Irán se haga con el arma nuclear".

Mientras diplomáticos europeos y la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) intentaban negociar con Teherán, Israel optó por medidas más encubiertas para retrasar o sabotear el progreso nuclear iraní. En esta década se atribuyen al servicio de inteligencia israelí (el Mossad) una serie de operaciones clandestinas en territorio iraní: entre 2010 y 2012, varios científicos nucleares iraníes fueron asesinados en atentados selectivos (bombas lapa colocadas en sus vehículos o tiroteos), y en 2010 un poderoso virus informático conocido como Stuxnet saboteó centrifugadoras en Natanz, retrasando significativamente el enriquecimiento de uranio de Irán. Aunque Israel nunca confirmó oficialmente su participación, estas acciones se interpretaron como parte de su guerra en la sombra para impedir que la República Islámica alcanzara capacidad nuclear militar. Por su parte, Irán acusó a Israel (y a Estados Unidos) de terrorismo de Estado y prometió continuar con lo que afirmaba era un programa nuclear "pacífico".

Simultáneamente, la década de 2000 vio un aumento de los choques armados indirectos. En 2006, Israel libró una guerra de 34 días contra Hezbolá en el sur del Líbano, tras una incursión fronteriza de la milicia chií que derivó en la captura de soldados israelíes. Este conflicto, conocido como la Segunda Guerra del Líbano, demostró la potencia adquirida por Hezbolá con el respaldo iraní: la milicia disparó miles de cohetes contra ciudades del norte de Israel y resistió el embate de las tropas israelíes, infligiendo bajas importantes. Aunque Israel finalmente contuvo a Hezbolá, la guerra terminó sin un vencedor claro y con la imagen fortalecida de Irán como patrocinador de la "Resistencia". También en Gaza, grupos militantes como Hamás y la Yihad Islámica incrementaron sus ataques con cohetes contra el sur de Israel durante los 2000, utilizando en parte armamento y financiamiento provisto por Teherán. Israel respondió con operaciones militares en Gaza (notablemente en 2008-2009, la llamada "Operación Plomo Fundido"), abriendo otro frente de confrontación indirecta con Irán a través de sus aliados palestinos.

Del acuerdo nuclear a la 'guerra en la sombra' intensificada (2010-2020). La llegada al poder en Irán de gobiernos más moderados, como el del presidente Hasan Rouhaní (2013), abrió la puerta a la vía diplomática en torno al programa nuclear. En 2015, tras arduas negociaciones, Irán y seis potencias mundiales (Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania) firmaron el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC, conocido popularmente como el "acuerdo nuclear con Irán"). En virtud de este acuerdo, Teherán aceptó límites estrictos y vigilancia internacional sobre su programa nuclear a cambio del levantamiento gradual de sanciones. Israel, sin embargo, criticó duramente el PAIC: el primer ministro Benjamín Netanyahu lo calificó como un "error histórico" que dejaba a Irán con la capacidad eventual de fabricar armas nucleares. Netanyahu incluso acudió al Congreso de EE. UU. en 2015 para cabildear en contra del acuerdo, argumentando que no garantizaba la seguridad de Israel. Esta oposición israelí, sumada a la desconfianza de sectores en Washington, contribuyó a la decisión del presidente estadounidense Donald Trump de retirarse unilateralmente del acuerdo en 2018 y reimponer severas sanciones a Irán (política de "máxima presión").

Tras la ruptura del acuerdo, Irán reactivó progresivamente partes sensibles de su programa nuclear, enriqueciendo uranio a niveles cada vez más altos (20% y luego 60%, acercándose al grado armamentístico). Este retroceso diplomático fue acompañado por una intensificación de la guerra encubierta entre Irán e Israel. En 2018, agentes israelíes lograron sustraer de Teherán un archivo secreto con miles de documentos sobre el programa nuclear iraní, según reveló el propio Netanyahu en una presentación pública, buscando probar que Irán había mentido sobre sus intenciones. En 2020, se produjeron dos golpes espectaculares: en agosto una explosión sacudió la base nuclear de Natanz en un aparente sabotaje, y en noviembre Mohsen Fakhrizadeh –considerado el jefe científico del programa nuclear militar iraní– fue asesinado a tiros cerca de Teherán en una operación atribuida a Israel. Estos eventos elevaron aún más la tensión, con Irán prometiendo venganza y acelerando ciertos desarrollos nucleares como respuesta desafiante.

En el ámbito regional, la segunda mitad de la década de 2010 estuvo marcada por conflictos donde Irán e Israel se encontraron en bandos opuestos, aunque sin enfrentarse directamente. En la guerra civil siria (desatada en 2011), Irán intervino decisivamente a favor del régimen de Bashar al-Asad, enviando asesores militares de la CGRI y movilizando a Hezbolá y milicias chiitas para apuntalar al gobierno sirio. Israel, por su parte, lanzó a partir de 2013 una campaña aérea encubierta (no reconocida oficialmente durante años) dirigida a golpear los envíos de armas avanzadas que Irán realizaba a través de Siria para Hezbolá, así como a frenar la consolidación de bases iraníes cerca de la frontera israelí. Estas operaciones, denominadas por analistas como la "guerra entre guerras", incluyeron cientos de bombardeos israelíes sobre territorio sirio en la década de 2010, destruyendo depósitos de misiles, convoyes armamentísticos y, en algunos casos, eliminando a comandantes de la Fuerza Quds iraní en suelo sirio. Un episodio notable ocurrió en febrero de 2018, cuando un dron iraní lanzado desde Siria violó el espacio aéreo de Israel y fue derribado; acto seguido, Israel bombardeó numerosos objetivos iraníes en Siria y, aunque perdió un caza F-16 por fuego antiaéreo, infligió daños considerables a instalaciones de la CGRI. Este fue el primer choque directo conocido entre fuerzas iraníes e israelíes, aunque circunscrito al teatro sirio.

Hacia 2020, con la derrota territorial del Estado Islámico en Irak y Siria, Irán emergió con una posición fortalecida: mantenía influencia dominante en Bagdad a través de milicias aliadas, controlaba vías de suministro desde Teherán hasta el Mediterráneo (el llamado "eje chií"), y seguía proclamando su compromiso con la causa palestina y la lucha contra Israel. Sin embargo, también enfrentaba contratiempos: además de los golpes encubiertos israelíes, en enero de 2020 Estados Unidos asesinó en Bagdad al general Qasem Soleimani, poderoso comandante de la Fuerza Quds iraní, eliminando a la figura clave de la estrategia regional de Irán. Este incidente, aunque protagonizado directamente por Washington, fue celebrado silenciosamente por Israel como un golpe a la proyección de poder de Teherán.

Cronología de eventos clave (1979-2025). Para situar en perspectiva la evolución de este conflicto, se presenta a continuación una cronología resumida con algunos hitos representativos:


1979
Triunfo de la Revolución Islámica en Irán. El ayatolá Jomeini toma el poder, rompe relaciones con Israel, cierra la embajada israelí en Teherán y declara que el Estado de Israel debía desaparecer. Inicio de la hostilidad oficial Irán-Israel.
1982
Israel invade el Líbano (Guerra del Líbano de 1982) para expulsar a la OLP. Irán envía a la Guardia Revolucionaria a apoyar a milicias chiíes libanesas, facilitando la creación de Hezbolá.
1985
Hezbolá proclama oficialmente su manifiesto fundacional, declarando su objetivo de expulsar a Israel del Líbano y luego “eliminar el régimen sionista”. Comienza la guerra de guerrillas contra la ocupación israelí del sur del Líbano.
1992-94
Atentados contra intereses israelíes y judíos en el exterior: bombardeo de la embajada de Israel en Buenos Aires (1992) y de la AMIA (1994). Se acusa a Irán y Hezbolá de planificar los ataques, marcando la internacionalización del conflicto.
2000
Israel se retira unilateralmente del sur del Líbano tras 18 años de ocupación, ante el desgaste por la insurgencia de Hezbolá apoyada por Irán. Teherán proclama esto como una “victoria de la resistencia islámica”.
2002
Se revelan instalaciones nucleares ocultas en Irán (Natanz y Arak), desencadenando la crisis internacional por el programa nuclear iraní. Israel advierte del peligro que supondría un Irán con arma atómica.
2006
Guerra de 34 días entre Israel y Hezbolá en Líbano (Segunda Guerra del Líbano). Hezbolá lanza miles de cohetes contra Israel y resiste la ofensiva terrestre, en gran medida gracias al apoyo militar iraní.
2010
El gusano informático Stuxnet, presuntamente desarrollado por Israel y EE. UU., sabotea centrifugadoras nucleares en Irán. Ese mismo año se inicia la serie de asesinatos selectivos de científicos nucleares iraníes (2010-2012), atribuidos al Mossad.
2015
Irán firma con seis potencias el Acuerdo Nuclear (PAIC), comprometiéndose a frenar su programa atómico. Israel rechaza el acuerdo; Netanyahu denuncia el pacto en foros internacionales, alegando que no evita que Irán eventualmente adquiera armamento nuclear.
2018
EE. UU., bajo la administración Trump, se retira del Acuerdo Nuclear e impone nuevas sanciones a Irán, alineándose con la postura de Israel. Crece la tensión regional: en mayo, tras un incidente fronterizo, Israel bombardea decenas de objetivos iraníes en Siria en su mayor ataque directo contra la presencia de Irán en ese país.
2020
Un drástico repunte en la guerra encubierta: en enero EE. UU. mata al general iraní Qasem Soleimani; en noviembre, el científico Mohsen Fakhrizadeh es asesinado cerca de Teherán (Irán señala a Israel). Estas acciones desatan amenazas de represalias iraníes y aceleran el enriquecimiento de uranio.
2021
Nuevo conflicto armado Israel-Gaza (mayo): milicias palestinas Hamás y Yihad Islámica (respaldadas por Irán) disparan más de 4.000 cohetes contra ciudades israelíes; Israel responde con bombardeos masivos en Gaza. Irán celebra la “resistencia palestina” y aumenta el envío de fondos y armas a sus aliados en Gaza.
2023
Escalada máxima: el 7 de octubre, Hamás lanza un ataque sorpresa contra Israel (matanza de civiles y soldados), desencadenando una guerra de Israel en Gaza. Irán elogia el ataque e incita a abrir otros frentes. Hezbolá en Líbano y milicias proiraníes en Siria e Irak realizan ataques limitados contra blancos israelíes y bases de EE. UU. en la región, provocando respuestas militares. EE. UU. despliega portaaviones en el Mediterráneo oriental para disuadir a Irán de intervenir directamente.
2025
Continúa la confrontación indirecta. Irán enriquece uranio cerca del umbral militar mientras Israel advierte que considerará la vía militar si la diplomacia fracasa. Ejercicios militares conjuntos Israel-EE. UU. simulan ataques a instalaciones iraníes. Las amenazas verbales son constantes: Teherán promete “destruir Tel Aviv” si es atacado, e Israel recalca que “no permitirá” un Irán nuclear. La región permanece en vilo ante la posibilidad de una confrontación abierta.

Dimensión religiosa e ideológica

La enemistad entre Irán e Israel no sólo se sustenta en intereses estratégicos, sino también en profundas convicciones religiosas e ideológicas. Tras 1979, Irán se convirtió en una república islámica teocrática de mayoría chiita que promueve un discurso antisionista vehemente: los líderes iraníes consideran que el Estado de Israel es un ente colonial impuesto en tierra musulmana y, por tanto, no debería existir. El ayatolá Jomeini, desde los inicios de la revolución, presentó a Israel como el “pequeño Satán” (en contraposición con Estados Unidos, el “gran Satán”) y decretó el compromiso ideológico de apoyar la causa palestina hasta la “liberación de Jerusalén” (Al-Quds, en árabe). De hecho, Irán instauró el Día de Al-Quds, celebrado cada año el último viernes de Ramadán, en el que se realizan manifestaciones masivas clamando por la desaparición de Israel y la devolución de Jerusalén a soberanía árabe-islámica. Esta retórica está impregnada de fundamentalismo religioso: para la teocracia iraní, la oposición a Israel se convierte en un deber religioso (y revolucionario) que trasciende fronteras nacionales.

Es importante distinguir entre antisionismo y antisemitismo en la narrativa oficial iraní. Teherán sostiene que su postura es antisionista (es decir, contra el movimiento político que dio origen al Estado de Israel) pero no antijudía. De hecho, Irán alberga una antigua comunidad judía y las autoridades enfatizan que su enemistad es con el “régimen sionista” y no con el judaísmo como religión. Sin embargo, la línea entre antisionismo y antisemitismo a menudo se desdibuja en la práctica: líderes como el ex presidente Mahmud Ahmadineyad han hecho declaraciones negando o relativizando el Holocausto y han augurado que Israel será borrado del mapa histórico, lo que ha sido condenado internacionalmente como discurso de odio. En el imaginario ideológico iraní, Israel es presentado como una extensión del imperialismo occidental en Oriente Medio y como un agresor contra los musulmanes palestinos, narrativas que encuentran eco no sólo entre chiíes sino también en sectores islamistas suníes.

Por el lado de Israel, su ideología fundacional es el sionismo, que afirma el derecho del pueblo judío a tener un Estado soberano en su tierra ancestral. La existencia misma de Israel como “Estado judío” es rechazada por la República Islámica de Irán, lo que configura un choque de legitimidades. Para Israel, la retórica iraní que clama por su destrucción constituye una amenaza existencial. Los israelíes perciben al régimen iraní como un actor fanático e intransigente, guiado por un fundamentalismo religioso chiita que instrumentaliza la causa palestina para ganar influencia en el mundo musulmán. Además, señalan la hipocresía sectaria de Teherán: si bien Irán enarbola la bandera de la liberación de Palestina, muchos países árabes suníes (que históricamente eran enemigos de Israel) han empezado a normalizar relaciones con el Estado judío, principalmente por temor a la expansión de Irán. Así, Israel ha logrado acercamientos diplomáticos con países árabes del Golfo y otros vecinos, basados en el enemigo común que representa el Irán revolucionario. Este realineamiento regional ha aislado a Irán en términos confesionales: mayoritariamente países árabes suníes han optado por cooperar (explícita o implícitamente) con Israel para contener a la potencia chiita persa.

En resumen, la dimensión ideológico-religiosa del conflicto se manifiesta así:

Irán post-revolucionario: Estado teocrático chií que ve a Israel como una entidad ilegítima en tierra del Islam. Su ideario antisionista tiene base religiosa (solidaridad pan-islámica con Palestina, visiones apocalípticas de una eventual caída de Israel) y política (antiimperialismo y antioccidentalismo).

Israel: Estado de base judía que se percibe amenazado por la hostilidad doctrinal de un régimen fundamentalista. La supervivencia de Israel forma parte de su narrativa nacional y religiosa (nunca más permitir una destrucción del pueblo judío), por lo que el discurso iraní es tomado con total seriedad.

Sunismo vs. chiismo: Aunque el conflicto Irán-Israel no es en esencia sectario (Israel no es un país musulmán), la rivalidad entre Irán y las monarquías suníes ha influido indirectamente. Arabia Saudita y otras naciones suníes ven a Irán como una amenaza mayor que Israel, lo que ha mitigado el componente religioso-musulmán anti-Israel en la región y ha abierto paso a coaliciones antes impensables entre israelíes y árabes contra Irán.

Dimensión geopolítica y regional

En el terreno geopolítico, el conflicto entre Irán e Israel se inserta en una pugna más amplia por la influencia en Oriente Medio. Ninguno de los dos países comparte frontera, pero sus acciones y alianzas impactan a diversos escenarios regionales, desde el Mediterráneo oriental hasta el Golfo Pérsico. Irán se ha esforzado por establecer un "Eje de la Resistencia" antiisraelí compuesto por gobiernos y milicias aliados, mientras que Israel ha buscado forjar una coalición contraria al expansionismo iraní junto a Estados Unidos y socios árabes.

Algunas piezas clave de este tablero geopolítico son:

Líbano (Hezbolá): Quizá el frente más candente. Irán transformó a Hezbolá, desde su creación en 1982, en una fuerza político-militar prominente en Líbano, armada con decenas de miles de cohetes y misiles apuntando a Israel. Hezbolá actúa como el brazo estratégico de Irán en la frontera norte israelí: sirvió de contención durante la ocupación del sur del Líbano (hasta 2000) y hoy es visto por Israel como un "ejército" irregular capaz de desatar una guerra de gran escala (como ocurrió en 2006). Para Irán, Hezbolá es un elemento disuasorio vital: representa la capacidad de golpear fuertemente a Israel en caso de que éste ataque territorio iraní. En la política interna libanesa, Hezbolá también otorga a Irán influencia decisiva.

Siria: El régimen de Bashar al-Asad (de la minoría alauita, próxima al chiismo) ha sido el único aliado estatal árabe de Irán en su eje antiisraelí. Durante la guerra civil siria, Irán invirtió recursos militares y financieros para salvar a Asad, a cambio de una presencia permanente en suelo sirio. Esto preocupa enormemente a Israel: la perspectiva de bases iraníes o de Hezbolá instaladas cerca de los Altos del Golán (territorio sirio ocupado por Israel) es vista como intolerable. Por ello, Israel ha realizado numerosas incursiones aéreas en Siria para destruir arsenales iraníes y frenar el despliegue de tropas proiraníes. Si bien Rusia (también aliado de Asad) ha servido de mediador informal para evitar choques directos entre Israel e Irán en Siria, este país sigue siendo un escenario donde ambas potencias se miden indirectamente.

Irak: Tras la caída de Sadam Huseín en 2003, Irak pasó de ser enemigo de Irán a convertirse en una esfera de influencia iraní. Teherán apadrina a varias milicias chiitas iraquíes (como Kataeb Hezbolá, Asaib Ahl al-Haq, entre otras) que comparten su hostilidad hacia Israel y Estados Unidos. Si bien Irak no es un frente de conflicto directo con Israel, milicianos iraquíes han amenazado con unirse a cualquier guerra contra Israel en solidaridad con Palestina. De hecho, en episodios como la guerra de Gaza de 2023, grupos iraquíes lanzaron cohetes hacia bases con presencia estadounidense e incluso declararon su disposición a atacar objetivos israelíes de oportunidad. La influencia de Irán en Irak consolidó un "puente terrestre" hasta Siria y Líbano, ampliando el alcance geográfico de su poder.

Yemen: Aunque más distante de Israel, el conflicto en Yemen también tiene aristas relacionadas. Irán apoya a los rebeldes hutíes (chiíes zaidíes) en su guerra contra la coalición liderada por Arabia Saudita. Los hutíes han adoptado retórica y simbología antiisraelí; su eslogan oficial incluye "¡Muerte a Israel!" junto con "¡Muerte a América!". Han demostrado poseer drones y misiles de largo alcance de origen iraní que, en teoría, podrían amenazar objetivos israelíes (por ejemplo, en 2021 y 2022 se reportó que hutíes lanzaron misiles hacia Eilat, al sur de Israel, aunque fueron interceptados o cayeron en el Mar Rojo). En la guerra de 2023 en Gaza, los hutíes dispararon drones y misiles crucero hacia Israel en "solidaridad con Palestina", uno de los cuales fue derribado por un buque de guerra estadounidense. Esto muestra que Irán puede activar incluso frentes lejanos para presionar a Israel a través de sus proxies.

Alianzas internacionales: Israel cuenta con el respaldo inequívoco de Estados Unidos, su principal aliado estratégico, que provee ayuda militar avanzada y apoyo diplomático en foros globales. Washington considera a Irán el principal patrocinador estatal de terrorismo y una amenaza a sus intereses y aliados. Por ello, EE. UU. ha impulsado sanciones internacionales contra Irán y mantiene bases militares en Oriente Medio (por ejemplo en el Golfo Pérsico, Irak y Siria) como contención. Además, otras potencias occidentales (Europa, Canadá, Australia, Japón) se han alineado con Israel en condenar las actividades desestabilizadoras de Irán, si bien con enfoques a veces más moderados respecto al programa nuclear.

Por su parte, Irán ha cultivado relaciones cercanas con potencias globales como Rusia y China, que si bien no apoyan abiertamente sus postulados contra Israel, sí le brindan respaldo diplomático y cooperación económica/militar. Rusia ve a Irán como un aliado en contrapesar a Estados Unidos en Oriente Medio (como se vio en Siria) y ha vendido armamento avanzado a Teherán (sistemas antiaéreos, entre otros). China, por su parte, es un comprador clave de petróleo iraní y firmó en 2021 un acuerdo de cooperación estratégica a 25 años con Irán; Beijing aboga por resolver la disputa nuclear mediante el diálogo y rechaza las sanciones unilaterales de EE. UU., situándose en términos generales más cerca de Irán en la esfera diplomática. No obstante, ni Moscú ni Pekín han apoyado a Irán en llamadas directas a atacar a Israel, ya que mantienen también vínculos con el gobierno israelí.


Realineamientos árabe-israelíes: Un cambio geopolítico significativo en la última década ha sido el acercamiento entre Israel y algunas monarquías árabes sunitas, motivado en gran medida por el temor compartido hacia Irán. En 2020, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin normalizaron relaciones con Israel (los "Acuerdos de Abraham"), con mediación estadounidense y beneplácito saudí. Si bien Arabia Saudita no ha establecido aún lazos oficiales con Israel, existe una cooperación discreta en inteligencia y seguridad entre ambos contra objetivos iraníes. Este eje Israel-países del Golfo ha creado una suerte de frente común que busca contener la influencia de Irán desde el Golfo hasta el Mediterráneo. En contrapartida, en 2023 Irán logró restaurar diálogo con Arabia Saudita (en un acuerdo auspiciado por China), reduciendo temporalmente la tensión sectaria suní-chií en la región. Sin embargo, la rivalidad geopolítica entre Teherán y Jerusalén permanece intacta, independientemente de los vaivenes diplomáticos con terceros países.

Dimensión militar y de seguridad

Aunque Irán e Israel no se han enfrentado en una guerra convencional abierta, ambos mantienen una confrontación militar constante a través de medios indirectos, operaciones especiales y demostraciones de poderío estratégico. Varios elementos destacan en esta dimensión:

Guerra indirecta mediante proxies: Como se ha descrito, gran parte del conflicto militar se ha librado en terceros escenarios usando aliados locales. Israel ha combatido en repetidas ocasiones a Hezbolá en Líbano (especialmente en 2006) y a grupos palestinos como Hamás y la Yihad Islámica en Gaza (guerras en 2008-09, 2012, 2014, 2021 y 2023), sabiendo que tras estos actores está la mano de Irán en mayor o menor medida. Cada cohete lanzado desde el sur del Líbano o desde Gaza suele ser visto en Jerusalén como parte de la "amenaza iraní". Por el lado contrario, Irán considera que sus aliados militantes están conteniendo a Israel y manteniendo vivo el frente de batalla lejos de sus propias fronteras. Esta guerra subsidiaria ha causado miles de víctimas civiles y militares a lo largo de los años, profundizando el antagonismo.

Operaciones encubiertas e inteligencia: La confrontación entre los servicios de inteligencia de ambos países es intensa. El Mossad israelí ha llevado a cabo arriesgadas misiones en el corazón de Irán: además del sabotaje y eliminación de personal clave del programa nuclear, se le atribuyen ataques como la destrucción de instalaciones de misiles y explosiones misteriosas en plantas industriales iraníes en distintos momentos (por ejemplo, incidentes en bases militares y núcleos de investigación en 2020 y 2021). Israel también ha recopilado información sobre el terreno, infiltrando agentes o recurriendo a disidentes iraníes.

Del lado iraní, su servicio de inteligencia (Ministerio de Inteligencia y la unidad Quds de la CGRI) ha intentado golpear a Israel en diversos frentes. Ha planeado atentados o asesinatos contra diplomáticos y turistas israelíes en el exterior (hubo complots descubiertos en Asia y África a inicios de la década de 2010; en 2012 un atentado en Bulgaria mató a cinco turistas israelíes y un búlgaro, atribuído a Hezbolá). En años recientes, Irán también ha buscado vengar a sus científicos asesinados intentando atentar contra ciudadanos israelíes en lugares como Turquía, Chipre o Colombia, aunque muchos de estos planes fueron frustrados por la cooperación de seguridad internacional. Ambas naciones, además, emplean la guerra psicológica: Israel divulga periódicamente informes sobre los avances de sus preparativos militares contra Irán, mientras Irán exhibe supuestas redes desmanteladas de espías al servicio de Israel.

Ciberataques: Tanto Irán como Israel han incorporado el ciberespacio como un campo más de batalla. Tras el precedente de Stuxnet en 2010, los intercambios de hackeos se multiplicaron. Hackers vinculados a Irán han intentado penetrar sistemas críticos israelíes; un incidente notable ocurrió en 2020 cuando un ciberataque, presuntamente iraní, trató de manipular la infraestructura de agua potable en Israel. Israel respondió semanas después con un ataque cibernético que paralizó temporalmente el puerto iraní de Bandar Abbas, según fuentes de inteligencia citadas en medios. Este ir y venir en la red expone la vulnerabilidad de ambos a daños no cinéticos y añade otra capa de disuasión.

Carrera de misiles y drones: Irán ha construido el programa de misiles balísticos más grande de Oriente Medio, con arsenales (Shahab-3, Ghadr, Sejjil, entre otros) capaces de alcanzar territorio israelí (a más de 1.000 km). Estos misiles, aunque convencionales, representan una amenaza estratégica: podrían ser usados para bombardear ciudades israelíes o bases militares en caso de guerra abierta. Israel, consciente de ello, ha invertido enormes recursos en defensas antimisiles multilayer: posee sistemas como Arrow-3 (para interceptar misiles de alcance medio-largo exoatmosféricos), David’s Sling y las baterías Cúpula de Hierro (Iron Dome) para cohetes de corto alcance. El intercambio entre ofensiva iraní (misiles más numerosos y precisos) y defensiva israelí (escudos cada vez más tecnológicos) es un aspecto crucial de la seguridad regional.

Además, Irán se ha destacado en el desarrollo de drones armados y vehículos aéreos no tripulados (UAV). Ha provisto drones kamikaze (como los Shahed-136) a sus aliados; estos han sido usados en Oriente Medio contra objetivos saudíes, estadounidenses y potencialmente israelíes. De hecho, algunos drones lanzados desde Siria o Irak por milicias proiraníes han sido derribados dentro de Israel en los últimos años. Israel también emplea drones para vigilancia y ataques selectivos en Siria y Gaza. La “guerra de drones” se ha intensificado como parte del pulso Irán-Israel, con implicaciones en otros conflictos (por ejemplo, la transferencia de drones iraníes a Rusia en la guerra de Ucrania en 2022-2023 generó tensiones entre Israel y Rusia, complicando el equilibrio en Siria).

Capacidad nuclear y disuasión: En el trasfondo de toda la dimensión de seguridad subyace la cuestión nuclear. Israel mantiene desde hace décadas una política de "ambigüedad nuclear" pero se asume que posee un arsenal de armas nucleares (según estimaciones, alrededor de 80 a 100 ojivas). Este arsenal no declarado le otorga a Israel un poder de disuasión último ante amenazas existenciales. Irán, por su parte, afirma no buscar la bomba atómica por razones religiosas (una supuesta fatwa del líder supremo Ali Jameneí prohibiría las armas nucleares); sin embargo, su perseverancia en enriquecer uranio y desarrollar tecnologías sensitivas sugiere que pretende al menos un “umbral nuclear”, es decir, estar a un pequeño paso técnico de poder construir un arma si lo decide.

Desde la perspectiva israelí, un Irán nuclear es inaceptable porque podría trastocar el equilibrio de poder y darle a Teherán un "seguro de vida" para actuar más agresivamente mediante sus proxies bajo la protección del arma atómica. Por ello, Israel ha planteado la opción de un ataque preventivo a las instalaciones nucleares iraníes si percibe que Irán está cruzando el umbral para fabricar una bomba. Este escenario recuerda las acciones previas de Israel contra programas nucleares hostiles: operación "Opera" destruyendo el reactor de Sadam Huseín en Irak (1981) y operación "Fuera de la Caja" contra un reactor secreto en Siria (2007). Un ataque similar contra Irán sería mucho más complejo debido a la distancia, la dispersión y fortificación de los sitios nucleares iraníes, y las posibles represalias masivas de Irán y sus aliados. Sin embargo, la amenaza existe y forma parte integral de los cálculos de ambos lados. Irán busca disuadir a Israel de atacar mostrando que cualquier agresión desencadenaría una "respuesta dolorosa" (desde misiles a Tel Aviv hasta ataques de Hezbolá contra todo Israel). Israel, a su vez, intenta disuadir a Irán de dar el paso final hacia el armamento nuclear manteniendo creíble la posibilidad de una acción militar preventiva.

Balance de fuerzas: Militarmente, Israel cuenta con un ejército tecnológicamente superior y el apoyo de Estados Unidos; Irán posee fuerzas numerosas (especialmente misiles y milicias) y está geográficamente distante de Israel, lo que dificulta a los israelíes sostener una campaña prolongada en su contra sin ayuda. Este equilibrio asimétrico ha llevado a una situación de "equilibrio del terror" a menor escala: Israel confía en su cualidad cualitativa y nuclear para evitar un ataque directo iraní, e Irán confía en su red de proxies y misiles para evitar ser atacado. Cualquier error de cálculo en esta delicada balanza podría escalar rápidamente a una conflagración regional, de allí el constante monitoreo y preparativos de contingencia por ambos bandos.
Dimensión diplomática

En el ámbito diplomático, las relaciones oficiales entre Irán e Israel son inexistentes desde 1979. No hay diálogo directo ni canales formales de comunicación entre los gobiernos, lo que ha hecho más difícil contener las crisis cuando éstas surgen. Sin embargo, el conflicto Irán-Israel ha sido objeto de innumerables gestiones diplomáticas por parte de otros países y organismos internacionales, dadas sus implicaciones para la paz regional y mundial.

Algunos aspectos a destacar:

Ausencia de negociación directa: Irán rehúsa reconocer a Israel o tratar con su gobierno. Cualquier contacto es considerado tabú por el régimen iraní (que incluso ha amenazado con represalias a sus propios funcionarios si se descubriera tal diálogo). Israel, por su parte, tampoco busca negociaciones bilaterales pues no ve posible acuerdo con un liderazgo iraní que cuestiona su propia legitimidad para existir. Esta falta de canales directos implica que los mensajes se transmitan públicamente (vía declaraciones en medios o en la ONU) o a través de terceros (países mediadores).
Públicas declaraciones y retórica: La diplomacia se ha reducido casi a intercambios de amenazas o condenas verbales. Los líderes israelíes, en especial el primer ministro Netanyahu en sus diferentes mandatos, han utilizado foros internacionales para alertar sobre Irán. Famosamente, en 2012 Netanyahu mostró un diagrama de una bomba en la ONU instando a fijar una "línea roja" al enriquecimiento de uranio de Irán. El mensaje constante de Israel es que el mundo debe "detener a Irán" antes de que sea tarde, advirtiendo que Israel actuará solo si es necesario. Por el lado iraní, los ayatolás y presidentes han aprovechado cada tribuna (desde la Asamblea General de la ONU hasta conferencias islámicas) para denunciar la "ocupación sionista" y afirmar que Palestina será liberada. Han comparado a Israel con un "tumor canceroso" que tarde o temprano será extirpado de Oriente Medio. Esta retórica incendiaria dificulta sobremanera cualquier distensión diplomática.

Acuerdos internacionales incumplidos o disputados: Si bien Irán e Israel no han firmado acuerdos entre sí, sí han estado involucrados indirectamente en pactos multilaterales. El principal fue el Acuerdo Nuclear de 2015, del cual Israel no era parte pero que afectaba directamente sus intereses. La anulación de facto de ese acuerdo en 2018, con las violaciones subsiguientes por parte de Irán en su programa, representó un fracaso diplomático que ha dejado a la región al borde. Otros instrumentos internacionales, como las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU sobre armamento en Líbano (Resolución 1701 tras la guerra de 2006, que pide el desarme de Hezbolá), no se han implementado totalmente, perpetuando focos de conflicto. Israel y Irán suelen acusarse mutuamente de violar la legalidad internacional: Israel señala la intromisión iraní en países vecinos y su apoyo al terrorismo, mientras Irán denuncia la ocupación israelí de territorios árabes y la situación de los palestinos como crímenes tolerados por Occidente.

Intentos de mediación: Algunas naciones han buscado mediar discretamente para reducir el riesgo de guerra. Países neutrales como Omán, Suiza o Rusia han servido en ocasiones como canales de comunicación indirecta. Por ejemplo, Omán facilitó los contactos entre EE. UU. e Irán que derivaron en el acuerdo nuclear (aunque Israel no participó, estaba al tanto y expresó sus reticencias a Washington). En 2019, tras un pico de tensión en el Golfo, trascendió que funcionarios de EAU y Arabia Saudita (aliados de Israel) conversaron con Irán para prevenir un conflicto; es posible que tras bambalinas Israel estuviera coordinado con esos esfuerzos para evitar arrastrar a sus nuevos socios a la guerra. También, la Agencia Internacional de Energía Atómica ha fungido como interlocutor técnico: aunque Israel no es miembro del OIEA ni firma el TNP, sigue de cerca los informes del organismo sobre Irán y presiona para que cualquier irregularidad sea denunciada.
El papel de Estados Unidos: La diplomacia estadounidense es central en esta dimensión. EE. UU. intenta equilibrar entre apoyar incondicionalmente a Israel y evitar una guerra mayor con Irán. Administraciones como la de Barack Obama privilegiaron la negociación con Irán (lo que generó fricciones con Israel), mientras que la de Trump satisfizo las demandas israelíes de ejercer máxima presión sobre Teherán (pero a costa de deshacer el entendimiento diplomático logrado). El gobierno de Joe Biden en 2021-2022 trató de restaurar el acuerdo nuclear, consultando estrechamente con Israel para incorporar sus preocupaciones, pero esas gestiones no prosperaron. No obstante, Biden dejó claro que no desea que Israel lance un ataque unilateral y ha buscado reforzar la disuasión convencional (ejercicios conjuntos, suministro de armamento avanzado como aviones cisterna y bombas bunker-buster, etc.) para que Israel se sienta respaldado sin tener que recurrir a una acción desesperada.

Cambios diplomáticos regionales: Como ya se mencionó, la normalización entre Israel y países árabes es un fenómeno reciente que tiene impacto sobre Irán. Desde 2020 Israel tiene embajadas en Emiratos y Bahréin, y la posibilidad de un histórico acuerdo de paz con Arabia Saudita ha flotado (aún sin concretarse, entre otros motivos por la cuestión palestina y la oposición iraní). Irán condena estos acercamientos, calificándolos de "traición" a la causa palestina, y ha amenazado a los países del Golfo con consecuencias si ayudan a Israel contra Irán (por ejemplo, se ha especulado con que Israel podría usar bases o el espacio aéreo saudí para atacar Irán; Teherán advirtió que en ese caso tomaría represalias directas contra Riad).
En suma, la diplomacia alrededor del conflicto irano-israelí es una combinación de esfuerzos internacionales por evitar lo peor, posiciones públicas firmes de ambos rivales sin ceder terreno retórico, y arreglos de conveniencia entre otros actores regionales. Hasta la fecha, no se vislumbra una solución negociada entre Irán e Israel, dado que lo que está en disputa es, en última instancia, la aceptación mutua de la existencia del otro: Irán en su forma actual no acepta al Estado de Israel, e Israel no puede aceptar un Irán que busque su destrucción. Esta incompatibilidad fundamental congela cualquier diálogo directo, relegando la resolución del conflicto a un eventual cambio de régimen o de políticas en cualquiera de los dos países, o a la imposición de un nuevo statu quo por la vía de la fuerza.

Escalada reciente (2023-2025) y perspectivas actuales

En los últimos años, la tensión entre Irán e Israel ha alcanzado niveles sin precedentes, alimentando temores de que el conflicto indirecto de décadas derive en un enfrentamiento militar abierto. Entre 2023 y 2025 se observaron una serie de incidentes y movimientos que evidencian cómo la espiral de acción-reacción se ha acelerado:

Ataques cruzados e incidentes armados: A lo largo de 2023 se reportaron varios ataques atribuidos a Israel en el corazón de Irán y viceversa. En enero de 2023, un ataque con drones explotó en una instalación militar en Isfahán (Irán acusó a Israel de sabotaje). Israel también intensificó sus bombardeos en Siria contra almacenes y convoyes iraníes. Por su parte, milicias chiitas aliadas a Irán lanzaron cohetes contra bases estadounidenses en el este de Siria e Irak en varias ocasiones, acciones que Israel ve alineadas con la estrategia iraní de presión amplia.

El evento más dramático fue el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023, que desencadenó la mayor guerra en Gaza en décadas. Aunque Hamás actuó de manera autónoma, Israel señaló el papel de Irán en armar y financiar a este grupo durante años. El líder supremo Jameneí elogió la "operación" de Hamás como una victoria divina, dejando entrever aliento moral sino logístico. En los días posteriores, Hezbolá atacó posiciones israelíes en la frontera norte (Israel evacuó decenas de pueblos fronterizos ante la escalada). Simultáneamente, militantes pro-iraníes de Irak y Siria dispararon cohetes hacia la base estadounidense de Al Tanf (en Siria, cerca de la frontera jordana) e incluso intentaron ataques con drones contra Israel, en solidaridad con Gaza. Si bien estos ataques fueron limitados y contenidos, ilustraron la capacidad de Irán de activar múltiples frentes a la vez.

Amenazas de guerra abiertas: La retórica belicista alcanzó un clímax. Tras la guerra de Gaza de 2023, el gobierno de Netanyahu declaró que la "fuente" del terrorismo era Teherán y que Israel eventualmente tendría que "ocuparse de Irán". Netanyahu y sus ministros dejaron entrever que, una vez neutralizada la amenaza de Hamás en Gaza, Israel podría redirigir su atención a la amenaza existencial iraní. Del lado iraní, generales de la CGRI advirtieron que un ataque israelí contra Irán desataría una "respuesta devastadora" contra Tel Aviv y Haifa, mencionando explicitamente la posibilidad de lanzar cientos de misiles de precisión. Los intercambios dialécticos directos entre autoridades de ambos países se volvieron más frecuentes y agresivos que en años anteriores.
Intervención de Estados Unidos y aliados: Con la situación al rojo vivo, Estados Unidos adoptó un papel disuasivo activo. Durante la guerra de Israel con Hamás, EE. UU. posicionó dos grupos de combate de portaaviones (USS Gerald Ford y USS Dwight Eisenhower) en el Mediterráneo oriental, como una señal a Irán y Hezbolá de que no intervinieran directamente o arriesgarían un choque con fuerzas estadounidenses. Adicionalmente, unidades de Marines y fuerzas especiales de EE. UU. fueron puestas en alerta en la región. Este despliegue contribuyó a contener a Hezbolá, que limitó sus ataques a escaramuzas localizadas sin escalar a una guerra total en Líbano.

Tras el conflicto de Gaza, EE. UU. mantuvo su presencia militar elevada en Oriente Medio. En 2024, realizó ejercicios conjuntos con Israel simulando contingencias de guerra contra Irán (incluyendo ensayos de repostaje aéreo y penetración de defensas antiaéreas). Los aliados europeos, si bien más moderados, también mostraron respaldo a Israel en caso de que Irán agravara el conflicto; países como Reino Unido y Francia condenaron las actividades desestabilizadoras de Irán e instaron a éste a volver al camino diplomático en el tema nuclear.

Situación del programa nuclear: Para 2023, Irán había acumulado uranio altamente enriquecido (al 60%) suficiente para, en teórico, fabricar varias bombas nucleares si decidiera purificarlo al 90%. Los informes del OIEA encontraron trazas de uranio enriquecido hasta el 84%, muy cerca del nivel armamentístico, lo que sonó todas las alarmas. Aunque Irán alegó "errores técnicos" y continuó afirmando que no busca el arma, la realidad es que el tiempo de "escapatoria" nuclear (es decir, el tiempo necesario para fabricar una bomba) se ha reducido considerablemente. Israel recalcó en 2023 y 2024 que no permitiría que Irán alcance dicho umbral. Los medios reportaron que Israel intensificó preparativos militares: adquisición de nuevos aviones cisterna KC-46 para poder bombardear a larga distancia, ampliación de sus arsenales de bombas antibunker, y entrenamiento de su fuerza aérea en escenarios lejanos.

Al mismo tiempo, hubo un intento de volver a la diplomacia: en 2023 trascendió que EE. UU. negociaba indirectamente con Irán (vía Omán y Qatar) un entendimiento temporal que redujera la tensión nuclear, a cambio de cierto alivio sancionatorio limitado. En agosto de 2023, se concretó un canje de prisioneros entre Washington y Teherán, junto con la descongelación de fondos iraníes, lo cual generó esperanzas de distensión. Sin embargo, el estallido de la guerra en Gaza en octubre opacó cualquier avance diplomático con Irán. Para 2024, las conversaciones nucleares formales seguían estancadas, y la perspectiva de un nuevo acuerdo integral lucía remota. Esto incrementó la percepción en Israel de que podría enfrentarse pronto a la difícil decisión de atacar o no el programa nuclear iraní antes de que sea demasiado tarde.
Entorno político interno: Tanto en Irán como en Israel, la política doméstica ha influido en la escalada reciente. En Irán, las protestas internas (como las masivas manifestaciones de 2022 tras la muerte de Mahsa Amini) sacudieron al régimen, que culpó a potencias extranjeras e Israel de incitar la inestabilidad. El liderazgo iraní pudo ver en la crisis de Gaza de 2023 una oportunidad para desviar atención y reafirmar su papel revolucionario movilizando el sentimiento antiisraelí. En Israel, el retorno de Netanyahu al poder en 2022 con un gobierno de coalición derechista y las divisiones internas por su reforma judicial crearon un clima caldeado. Algunos análisis sugieren que Netanyahu endureció aún más su posición anti-Irán para unir a la opinión pública en torno a una amenaza externa, frente a las críticas internas. Sea como fuere, la coyuntura política ha aportado un sentido de urgencia y menos contención retórica a ambos lados.

Perspectivas al día de hoy: Al 2025, el conflicto entre Irán e Israel sigue siendo en gran medida un enfrentamiento "en la sombra" e indirecto, pero más peligroso que nunca. La ausencia de un canal diplomático de descompresión eleva el riesgo de que un incidente menor escale rápidamente. Por ejemplo, un error de cálculo en Siria (un soldado israelí o iraní muerto directamente por fuego del otro) podría desencadenar represalias sucesivas. Asimismo, si Irán prosigue expandiendo su programa nuclear sin supervisión, Israel podría considerar que la "ventana" para actuar militarmente se cierra y optar por un ataque preventivo, con consecuencias impredecibles.

No obstante, cabe mencionar que el factor disuasorio mutuo ha evitado hasta ahora la guerra directa. Ni Irán ni Israel realmente desean un conflicto frontal: Irán porque enfrenta aún la aplastante superioridad tecnológica militar israelí-estadounidense, e Israel porque un enfrentamiento con Irán y sus proxies podría envolver a todo Oriente Medio en llamas (incluyendo ataques masivos con cohetes sobre sus ciudades). Por ello, ambos ensayan un delicado equilibrio: continuar golpeando al rival de manera contenida pero sin cruzar líneas rojas que provoquen una conflagración general.

En conclusión, el conflicto entre Irán e Israel se ha fraguado a lo largo de más de cuatro décadas entrelazando agravios históricos, fervor ideológico-religioso, pugnas por el orden regional y una sucesión de acciones encubiertas y enfrentamientos indirectos. Hoy, con los recientes acontecimientos hasta 2025, el mundo observa con preocupación un punto crítico: cualquier chispa podría encender un choque de mayores proporciones. Los próximos años serán determinantes para saber si esta hostilidad larvada encontrará algún cauce de contención pacífica a través de la diplomacia y la moderación, o si por el contrario derivará en la "madre de todas las guerras" en Oriente Próximo, como muchos analistas han advertido. Lo único cierto es que el conflicto irano-israelí seguirá siendo un factor central en la estabilidad (o inestabilidad) de la región en el futuro inmediato.




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